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La resistencia al cambio

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Tomás de Cos

La lluvia parece empeñada en afear el presente US Open 2011. Entre el huracán Irene y la tormenta tropical Lee, será complicado que el torneo finalice en domingo por quinta edición consecutiva. Es lo que tiene el final del verano en la ciudad de los rascacielos, no es ninguna novedad. Por eso es difícilmente comprensible la falta de previsión de los organizadores de uno de los eventos tenísticos más rentables del planeta -cuenta con 25 patrocinadores y tres contratos televisivos (CBS Sports, ESPN 2 y Tennis Channel)-, que obliga a los saturados tenistas a afrontar varios partidos al mejor de cinco sets en otros tantos días consecutivos.

Aunque en los últimos tiempos el deporte de la raqueta ha abrazado a las nuevas tecnologías como el ‘Ojo de halcón’ y ha introducido modificaciones en su reglamento como el súper tie-break en las competiciones de dobles, no deja de ser bastante reticente a los cambios. La ausencia de una cubierta retráctil en dos de los cuatro torneos de Grand Slam (Roland Garros y US Open) es sólo una prueba más de ello.

Un celo por la historia y las tradiciones que ha sido una seña de identidad del tenis. Por eso Wimbledon, la catedral del tenis, comienza seis semanas antes del primer lunes de agosto, se disputa sobre hierba a pesar de que es una superficie en extinción en el calendario, los competidores visten de blanco (es obligatorio que el 90% de la vestimenta lo sea), las jugadoras son nombradas como ‘miss’ o ‘mrs’ en función de su estado civil, a los hombres se les nombra simplemente por su apellido, el ‘middle sunday’ no hay partidos y se degustan las típicas fresas con nata.

Y como consecuencia directa de esas tradiciones, como la de ausencia de tie-break en el quinto set, se han producido aberraciones como el denominado ‘partido más largo de la historia’, en el que el norteamericano John Isner se impuso al francés Nicolas Mahut por 70-68 en el quinto set, que son vistas con simpatía y como ejemplo de la particular idiosincrasia de este deporte.

Pero ese ambiente de conservadurismo se extiende por el resto de torneos y está también instalado en la mentalidad de los propios jugadores y aficionados, sus auténticos pilares. Por eso los tenistas no son partidarios del incremento del diámetro de las pelotas, ni de la eliminación del segundo servicio e incluso se muestran reticentes al simple cambio del color de la tierra batida. Y por eso Ion Tiriac y sus constantes atrevimientos son vistos con desconfianza, incluida la ya aceptada presencia de modelos recogepelotas.

El caso es que el techado de las pistas principales, aspecto fundamental para acabar con el descalzaperros que la lluvia genera en las parrillas de los canales televisivos, no es ajeno a este aspecto inherente del tenis. Además, sospecho que la normativa que diferencia los torneos al aire libre de los cubiertos no ha ayudado nada y se ha esgrimido como excusa para retardar la adopción de una medida que se antoja imprescindible en los tiempos que corren. Porque es la única forma de cumplir con las televisiones que invierten dinero en el tenis y con los aficionados que pagan una entrada para disfrutar de sus ídolos.

No se trata de una mera cuestión económica y es impepinable que, más pronto que tarde, todos los grandes torneos cuenten con una o varias pistas principales techadas con modernas cubiertas retráctiles. La Caja Mágica que alberga el Masters 1000 de Madrid es un buen ejemplo a seguir. Pero hasta que eso sea una realidad, las televisiones estarán obligadas a contar con varios planes B cada vez que programan tenis, los tenistas deberán seguir conviviendo con las interrupciones y los aficionados admitir la posibilidad de quedarse con la miel en los labios.

Otra cuestión es la seguridad y protección que los torneos deben procurar a sus estrellas, motivo por el que Nadal, Ferrer, Roddick y Murray se molestaron ayer en Flushing Meadows, con el balear abanderando la protesta, tras verse obligados a iniciar sus partidos de octavos de final con las pistas húmedas y un fino calabobos de fondo. Tan comprensible es que la organización quisiera evitar el segundo día consecutivo de cancelaciones, como el fallo en la previsión meteorológica o el ofuscamiento de los tenistas, que deberían aprovechar estas situaciones para aunar voluntades para luchar por un calendario más civilizado. Roddick ya ha lanzado la idea de un ‘lockout’. Mientras, habrá que seguir teniendo paciencia porque parece que hoy volverá a llover.