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Entregar el corazón


Ya solo quedan cuatro equipos vivos. Y los cuatro tienen argumentos suficientes para merecer el anillo. Los aficionados otorgamos nuestro favor a unos colores por varios criterios básicos y ha llegado el momento de que nos hagamos la pregunta de casi todos los años: ¿Y ahora con quién voy?

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El primer criterio para elegir favorito es la pasión. Nuestro equipo es X y por él estamos dispuestos a llegar al fin del mundo. Pero en realidad este es un criterio que aquí no nos interesa demasiado. Aún no he conocido a ningún aficionado que esté deseando que su equipo pierda una final de conferencia. Hay gente muy retorcida, pero no tanto.

Los siguientes criterios que aparecen en este artículo se activan en el mismo instante en que queda eliminado el equipo de nuestros amores. O sea, los aficionados de los Ravens, Falcons, Seahawks y Patriots, una vez que se les pase la conmoción por la derrota del fin de semana, se enfrentarán al dilema de decidir quién quieren que gane la Super Bowl. Iñako pasó toda la tarde del lunes llorando por la derrota de los Patriots. Cuando me acerqué a su sitio a consolarle, le pregunté con quién iría ahora. Después de pensarlo unos segundos, me dijo: “¡Con los Packers!”. “¡Rodgers es la máquina!”. Pero me estoy adelantando. Recuperemos el hilo.

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El segundo criterio para apoyar a un equipo es la antipatía por el rival de siempre. Os pongo un ejemplo: Dani Hidalgo preferiría que se acabara el mundo antes de que los Cowboys ganaran otra Super Bowl. Es lo que tiene ser de los Redskins. El 99% de los aficionados del equipo que salga perdedor del Bears-Packers querrán, con todas sus fuerzas, que el representante de la Americana se lleve el anillo. Este criterio se podría resumir en una frase: al enemigo ni agua.

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El tercero en orden de importancia es la simpatía o antipatía por algún jugador o entrenador. Es el criterio que usó Iñako en su respuesta. Estoy seguro de que mucha gente quiere que ganen los Packers por Rodgers o Matthews; los Steelers por Big Ben o Polamalu; los Bears por Urlacher o Cutler; o los Jets por Ryan o García. Pero también se produce el efecto inverso. Rex Ryan también convierte a los Jets en irritantes para muchos.

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El cuarto también tiene la simpatía por motivo básico, pero esta vez es por el más débil. Eso sucedió hace dos temporadas con los Cardinals, o en 2001 con los Patriots. El que llega como víctima se gana los corazones. En el fondo todos tenemos un lado maternal que sale en los momentos más inesperados. Otro ejemplo: si los Seahawks hubieran llegado a la Super Bowl serían los favoritos de una gran mayoría. Casi todo el mundo estaría encantado con su historia de la Cenicienta mientras que yo seguiría predicando en el desierto su condición de impostores. Es lo que tiene el afán por alimentar el debate en un blog.

El siguiente criterio básico, que también lo es en importancia, podría definirse como el de justicia. El aficionado cede provisionalmente su corazón al equipo que a su juicio más merece la victoria. Éste será un criterio muy difícil de aplicar esta temporada. Steelers, Jets, Bears y Packers tienen argumentos suficientes como para merecer proclamarse campeones.


Por último, están los criterios imprevisibles. En realidad estas cosas no se cuecen en la cabeza, sino en el corazón, así que puede haber cientos de motivos peregrinos que simplemente justifican una postura inexplicable. Ahí entran el número de títulos, el color del uniforme, las apuestas por Internet, la actitud durante el encuentro, que un amigo viva en su sede, la necesidad de remontar… En realidad estos últimos criterios son muy leves, casi insignificantes, y cuando alguien tiene que acudir a ellos, es muy habitual que se pase un partido cambiando sus preferencias según por dónde vaya el viento. En realidad son los criterios que usan los recién llegados a cualquier deporte y, curiosamente, suelen ser la semilla a partir de la que crece el criterio fundamental: la pasión.

Cuántos de vosotros sois incondicionales del equipo al que defendisteis, sin saber muy bien porqué, en el primer partido que visteis de la NFL. Como podéis ver, el círculo se cierra.

El corazón es caprichoso y al final apoyaremos a quien él quiera por mucho que nos moleste. Pero en el deporte se produce un milagro que es imposible en cualquier otro aspecto de la vida. Aquí no hay engaños, ni divorcios, ni abandonos. Por muy mal que juegue nuestro equipo, por muchas derrotas que acumule, por mucho que nos disguste y nos de pocas alegrías, nos tendrá atrapados hasta la muerte. Nosotros no lo elegimos a él; él nos elige a nosotros y nos esclaviza de por vida.

No existe un amor más irracional que el que se siente por unos colores.