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Una morcilla con pinta de boñiga

Por Mariano Tovar

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Hay un ‘palabro’ que se ha puesto de moda últimamente: vintage. Durante la última década, el español acuñó su propio término para definir ese regreso al pasado: retro. Algunos matizan para aclarar que lo retro es una imitación mientras que vintage describe lo auténtico. Quizá sea cierto, pero cada vez que escucho a alguien pronunciar “vintage”, con esa exhalación amanerada que es una especie de último suspiro con levitación lingual, no puedo evitar pensar que nos estamos volviendo gilipollas.

Porque en los últimos años hemos bajado mucho el listón de lo que se debe considerar auténtico. Os voy a poner un ejemplo muy sencillo: la morcilla de León. Sí, ese placer culinario, que reposa en un plato convertido en un puré espeso más parecido a una boñiga de vaca que a una sustancia comestible. Delicia para los sentidos que se devora sin cubiertos, con un trozo de pan de hogaza en la mano, a modo de cuchara, que introducimos en la espesa pasta mientras giramos la muñeca para ayudar a la recarga. El olor a sangre frita y a cebolla provoca que las glándulas salivares nos duelan por el exceso de secreción.

Últimamente, en León se han lanzado a dar a conocer sus delicias culinarias, magníficas por otra parte, en ferias en las que el picadillo y la morcilla se convierten en grandes protagonistas. Casi siempre se crea un entorno medieval, para darle vidilla al asunto. Eso provoca que pensemos que la famosa morcilla es un invento milenario, propio de la inteligencia gastronómica que convierte el norte de España en un referente mundial (yo diría EL referente mundial, pero intentaré ser comedido).

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La realidad es bastante menos romántica. La famosa morcilla es un invento de unos carniceros del Barrio Húmedo de León, que se hicieron famosos, sobre todo por sus salchichas, hace unos cincuenta años. Por lo que cuentan, esos carniceros eran muy aficionados a la morcilla asturiana y decidieron darle un toque personal para que al freírla quedara menos sólida y se pareciera más a un puré. La carnicería que regentaban se llama Matachana y aún está en una de las entradas del barrio más famoso de León. Por eso, algunos llaman Matachana a esa morcilla, recordando sus orígenes. La tienda original sigue abierta, pero de aquella manera, cuando les da por abrir (sobre este último punto tengo mis dudas, porque la ubicación actual me parece distinta a la que yo conocí de niño).


No se si la Matachana es vintage, retro o simplemente añeja, pero lo único seguro es que esa morcilla deliciosa, con pinta de boñiga y sabor celestial, no es medieval. Ni de coña.

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Tengan los años que tengan, es un placer poder seguir comiendo productos tradicionales de siempre. Al ritmo que vamos, no nos queda mucho tiempo para seguir haciéndolo. Entre las agobiantes exigencias de Sanidad, y la presión inmisericorde de las nuevas franquicias (sí, esas mismas que definen el sabor de sus productos como auténtico, aunque en el paladar sean insípidos), están terminando con el placer de saborear algo hecho con cariño fuera de nuestra propia casa.

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¿Y por qué coño este tipo nos está contando este rollo? Pues porque hoy quería hablaros de un equipo con sabor añejo y solera, que siempre parece una boñiga, pero que tiene un gusto fuerte, que llena el paladar, que no se olvida y recuerda a esas películas en blanco y negro en que veíamos football de otra época.

Y no. No voy a deciros su nombre. Lo tendréis que adivinar. Antes os hablaba de las franquicias de comida. Esta vez lo hago de una franquicia deportiva que en el país de las franquicias sigue sin perder su identidad. Es curioso cómo los equipos mantienen su idiosincrasia sin importar quién les entrene o cómo esté conformada su plantilla. Al final, siguen jugando a lo mismo año tras año. Si intentan cambiar su estilo se derrumban, como les ha sucedido a los 49ers en la última década, y solo regresan al camino del éxito cuando recobran su personalidad.


Cuando nos referimos a equipos con fuerte carácter siempre nos saltan a la mente Steelers, Ravens o Bears, pero los protagonistas del artículo de hoy quizá sean más fieles a si mismos que ningún otro. Esclavos del mercado más exigente de la NFL, con una prensa cainita que no perdona una, con un vecino con el que siempre compararse, un vestuario sin especio para las bromas, y sí para habituales reyertas que se han convertido en santo y seña de la entidad, y un público que condena a muerte sin inmutarse.

Su juego, como la morcilla de León, tiene un sabor fuerte, penetrante, y es muy difícil de digerir. Hace falta una buena jarra de buen vino y un estómago a prueba de bombas. Pero cuando le coges el gusto se convierte en exquisito; quizá para minorías, pero mucho más intenso de lo que piensa la mayoría.

Ellos saben que deben mantenerse agazapados. Sin destacar, sin que nadie crea en ellos. Los platos de delicatessen van pasando y son celebrados con grandes gestos por los comensales, pero cada pocos años, de forma inesperada, el banquete se queda sin grandes platos, sin un sabor dominante, y ellos surgen de pronto, en una gran fuente, como una gigantesca boñiga, para destruir perfecciones o ganar el gran partido por poco más de dos palmos.


Nadie explota como ellos las carencias del enemigo. Nadie es capaz de ganar jugando peor. Nadie provoca tanta somnolencia, ni desesperación, ni incomprensión ante errores de bulto que no deberían ser admisibles en un equipo profesional. Y pese a las caras de lelo, el exceso de canas y la eterna acumulación de problemas son, año tras año, un equipo gigante con el que nadie cuenta pero que siempre está ahí, esperando. Muy especiado, con sabor fuerte y apariencia vulgar, pero con el ingrediente indispensable de las franquicias ganadoras: saber imponerse sin importar cómo.

Este año nadie creía en ellos porque a su alrededor germinaban sueños y resurrecciones que se llevaban la luz de todos los focos, pero su defecto más evidente, la falta de buenos receptores, ha pasado a la historia. Y el tiempo ha demostrado que ni ‘olos’ ni genios, que el padre de esa defensa asfixiante, capaz de lo mejor y lo peor con segundos de diferencia, sigue ahí, en la banda, fiel al estilo agresivo que ha portado como estandarte a lo largo de su interminable trayectoria.

En la NFL hay un equipo que parece una boñiga gigante. Pero si te acercas, huele a añejo y a sangre. A cebolla y matanza. No es apto para todos los paladares, pero su sabor es el mismo hoy que hace muchos años y yo, cuando los veo jugar, me siento más joven. Con tanto vintage y tanto retro, es un placer disfrutar de algo auténtico de verdad.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl