Escribí hace algunos días sobre atletas polacos, a propósito de la medalla de oro ganada por el pertiguista Pawel Wojciechowski en los Mundiales de Daegu. El país centroeuropeo tiene un historial amplio y brillante en el atletismo internacional y durante mi ya lejana época de deportista teníamos en España bastante relación con los polacos, que llegaron a ser nuestros amigos.
Vivían en invierno y primavera en la Residencia Blume de Madrid y se entrenaban en las pistas llamadas entonces del INEF, ahora del Consejo Superior de Deportes. Tenían concentraciones interminables fuera de su país, lo que entonces nos parecía a nosotros un signo de progreso, cuando en realidad es lo contrario, porque, salvo casos puntuales, cada uno debe tener los medios para prepararse en el lugar en el que reside.
LA HUELLA DE UN RECIÉN NACIDO. Por aquí estaban las hermanas Grazyna y Elzbieta Rabsztyn, vallistas de élite mundial; Tadeusz Slusarski y Wladyslaw Kozakiewicz, dos pertiguistas que eran de lo mejor del mundo en aquellos momentos (Kozakiewicz tuvo varios récords mundiales), y algún vallista masculino cuyo nombre se me ha olvidado. Uno de ellos llegó a Madrid procedente de Cuba, enlazando concentración tras concentración. Durante la comida en la Blume nos enseñó una carta de su mujer, que estaba en Polonia y que acababa de ser madre, sin que a él le dieran permiso para desplazarse allí. Y en esa carta había un folio, con la silueta de un pie pequeñito, de un recién nacido. Era el de su hijo, que tenía pocos días. A nuestro amigo vallista se le escapó alguna lágrima.
LAS HERMANAS RABSZTYN. Fue precisamente Grazyna Rabsztyn la primera atleta de élite mundial a quien entrevisté. Era la plusmarquista mundial de 100 metros vallas, con 13.36, marca hecha en Varsovia en 1980, y que aún hoy es récord de Polonia y la sexta mejor marca mundial de la historia. Fue en la Blume, en un despacho, tomándonos un café y con un traductor del Consejo, polaco residente en España, porque ella no sabía ningún otro idioma, salvo el suyo. Grazyna (pelo negro y ensortijado, ojos verdeazulados) soñaba con un mundo dedicada al atletismo, pero que no comenzase ni terminase en el deporte. “También quiero pasear por el Museo de El Prado o tener tiempo para tejerme un vestido”, decía. Se iba de vez en cuando a la Gran Vía, simplemente a ver escaparates.
Su hermana, Elzbieta, se casó con el alemán occidental Harald Schmid, plusmarquista europeo de 400 metros vallas y uno de los mejores especialistas del mundo, y cuando en Polonia menos lo esperaban, se marchó a Alemania y no regresó jamás, hasta lo que yo sé. Desde entonces, Grazyna tuvo serios problemas para volver a salir de su país, porque temían que hiciese lo mismo que su hermana.
VIDA Y MUERTE DE MALINOWSKI. Y tuve el honor de conocer también a Bronislaw Malinowski, el mejor corredor mundial de 3.000 metros obstáculos de su época, campeón olímpico en Moscú. Le entrevisté en español, porque lo hablaba casi a la perfección, de tanto acudir a México a entrenarse en altitud. Mientras hablábamos se sumó a la charla un neozelandés que había venido a Madrid para competir en los Mundiales de Cross del Hipódromo de La Zarzuela. Había pasado poco tiempo desde el 23-F, y nos confesó (el neozelandés) que en su país la gente se había reído mucho al ver a Tejero, pistola en ristre, tricornio exótico (para ellos) y bigote decimonónico. Malinowski murió el 27 de septiembre de ese mismo 1981, en un accidente de tráfico. Su padre era polaco y su madre escocesa, y en el momento de su fallecimiento estaba considerando marcharse a Escocia, porque no aguantaba la opresión soviética sobre su país. Tiene una estatura en Grudziadz.
Marian Woronin, un blanco de 10.00, no vino nunca a entrenarse en la Blume, que yo recuerde, pero durante años he tenido una cámara Zenit de fabricación soviética, buena, pero recia, pesada, casi blindada, que le compré a mi compañero de entrenamientos Ángel Ibáñez, campeón español de 100, que, a su vez, se la había comprado a él.
EL CORTE DE MANGAS DE 'KOZA'. Sí estuvieron por Madrid Wladyslaw Kozakiewicz y Tadeus Slusarski, máximos representantes de una escuela de pértiga sencillamente maravillosa. Koza ganó en los Juegos de Moscú con 5,78 metros, récord mundial; Slusarski fue plata y Mariusz Klimczyk, el tercer polaco, acabó sexto. El bronce fue para el soviético Konstantin Volkov y el público del entonces llamado Estadio Lenin, abucheaba a los polacos cada vez que saltaban. No sólo había rivalidad deportiva: es que en Polonia ya había revueltas contra la hegemonía de la URSS.
Y cansado de recibir tantos silbidos y abucheos, Koza saltó e hizo un corte de mangas que casi se escucha en todo el estadio y que está en la historia inmortalizado en una expresiva fotografía.
UN CAMBALACHE MOSCOVITA. Por cierto, que en Moscú uno de los masajistas polacos y uno de los masajistas españoles, que también lo era del Real Madrid, en aquel momento, montaron un ‘banco’ en una mesa de una de las explanadas de la Villa Olímpica, y cambiaban rublos por dólares, con piedras encima de los billetes, por si acaso el aire se los llevaba. El cambio oficial era de uno a uno, pero ellos cambiaban un dólar por tres rublos, con lo que los precios se abarataban considerablemente. La policía soviética les veía, porque ellos no se ocultaban, pero nunca intentó impedir semejante cambalache.
UNA ÚNICA MEDALLA EN DAEGU. Han pasado muchas cosas desde entonces. Y el atletismo polaco no es ya el que era. En Daegu experimentó un fuerte retroceso con respecto a los Mundiales anteriores, los de Berlín 2009. En la ciudad coreana ganó una única medalla, la de oro del pertiguista Pawel Wojciechowski, y tuvo diez finalistas. En la capital alemana las medallas fueron cinco y los finalistas trece. Pero Polonia siempre será Polonia.
