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Quince años, diecisiete años

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El Real Madrid deja en quince la cuenta de años sin jugar una Final Four pero se irá como mínimo a diecisiete la de temporadas sin alzar la corona europea tras un doloroso costalazo ante un Maccabi abrasador que ganó por lógica, juego, liderazgo y gestión de recursos. El Real Madrid se quedó corto y aireó los defectos que le conocemos de memoria. Terminó desenfocado pero salió en la foto y ahora toca trabajar para cruzar el último puente. Una cuestión de ambición, lógica, equilibrio, estabilidad, inversión e inteligencia. Son los pasos más trascendentales, seguramente los más difíciles. Es el momento de decidir entre recrearse por el regreso tras quince años o rebelarse por los (mínimo) diecisiete sin corona. Acomodarse o avanzar, sentirse saciado o rugir de hambre.

El Real Madrid no jugará la final de la Euroliga. La mala noticia es que la maldición se alargará como mínimo hasta los diecisiete años; La buena, que han quedado atrás quince (tres lustros: una vida) de destierro de la Final Four. Las sensaciones ahora son malas porque viajan en el estómago de la derrota, en alas de la sensación de haberse quedado muy corto, de ser el invitado de compromiso, un actor de reparto anónimo o un soldado sin galones, carne de cañón en primera línea de fuego.

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Como resurgen las cepas de pesimismo destructivo conviene invertir el relato y comenzar con la moraleja, que la hay: el Real Madrid no está tan lejos como para salir corriendo y aplicar la ley de tierra de quemada ni tan cerca como para relamer su heridas con complacencia. Los equipos grandes aprenden de los golpes -la letra con sangre entra- y lucen una colección de cicatrices que es a la vez testimonio orgulloso y libro de texto. Si el Real Madrid no reflexiona desde una posición constructiva pero crítica, si cunde el pánico o impera el inmovilismo, la derrota habrá sido en vano y las opciones de gobernar el continente seguirán siendo quiméricas, colgadas de las azarosas vicisitudes del deporte. El equipo seguirá de forma perenne dentro del grupo de siete u ocho candidatos pero fuera del de los tres o cuatro favoritos y su mayor o menor avance dependerá sólo de picos de forma y circunstancias del calendario y el juego.

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Si no cumple con su parte del trato que le propone la propia competición, el Real Madrid podría volver a una Final Four el próximo año o tardar otros tres lustros. Podría llegar y ser campeón o, probablemente, llegar para volver a ser enviado a la lona de un manotazo en el primer asalto. El 82-63 que le endosó Maccabi es una invitación, si se observa con voluntarismo, a acortar la distancia no con una carrera histérica sino con pequeños (en realidad los más grandes) y bien medidos pasos. Porque lo que le faltó al Real Madrid en el Sant Jordi fue en definitiva lo que le ha faltado todo el año: juego. Porque sus carencias fueron las que todos conocemos de memoria, las que puede recitar de seguido cualquier aficionado, no digamos un retorcido tahúr como David Blatt: colapsos en la circulación, falta de liderazgo (sangrante en la rotación exterior), nula regularidad en el tiro exterior, pegamento defensivo en la zona… Son defectos y son coordenadas, pistas. El Real Madrid ha vuelto a salir en la foto de los mejores pero Blatt, artero retratista, agigantó su perfil malo. A partir de ahora (el verano, el verano, el verano…) hay que trabajar para llamar otra vez a la puerta de la gloria. Toc, toc… ¿Hay alguien ahí?

Maccabi, un equipo de baloncesto


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En la segunda semifinal del Sant Jordi un ejército bien adiestrado y jerarquizado aplanó a un valiente pero desmarañado grupo de partisanos. El partido demostró que la fría lógica y el deporte se alinean más veces de lo que parece: el Real Madrid jugó como suele y Maccabi hizo un partido estándar dentro de su estilo y sus condiciones. El 82-63 final está seguramente por encima de la diferencia real entre los dos equipos pero sí enseña con nitidez dos cosas. Por un lado que Maccabi ganaría siete de cada diez partidos al Real Madrid y por otro que en la era del scouting, los vídeos, los análisis multimedia, los comandos de ojeadores y las exageraciones tácticas, Lele Molin y su equipo hicieron muy poco para evitar que su rival desplegara su arsenal habitual.

Y su rival, Maccabi, es un equipo con el lujo concentrado y no demasiada profundidad pero un conocimiento pleno y una optimización sensacional de sus recursos. Un equipo de baloncesto con mayúsculas que hizo ante el Real Madrid su trabajo, otro día en la oficina. Ha promediado en Euroliga 82 puntos y 82 anotó. Ha cogido 36’5 rebotes por partido y se fue a 34, ha repartido 16’5 asistencias y llegó a 15 y ha perdido 11’4 balones y se quedó en 10. El partido fue casi el retrato robot de un equipo que, incluso con la baja capital (en ataque y defensa) de Perkins fue tiñendo el partido de amarillo hasta que un ligero goteo se convirtió en una marejada perfecta.

