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Descubriendo el mundo: Primera parada. Australia

Melbourne, la ciudad de las cuatro estaciones 

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Regreso a casa impresionado por la ciudad de las cuatro estaciones en un sólo día. Calor, lluvia, frío, más calor... Me habían hablando mucho de Australia, me había documentado sobre Melbourne, pero todo cambia en el momento en que beso a mis hijas y comienzo a echar de menos a mi mujer, aunque aún no me haya ido. Es ese instante dolorosamente mágico en el que empieza el trabajo y me siento más periodista que nunca, en el que marcho a descubrir el mundo. Esta vez partí desde la calle Mayor, previa visita a la Librería Méndez, uno de esos lugares imprescindibles para quien ame los libros y ese olor que desprenden que aún sobrevive a lo que esta por venir en pleno centro de la capital de España, después breve visita a la SER, primer favor de esa tecla imprescindible del equipo de la cadena más importante de España que se llama Jorge Escorial, teléfono vital, y rumbo a esa maravilla de la arquitectura que se conoce como Terminal 4 de Barajas. Atrás queda otro universo de pequeños descansos intercalados con mil y una aventuras innecesarias en este nuevo e imperante mecanismo en que vivimos de beneficio inmediato y real, pero imprescindibles en mi forma de ver la vida, como defender mi Valdemorillo natal y pretender hacer cosas por los demás, sólo mi presumible ética interior y jamás lo que piensen los que sólo piensan en ellos me haría cambiar una intención que espero pueda ser. )

El viaje que esperaba era intenso, largo, más de lo que nunca hubiera hecho antes, una incógnita repleta de sitios inesperados. Primera parada Dubai. Es increíble el aeropuerto del emirato, llegue a las tres de la madrugada y allí había más gente entre las tiendas del duty free que en la calle Preciados en plenas Navidades. Gentes de todos los colores, razas, religiones... jóvenes yanquis disfrazados de hip hop con gorras planas, mochileros empedernidos salidos de alguna cuneta, mujeres vestidas de negro con el velo musulman tapando todo menos sus ojos, alguna con el burka y sus ojos enrejados, niños y padres indios ataviados únicamente con túnicas que parecen sábanas blancas, incluso alguna geisha japonesa cogida de la mano de un chico recien salido de un capitulo de manga nipón, junto a bellas modelos españolas o británicos vestidos de etiqueta y maleta perfecta negra, cuero, clase... Podría pasarme las horas allí mirando a la gente pasar y escribir novelas en las que ellos fueran los protagonistas. Pero a cambio lo que hice fue, por primera vez coger un avión cuyo destino final fuera Australia...

Para mi, este año, casi siempre será la primera vez y tengo que responder con una ilusionada afirmación a la tercera pregunta que te hace quien te conoce en el asiento de al lado de un avión después de que te haya contado que se dirige a vender telas valencianas en Arabia Saudí, o al taxista africano que pretende venderte Asmara, la capital de Eritrea, como el nuevo destino turístico del planeta. ¿Its your first time? Yes, lo es. Cuando voy a un lugar, sea en las Antipodas de nuestro mundo o en el pueblo de al lado del mío, me gusta contar lo que pasa allí, uno de mis grandes retos como enviado especial de este periódico (que bella palabra que algunos están empeñados en derribar aunque cada vez se leen más y se venden más), uno de mis objetivos decía es no intentar explicar de la mejor manera posible lo que sucede en la Fórmula 1 como deporte, en primer lugar, y después y con especial interés y por este orden como ustedes comprenderán, en lo que ocurra con Alonso, Alguersuari e Hispania, sino también contar lo que pasa en los sitios que tengo el privilegio de visitar, qué hay, cómo son, qué piensan, cómo se vive en los países en los que se disputa el campeonato del mundo de Fórmula 1. Y qué pasa cuando la F-1 está allí.


Así lo hice en una intrahistoria, en realidad un reportaje social o humano que en AS lo llamamos así, titulada ‘Veimous Fernandou’, pero también lo haré aquí en este blog que, por si alguien no se había dado cuenta es, íntimo no, porque lo que quiero es compartir con todos vosotros, pero personal sí. No pretende, eso nunca, convertir a este humilde periodista en noticia, sino, a traves de lo que yo vivo contar cómo es el mundo al que llega la Fórmula 1. Espero que os guste.

