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El circo ya tiene payaso


Sé que casi todos esperáis que entre a saco a comentar el fichaje de Ochocinco por los Patriots, pero antes de entrar en materia quiero comentar, aunque sea por encima, algunos de los fichajes confirmados en las últimas horas.

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Muchos pensáis que el fichaje de Kolb por los Cardinals es una locura. Que le pagan una millonada cuando aún ha demostrado muy poco en la NFL. Yo creo que es un grandísimo fichaje y un riesgo bastante controlado, que en los últimos años muchos equipos han gastado primeras rondas y mucho más dinero en jugadores que no han servido ni como aguadores, y que Kolb ha jugado grandísimos partidos en su corta trayectoria como titular. No tengo una bola de cristal, pero creo que a medio plazo los Eagles se arrepentirán de haberlo perdido.

El problema para Kolb es que los Cardinals han desmontando su ataque aéreo. Hace dos años tenían el mejor grupo de receptores de la NFL con Fitzgerald, Boldin y Breaston. El año pasado Boldin se marchó a los Ravens y Breaston acaba de fichar por los Chiefs. Me temo que Fitzgerald echará mucho de menos un número dos de calidad que alivie sus dobles coberturas. Aún hay agentes libres interesantes para solucionar el problema. Veremos. También notarán la marcha de Rogers-Cromartie a los Eagles, como parte del acuerdo por Kolb, aunque la elección de Patrick Peterson en primera ronda del draft justifica el movimiento.

Volviendo a los Eagles, el fichaje de Vince Young me parece muy acertado. Es casi un clon de Michael Vick y con él aseguran poder mantener el plan de juego incluso cuando Vick se lesione, lo que es relativamente habitual. Solo queda por ver si Young acepta un papel secundario que no supo digerir en Tennessee.

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En los comentarios estáis valorando mucho la marcha de Sidney Rice a Seattle. Es raro que un equipo suelte a un receptor con futuro de tan solo 24 años. También es sorprendente que nadie más puje por él y que termine fichando por unos Seahawks que parecen desmoronarse por momentos. Me temo que la cadera de Rice no quedó todo lo bien que se esperaba tras la operación, o no acabo de entender casi nada. Veremos.


A principios de semana os comenté que Roy Williams no tardaría en encontrar equipo. Lo ha hecho en dos días y ha recalado en Chicago, su destino más lógico. Mike Martz le ha reclamado con la esperanza de que vuelva a ser el super receptor que jugaba en los Lions cuando él era coordinador ofensivo de Detroit. Ese fichaje me gusta mucho. Lo que no me gusta tanto es la marcha de Greg Olsen. Nunca se entendió con Cutler, pero me apena que el destino de uno de los TE más infravalorados de la NFL sea Carolina, donde difícilmente podrá tener un papel determinante… salvo que Cam Newton nos sorprenda a todos.

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Dicho todo lo anterior, agradezco vuestras aportaciones en los comentarios. Todos los fichajes importantes están bien contados y comentados.

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Y ahora, con ustedes, Ochocinco en la pista central.

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Si hay una posición en la NFL llena de cabareteras es la de receptor. En los extremos de las formaciones ofensivas abundan las divas caprichosas, egoístas, descaradas y tronadas. Siempre se pone a Jerry Rice como el ejemplo del receptor perfecto tanto dentro como fuera del campo, pero es casi una excepción dentro de un mundo de excentricidades… y eso que siempre se pasa por alto que de vez en cuando sacaba a bailar su pico de oro.

Dentro de esos excéntricos hay tres tipologías, perfectamente personificadas en Randy Moss, Terrell Owens y Chad Johnson-Ochocinco-como-se-llame.

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Moss nunca ha sido gracioso aunque se lo haga. Siempre ha vivido de sus extraordinarias facultades pero su moral es frágil. No persigue todos los balones, no corre como debe todas las rutas y eso da pistas a las defensas, no muere por sus colores, revoluciona el vestuario por las malas y no es original es un celebraciones, ni espontáneo en sus gamberradas. Moss no mola.


Terrell Owens acumula muchas de las celebraciones y anécdotas más memorables de la historia. Es un jugador fantástico, pero también es un showman fabuloso. Siempre imprevisible, tanto en su juego como en sus fantasmadas. Se cuida con mimo para estar siempre en el mejor estado de forma posible, pelea cada ruta, cada balón, cada jugada, como si fuera la última. Es un profesional como la copa de un pino y tiene más cojones que nadie. Su problema es que no es listo y siempre dice lo que piensa. Y creo que lo hace sin malicia, pero también en el momento más inoportuno. En realidad lleva mucho tiempo sin abrir la boca en temas deportivos y, aún así, los periodistas buscan la manera de tergiversar sus comentarios para crear polémica como han hecho siempre. Con la edad ha perdido el pegamento que tenía en las manos, pero el año pasado volvió a demostrar que es un monstruo. TO mola mucho.