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Blatt exprimió sus clásicas variantes defensivas desde las zonas con ajustes hasta una presión agotadora que desquició en un santiamén el sistema nervioso de un Real Madrid que ni obligó a Pargo a tomar malas decisiones ni cortocircuitó su conexión con Sofoklis. El base dirigió (7 asistencias), cargó de faltas a todo el que intentó defenderle y dejó una estela de escuela playground, puntos decisivos (13) y un mate de póster. Schortsanitis encontró posiciones cerca del aro y si tardó en hacer daño fue porque sus manos amanecieron aceitosas por la tensión. Después 16 puntos, 5 rebotes y en ningún momento problemas reales con las personales. Maccabi disparó sus prestaciones habituales en un tiro exterior en el que pasó de peligroso a letal: 12/23 en triples al ritmo de Pnini, Blu y el maravilloso Chuck Eidson, de profesión jugador de baloncesto: alero, escolta, ala-pívot y base. 19 puntos, 6/9 en tiros de campo, 8 rebotes, 6 robos de balón, 2 asistencias, 6 faltas provocadas y 33 de valoración. Eidson fue capaz de anotar cinco puntos seguidos, incluido un 2+1 tras robar el saque de fondo a un aterido Fischer. Y puso firma al despegue final con un triple tras tres rebotes ofensivos de su equipo cuando el Real Madrid, desfondado, ya se batía en retirada. Perdió el segundo tiempo 50-34 (Blatt nunca baja el ritmo ni especula) y acabó vendiendo barata incluso la lucha por el rebote, durante tres cuartos su tabla de salvación (lo ganó 39-34, 15-5 en capturas ofensivas).

El Real Madrid paga la ronda

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Sólo en el rebote calcó el Real Madrid sus números habituales y gracias fundamentalmente a un Felipe convertido, incluso con sus malas decisiones, en un one man army, ejército de un solo hombre: 15 puntos, 14 rebotes. No se puede ganar una semifinal de Final Four con un 31% en tiros de dos (13/41) y un 30% en triples (7/23). No se puede sobrevivir robando menos balones y perdiendo más, repartiendo menos asistencias e intimidando menos. La valoración estableció un concluyente 93-57 para Maccabi. No se puede ganar con una rotación irreal en la que Begic, Velickovic y Vidal se quedan sin minutos. No se puede ganar sin aportar soluciones sobre la dinámica del juego y ahí aparece la figura de un Molin que fue finalmente, y como no era difícil imaginar, primer plato en una cena de gala para ilustres caníbales: Pianigiani, Obradovic… y Blatt. Mientras que Maccabi adaptó el partido a su estilo, y no al contrario, e hizo pequeños pero decisivos ajustes (reforzó las ayudas sobre Tomic en el segundo tiempo), Molin movió la noria con actitud azarosa en busca de un quinteto que diera con el interruptor adecuado. Lanzó cartas al aire a ver si cinco de ellas caían de cara al mismo tiempo. No hubo suerte, sólo un fajo desparramado sobre el tapete.

Maccabi obligó al Real Madrid a interiorizar sus propios defectos y a partir de esa inseguridad el equipo blanco perdió el partido. No tuvo dirección porque Prigioni estuvo lento y colapsado (pese a un par de triples en momentos importantes) y Sergio fue una calamidad en sus escasos 13 minutos en pista. -3 de valoración para el canario, -4 para un Mirotic superado y -3 para un Tucker que no sólo falló todo lo que tiró hasta, irónicamente, el último ataque del partido (1/8) sino que empeoró su cuadro clínico a base de malas decisiones y pésima ejecución. Sus fallos, la transparencia de Mirotic y las horribles lagunas de Sergio resultaron en una segunda unidad desastrosa sobre la que bailó literalmente una defensa macabea que subía el ritmo a golpe de transición rápida tras cada pérdida o cada tiro fallado por el Real Madrid. Clavos en la tapa del ataúd. Fischer intimidó pero no interpretó el juego y Tomic produjo (17+6) pero no fue factor desequilibrante, casi inoperante entre el tercer y el último cuarto cuando el partido se resolvió. Suárez se desdibujó en posiciones demasiado estáticas en el exterior y Llull completó un partido horrendo, sin sensaciones en ataque y equivocado en la lectura defensiva. Le retrató su ansiedad pero también la deriva de un equipo que entró en fase de supervivencia demasiado pronto, abandonado a acciones individuales, a la corneta de la épica y a los tiros mal seleccionados con demasiados minutos por jugar. Falta de referentes pero también la crisis nerviosa de quien ha sufrido tanto para superar trances anteriores (22-14 en el segundo cuarto, 53-43 en el tercero…) que prefiere la cápsula de cianuro, no sufrir más (11-2 en los cuatro primeros minutos del último cuarto: la sentencia).

