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Otro cumpleaños feliz

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Tomás de Cos

Hace ahora un cuarto de siglo que el ‘mesías’ del tenis español, Rafael Nadal Parera (Manacor, 3 de junio de 1986), primogénito de Ana María y Sebastián, asomó por este mundo. Un chico normal al que el destino y su pasión natural por la competición, lo convirtieron en un tenista descomunal y un icono universal. Todo ello tras muchísimas horas de trabajo bajo la supervisión de la sabia y exigente batuta de su tío Toni Nadal.

Pero probablemente su mayor éxito ha sido mantenerse fiel a sí mismo. Ni los títulos, ni los récords, ni la fama, ni la fortuna amasada por el camino, han cambiado su forma de ser y de entender el deporte que ama. Un deporte para valientes y gladiadores en el que, con su esfuerzo y su talento, ya se ha ganado un hueco entre las leyendas de la historia.

Nadal es un hombre acostumbrado a perseguir sus sueños. Los agota, los acorrala y finalmente los atrapa para sí. Del mismo modo que hace con sus rivales. Es tal su voracidad y competitividad, que hace ya seis años, desde 2005, que Nadal se autogestiona su regalo de cumpleaños. Ayer no fue distinto. Aparcadas las dudas padecidas durante la primera semana de torneo, Rafa se regaló su sexta final de Roland Garros, donde nunca perdió una, en las siete ediciones que ha disputado.

Un presente de un valor incalculable, por la dimensión del rival y el modo de conseguir doblegarlo. En el duelo entre los dos mejores contraataques de la ATP, Nadal superó a Andy Murray en tres sets (6-4, 7-5, 6-4) entre remolinos de viento. Su fuerza mental volvió a controlarlo todo. Ralentizó el servicio para dominar más con su derecha y, pese a ello, fue capaz de salvar hasta quince bolas de break de un total de dieciocho. Un registro sencillamente demoledor.

Pero por primera vez el mejor regalo de cumpleaños no se lo procuró él. Llegó de manos de su amigo Federer en el “encuentro entre el mejor tenista del momento y el mejor de la historia”, como lo había bautizado el propio Nadal. El suizo había sido el último hombre en ganar al 'Djokovic invencible', al de las 43 victorias consecutivas y las cuatro finales ganadas a Nadal, y en una rendida Phillippe Chatrier cerró el círculo. Hurgó en la presionada cabeza de Djokovic, que se jugaba mantener la racha, el nº1 y su primera final en París, y mostró la clase y la casta de campeón veterano. Recordó a Agassi y a su querido ‘Pistol’ Sampras.

Ante un rival seis años más joven, Federer no rehuyó el combate cuerpo a cuerpo y disparó 18 aces y 48 golpes ganadores. Hasta veinticinco bolas de break se fabricó el helvético, que sin embargo sólo aprovechó cuatro. Precisamente con un saque directo finiquitó al serbio (7-6, 6-3, 3-6, 7-6) en el cuarto set de un partido que dejó momentos de un tenis estratosférico por ambos contendientes. “Cumpleaños feliz”, le faltó decir a Roger, que dejó a Djokovic con la tercera mejor racha victoriosa de la historia, con 43 triunfos, a uno de Lendl (44) y tres de Vilas (46). ‘Nole’ tiene mucho de lo que sentirse orgulloso y debería digerir rápidamente la derrota.

Nadal se quita de en medio a su bestia negra de 2011, y motivo de sus recientes inseguridades, y puede afrontar tranquilo su último combate hacia su sexto título en París, el que le igualaría con Björn Borg y le permitiría alargar más su reinado ATP. El español tiene mucha ventaja sobre el suizo en tierra batida. Lo conoce muy bien, tiene más resistencia física y mental y una pesada historia de precedentes a su favor. Además, su derecha liftada anula casi por completo el estético revés a una mano del genio de Basilea, para el que la cuarta final en París frente a Rafa se presenta prácticamente como un nuevo reto imposible. El décimo grande de Nadal está muy cerca.