Chad Ochocinco es un hijo de nuestro tiempo. Un gracioso prefabricado pero muy bien metido en su papel. El personaje mediático ideal en el mundo de los iphones, las tablets y las redes sociales. No da un paso sin cuidar su imagen, sin estudiar los pros y los contras, sin una red de protección. Mientras TO celebra un touchdown en la estella solitaria del estadio de los Cowboys y repite la celebración pocos minutos después jugándose la vida, él avisa de que va a hacer un Lambeau Leap y luego se tira sobre varios aficionados de los Bengals colocados ahí por si acaso. TO se hubiera lanzado a la zona con un verde más espeso sin pensarlo. Pero Ochocinco sí que es listo. Mucho más que Moss y Owens juntos. Es cargante, pero es simpático y sabe recular. Decide que va a jugar al fútbol y luego confiesa que es un incompetente. Se sube a un toro de rodeo y se tira en plancha en el primer segundo. Se pasa el día proyectando extravagancias que anuncia en twitter al instante y siempre está en boca de los aficionados. Profesionalmente no es ni tan escrupuloso como Owens ni tan descuidado como Moss. Su carrera ha sufrido un bache en los últimos tres años, después de ser deslumbrante durante seis temporadas seguidas en las que superó las 1.000 yardas y consiguió un abono para la Pro Bowl, y creo que el motivo fundamental es que se ha preocupado más de hacer el payaso que de jugar al football.

A grandes rasgos ese es Ochocinco. Para muchos un imbécil y para otros un genio. En mi opinión, peor jugador libra por libra que Moss o que Owens, pero aún en el cenit de su carrera, mientras que a los otros dos no les queda casi gasolina.


Los Patriots han sufrido una metamorfosis curiosa en su relación con los aficionados desde que ganaron el anillo. Cuando derrotaron a los Rams, pocos meses después del 11-S, se convirtieron en un icono del espíritu que los estadounidenses creen encarnar. El afán de superación de un grupo mediocre que conquistaba el mundo enloqueció a los aficionados y a los que no lo eran tanto. Poco a poco la gente se cansó de tanto mediocre ganado partidos in extremis y humillando. En tiempo récord se convirtieron en el equipo más odiado. Ellos ganaban anillos y acumulaban enemigos que les acusaban de tramposos, soberbios, antideportivos o, directamente, de hijos de puta.

Los Patriots han dejado de ganar anillos, pero manteniéndose en la élite sin volver a ser el equipo gris de antaño. Al contrario, siguen despertando las mismas sensaciones extremas de amor y odio. Copan la programación de los partidos emitidos en abierto para todos los EEUU y para mucha gente su duelo con los Colts es en el gran acontecimiento anual de la NFL después de la Super Bowl. Un partido imprescindible.

Creo que la dinastía de los Patriots de Bill Belichick ha transcendido la mera competición. Es algo más. Una especie de circo dentro de la NFL. Un equipo fuera de concurso del que todos disfrutamos, ya sea amándolos u odiándolos, sin importar demasiado el momento en que dejan de aspirar al título.


El fichaje de Ochocinco, como el de Haynesworth, simplemente enriquece las atracciones ofrecidas por el circo de los Patriots. Bill Belichick aparece en el centro de la pista, con su sudadera rota y su cara imperturbable de pocos amigos para presentar al enano acróbata, el contorsionista, los escapistas, el hombre bala y el tragafuegos. Trapecistas, magos y fieras salvajes paralizan el corazón de los espectadores y, desde ahora, el payaso más famoso del mundo y el forzudo cobarde completan el espectáculo.

Lo mejor es que los ha conseguido muy baratos y con garantía de devolución. No creo que a Belichick le puedan molestar las extravagancias de Ochocinco fuera del campo, pero como se pase de listo en el emparrillado le va a correr a boinazos y le va a señalar la puerta como ya hizo con Moss. Por eso creo que Ochocinco, que es un tipo muy listo, seguirá con sus tonterías en twitter pero se centrará en el campo, como antaño, para convertirse en la amenaza profunda que necesita Tom Brady. Y no tengo ninguna duda de que encajará perfectamente en la parada de los Monstruos.

Y un año más, sintamos odio o simpatía por los Patriots, estaremos encantados de verlos actuar cada domingo desafiando a la gravedad con triples saltos mortales, haciendo correr al enano escapista, domando leones desde la cuerda floja y dependiendo del lanzador de cuchillos que da siempre en la diana. Pero ahora tendrán nuevas atracciones: el payaso twittero cogerá bolas de fuego en el aire y la mujer barbuda derribará bolos con la barriga.

(EDITO: ¿Cederá Aaron Hernandez el dorsal 85 a Ochocinco? ¿Jugará Ochocinco con el 89, que creo que está libre, y se cambiará el nombre? En Boston no se habla de otra cosa).

Pasen y vean, niños y grandes, el mayor espectáculo del mundo inicia su gira mundial.