El globero fantasma
En el mundo del cicloturismo hay un término maldito, que todo el mundo odia. Un adjetivo que ofende a la mayoría. La palabra cizañera que ha provocado más disputas, discusiones y peleas incluso sangrientas. Ese vocablo innombrable es el que paso a escribir con cierto miedo supersticioso: ‘globero’. Además, alcanza su punto de ebullición cuando se une a las dos siguientes palabras: ‘eres un’. Así que la expresión “eres un globero” se convierte en un tridente demoniaco que ningún ciclista quiere sentir cerca de sus orejas.
Ya que hablamos de orejas, os tengo que contar que estoy bastante preocupado. En estas fechas el campo está lleno de escarabajos de todos los tamaños que vuelan completamente alelados. Mientras pedaleas, es normal que te puedas llevar por delante una mosca o una avispa (a propósito, una me pegó un tremendo picotazo en la sien hace unos pocos días), pero los escarabajos se chocan contra ti sin conocimiento, a toda velocidad, en su eterno despiste. Así que cada rato estás escupiendo uno pequeño que se te ha metido en la boca, o notando como uno gigantesco impacta contra el casco provocando un sonoro ¡CLONCK! El caso es que hoy se me ha metido uno en la oreja. Pero no se ha quedado fuera, sino que ha aterrizado con la habilidad propia de un piloto de portaaviones dentro del conducto auditivo. Una vez dentro se ha dado cuenta de que no había salida por el otro lado y ha empezado a moverse aterrorizado, frenético, intentando salir. No penséis que yo he vivido la aventura con la frialdad que muestro en la narración. Mientras el escarabajo zumbaba, yo aullaba y me daba golpes en el caso intentando hacer que saliera. En estas estaba cuando me he cruzado con un par de caminantes que se han detenido en medio del camino a presenciar el espectáculo, convencidos de que yo era un loco fugado en bicicleta de cualquier psiquiátrico.
Mis gritos mientras me golpeaba en el casco, y sus zumbidos, se han prolongado durante más de un minuto. Por fin ha dejado de moverse, aunque no tengo muy claro que haya abandonado el conducto. Así que estoy en un dilema. Lo más probable es que fuera capaz de recular, y saliera para continuar su vuelo atontado hacia ninguna parte, pero me preocupa que haya sido capaz de abrirse paso hasta el cerebro. ¿Tendré dentro de mí un coleóptero medio idiota alimentándose de mi diminuto cerebro? No os riáis, que estoy acojonado.
Tradicionalmente, en las fiestas de los pueblos, verbenas y celebraciones varias, era habitual, mediado el siglo XX, que los vendedores de globos se movieran en bicicleta, arrastrando detrás de ellos una nube de colores que hacía las delicias de los niños. Los más sofisticados los hinchaban con un tanque de helio, que llevaban atado en la parrilla, pero también era habitual que los balones de goma se inflaran con la bomba de aire de la bicicleta, para que fueran más baratos. Lo que convirtió su profesión en un término despectivo nació en el momento en que el vendedor arrancaba la bici. Los globos voladores se convertían entonces en un ancla y cada pedalada costaba el alma. Así que, hace ya muchísimos años, un espectador de una carrera popular se hizo el gracioso y comparó el pedaleo cansino del último del pelotón con el esfuerzo titánico del que arrastraba los globos en la feria. Con el tradicional boca a boca que tan bien funciona en la cultura popular de este país, el término globero se convirtió en la definición perfecta del quiero y no puedo.
Creo que Stan Lee debería inspirarse en Roger Goodell o en DeMaurice Smith para crear el nuevo personaje estelar de ‘La Casa de las Ideas’: el Globero Fantasma.
Escribir este artículo me ha provocado una terrible sugestión. Vuelvo a sentir algo moviéndose en mi oído izquierdo. Os dejo. Me voy corriendo a ver al médico de la empresa. Cada vez estoy más seguro de que un alien pretende sorberme el cerebro.