Estábamos embarcando hacia Melbourne, previa parada, algo que yo desconocía hasta que comenzaron a aparecer señores y señoras, niños y niñas vestidos con extrañas túnicas y gorros asiáticos, en la capital de Malaisia, Kuala Lumpur. El vuelo se demoró más de media hora porque un personaje que, casualmente se sentaba delante de mí, algo que no descubrí hasta que intenté sentarme en su sitio, ahora descubriremos la razón de mi intento de mover el asiento, no encontraba a su amigo que finalmente llegó ante los gritos desaforados del otro al que las azafatas tuvieron que tranquilizar como un Melendi cualquiera (pobre el cantante... cría fama, pero es que el símil venía al caso. Lo siento, lo siento). Así las cosas tuve que quedarme pegado a la ventana en un viaje que de ocho horas que suponía catorce junto a un malayo y su señora, ella muy sonriente y desdentada, normal a su edad, y él, con una mascarilla adornando su cara, un pañuelo recogiendo sus restos de los cada vez más frecuentes estornudos. No, apenas pude dormir. Un libro leído, dos películas vista, un amago de blog escrito y llegada a Kuala Lumpur.

Desde el cielo se contempla una selva de palmeras que dejan el palmeral de Elche en un intento, cientos de miles alfombran la tierra malaya y de repente el aeropuerto. Salida, entrada, una hora de espera, avión limpio y a Australia al fin.

Tuve algo más suerte esta vez en la lotería de la clase turista, el avión iba casi vacío y solo me acompañaba mi sombra así que pude descansar un poco más con el día perdido entre la noche, la noche sin saber donde ubicarse y mi cabeza ardiendo de dolor entre golpeteos incesantes de la maldita tensión arterial. Pastilla tecnoretic, descanso de los guerreros del tambor que despiertan mi cerebro y a intentar dormir. Una película más, escribir y escribir y siete horas más tarde la noche australiana.

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Lo primero que se descubre al llegar a este país es que estamos en un sitio serio, controles y más controles, mucha educación, nada de alimentos de por ahí, pasaporte en regla, un argentino que se alegra al escucharme hablar sólo en español y la chica que me mira la cara del pasaporte para ver que soy yo que se despide con un disfrute de nuestro país en perfecto español y una sonrisa.

Entro en un taxi para doce pasajeros, un minibus con destino a The Como. El taxista, un ciudadano de Bangladesh con turbante incorporado, me pregunta a la tercer si es mi primera vez en Australia. ¿De dónde eres? Sí, español. Oooohhhh, España, la campeona del mundo de fútbol. Y sí, se hincha uno y comienza a recitar los nombres de nuestros campeones, de arriba a abajo, se los sabe casi todos, pero no, hay uno que no es capaz de reconocer. Iker Casillas. Hombre, sí, Iker, Iker. No, no, ni idea. Ikeer, el portero del Real Madrid. Ahhh, Aikar, ¿disculpe? Aikar... Ah, sí, ese. Aikar Casillas.

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En The Como, gracias Elena, ya estaban esperándome, maletas arriba, habitación sorpresa con hidromasaje y vistas a uno de los miles de parques de esta ciudad. Pensaba que me iba a costar dormir, ya saben el jet lag y todo eso... pero minutos después ya disfrutaba del mundo de los sueños...

Melbourne es una ciudad nueva, cosmopolita como pocas, bien ordenada, repleta de jardines y parques, con cada cosa en su sitio, un centro (la city) donde crecen los rascacielos como palmeras en una plaza del Mediterráneo, y con el mar visitando su costa, amando sus playas. 