El Real Madrid, en fin, perdió siendo el Real Madrid, con sus inmensas lagunas de juego y con su capacidad de sufrir y hacer la goma hasta llevar los partidos a la moneda al aire. Es un equipo democrático que pasa el mismo calvario ante cualquier rival, sea éste sumamente modesto o terriblemente poderoso. Un equipo masoquista que pasa por trances similares en casi todas sus victorias y en la mayoría de sus derrotas. Pero en la Final Four no salen las cuentas de la competición doméstica, de los partidos en la Caja Mágica o de una eliminatoria ante Power Electronics solventada en el segundo tiempo del quinto partido. La psicología que (se supone) aporta y la autogestión que (creemos) permite Lele Molin no valen ante rivales con tradición, estilo, juego y una competitividad feroz. Al Real Madrid se le vino encima la realidad tras unos esperanzadores primeros minutos. No hubo liderazgo ni en el banquillo ni en pista. No hubo soluciones colectivas ni individuales y no hubo golpes de efecto. Ganó Maccabi y creo, aunque la diferencia real no sea de 19 puntos, que ganó la lógica. Y el baloncesto, aunque esta vez duela admitirlo.

El futuro empieza ahora

El Real Madrid es joven pero no insultantemente joven y en cualquier caso este hecho no puede servir de perenne justificación. De hecho el Real Madrid es más inexperto que joven porque Mirotic (20 años) es el único verdaderamente imberbe. Llull tiene 23 y Tomic, Sergio y Suárez, 24. Jóvenes pero no pipiolos listos par ser desplumados. Y mientras que puede preocupar la poca evolución de Llull o la falta de cemento (pese a sus brotes verdes) de Tomic, el Real Madrid tiene un problema realmente serio en el puesto de base, donde Prigioni agota el kilometraje de sus piernas y Sergio Rodríguez sigue perdido en el transbordo entre Estados Unidos y España: esporádicos destellos de brillantez ofensiva y evidentes lagunas en defensa, en el tiro, en la lectura del juego en estático...



El equipo, creo, necesita un base, tal vez otro interior de perfil duro y defensivo (a Begic casi no le hemos visto pero es más bailarín que boxeador) y muy especialmente un referente en el juego exterior, un anotador fiable y una fuente de porcentajes altos y regulares en el tiro de tres: una amenaza. Un tipo de jugador que no es desde luego Tucker y que está por ver si podría ser un Jaycee Carroll que es una ametralladora infinita pero del que está por probar su adaptación a la alta competición y a la máxima presión del puñado de partidos en el que se decide una temporada (una Final Four, por ejemplo). La cuestión está en su capacidad defensiva, sus escasos 188 centímetros y su capacidad para dar el salto que separa (aquí está el único paralelismo que se puede hacer con Tucker) al anotador compulsivo de equipo mediano del líder estable en aspirante con galones. No desaconsejo su fichaje, sólo apunto hacia los factores de riesgo.

Del Sant Jordi sale la sensación de que el cambio también afectará al banquillo y ahí reside otra decisión dramática que requiere máximo tino. Porque el Real Madrid necesita una mezcla de estabilidad e inversión que hasta ahora le ha resultado muy difícil aplicar. Pone ingredientes pero rara vez en las proporciones justas o con el punto de cocción exacto. El resultado acaba siendo agridulce y sorprendente: Para llegar a esta Final Four se ha pasado por un amago de golpe de estado, unas cuantas costaladas serias y una catarsis (más efectista que real si nos atenemos al juego) que implicó la salida de Ettore Messina, que saludó a Florentino en la grada del Sant Jordi en una instantánea extraña, improbable, casi exótica. Lo que pudo ser, lo que no fue y lo que tendría que haber sido, todo en uno. Sombras del pasado cuando lo que queda es el presente, los playoffs ACB, y sobre todo el futuro y el trabajo para que este viaje a Barcelona y esta derrota ahora dolorosa tengan el máximo sentido. Inteligencia, inversión, equilibrio, estabilidad, mano firme. Liderazgo: en los despachos, en el banquillo, en el campo. El Real Madrid está, según se mire, todavía lejos o terriblemente cerca. Sólo tiene que acertar en los próximos pasos. No los más grandes, seguramente los más difíciles.