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La playa de Sta. Kilda es una de las más populares, está cerca de Albert Park, el parque con inmenso lago incorporado en el que se disputa el gran premio, y es una ejemplo claro de lo que supone esta ciudad y por qué durante los últimos diez años, en siete, ha sido elegida como la mejor ciudad del mundo para vivir. Chicas solitarias leyendo con el mar de fondo, chicos que patinan, hijos e hijas que corren sonrientes delante de sus padres, abuelas y sus nietas adolescentes charlando en un paseo infinito, gente con clase, con mucha clase, y un bar frente al mar donde sirven para desayunar tortilla española que más bien debería llamarse tortilla mediterránea. ¿Pero es española de verdad? mire que yo soy de España, le digo a la camarera. Sí, sí, claro es española, con mozzarella y todo, claro. Ejem... Parecía una pizza, pero estaba rica. Al pagar pregunto por alguien español, suponía que lo había, para saber de donde se habían sacado esa tortilla o el subtitulo Alfresco que ponía debajo del nombre del sitio y... llegó una italiana. No, no, yo no soy española, dijo ella, pero entonces apareció, una argentina. Me contó que llevaba dos meses trabajando allá estudiando inglés y conociendo gente, su padre es dueño de una extensa finca de vacas en La Pampa, pero ella no quiere su dinero y viaja por el mundo con su trabajo como única fuente de ingresos. España podría ser su próxima parada. Nada que ver con el camarero de la noche anterior, era chileno y trabajaba en Chivo, al lado del rio Yarra, junto al Casino Crown, pero el gobierno de su país le pagaba la estancia y los estudios en Australia. Interesante programa de inserción laboral. Chile también es un país serio.

 

Al día siguiente volvería allí a comer, ya alejado de mi soledad, con los compañeros de Copa, El Mundo, La Nueva España y Grand Prix para comer canguro. Sí, como dijo alguno es como pedir paella en la plaza mayor, pero no hay nada, en algunos casos, como probar para saber y ahora ya se que el canguro es una carne dura, de sabor extremo e intenso y que, cuando estás comiéndolo se aparecen saltando con sus crías en la bolsa mirándote con ojos tiernos y tienes que dejar de comer.

El parque de Albert Park no es el mayor de Melbourne, pero es un espacio de cuento, campo de golf incluido, rascacielos de fondo, lago dibujado en una postal. El golf es el tercer deporte en importancia en Australia, por delante del tenis, y por detrás del fútbol australiano (vi un equipo de chicas entrenándose en la playa y daban miedo) y el cricket. ¿Y la Fórmula 1? También es importante, pero distinto, se sigue mucho y, sobre todo y ante todo, la semana del gran premio es una auténtica fiesta en la ciudad. El tranvía, que en esta ciudad parece imprescindible y parte del paisaje en sus anchas avenidas con los coches circulando al revés que en Europa, llega directamente desde el centro al circuito y hasta allí se desplazan familias enteras, jóvenes y mayores vestidos con gorras, bufandas y disfraces de Ferrari, Red Bull, McLaren...

¿Conoces a Alonso? All the people know Fernando. Responde el taxista libanés que me lleva ese día al circuito. Sólo conocí un taxista australiano, empeñado en que me quedara una semana más en el país para conocer la barrera de coral al otro lado de esta nación-continente y alquilara una moto para ir a conocer los Doce Apóstoles, una formación rocosa en una playa a unas dos horas de Melbourne, similar a Las Catedrales, cerca de Lugo, pero el doble de grande. La verdad es que, siempre que dejo un lugar, me da la sensación de no haber aprovechado suficientemente este privilegio convirtiéndolo nada más, y nada menos, que en un trabajo. Ese lugar podría ser el símbolo de Melbourne, pero lo es del estado de Victoria de donde Melbourne es la capital y es que esta ciudad, es cierto, adolece de símbolos. Están construyendo una noria gigante que será la mayor del mundo, por delante de la que existe en Londres y la que tienen en Singapur. Pero sólo está el esqueleto formado. Lo más parecido a un monumento es la torre Rialto y ahora la Torre Eureka, un rascacielos infinito provisto de un ascensor exterior en el que se comienza desde la opacidad y de pronto se puede ver el exterior con la sensación de que estas cayendo al vacío. Impresionante. Según cuentan.... porque cuando yo fui estaba cerrado por reformas.

Salir de esta magnífica ciudad con mi taxista eritreo fue una experiencia, me iba contando todo lo que se veía, aquí el campo de fútbol australiano donde también se juega al soccer, allí el Rod Laver Arena, donde ganó Nadal, más allá el estadio olímpico de la ciudad donde se celebraron los Juegos en los años sesenta... y ahí, donde se ven cientos de personas haciendo deporte y otros tantos paseando es el mayor parque el mayor de la ciudad.



Se hace la noche en Melbourne, Australia se despide de mi como un espejismo de una semana, dos días de viaje incluidos, casi tres, el avión de regreso espera, estas letras estaban en un lugar intermedio entre mi corazón y mi cabeza esperando ser escritas.... Próxima parada Malaisia.