Entregar el corazón
El primer criterio para elegir favorito es la pasión. Nuestro equipo es X y por él estamos dispuestos a llegar al fin del mundo. Pero en realidad este es un criterio que aquí no nos interesa demasiado. Aún no he conocido a ningún aficionado que esté deseando que su equipo pierda una final de conferencia. Hay gente muy retorcida, pero no tanto.
Los siguientes criterios que aparecen en este artículo se activan en el mismo instante en que queda eliminado el equipo de nuestros amores. O sea, los aficionados de los Ravens, Falcons, Seahawks y Patriots, una vez que se les pase la conmoción por la derrota del fin de semana, se enfrentarán al dilema de decidir quién quieren que gane la Super Bowl. Iñako pasó toda la tarde del lunes llorando por la derrota de los Patriots. Cuando me acerqué a su sitio a consolarle, le pregunté con quién iría ahora. Después de pensarlo unos segundos, me dijo: “¡Con los Packers!”. “¡Rodgers es la máquina!”. Pero me estoy adelantando. Recuperemos el hilo.
El tercero en orden de importancia es la simpatía o antipatía por algún jugador o entrenador. Es el criterio que usó Iñako en su respuesta. Estoy seguro de que mucha gente quiere que ganen los Packers por Rodgers o Matthews; los Steelers por Big Ben o Polamalu; los Bears por Urlacher o Cutler; o los Jets por Ryan o García. Pero también se produce el efecto inverso. Rex Ryan también convierte a los Jets en irritantes para muchos.
El siguiente criterio básico, que también lo es en importancia, podría definirse como el de justicia. El aficionado cede provisionalmente su corazón al equipo que a su juicio más merece la victoria. Éste será un criterio muy difícil de aplicar esta temporada. Steelers, Jets, Bears y Packers tienen argumentos suficientes como para merecer proclamarse campeones.
Cuántos de vosotros sois incondicionales del equipo al que defendisteis, sin saber muy bien porqué, en el primer partido que visteis de la NFL. Como podéis ver, el círculo se cierra.
El corazón es caprichoso y al final apoyaremos a quien él quiera por mucho que nos moleste. Pero en el deporte se produce un milagro que es imposible en cualquier otro aspecto de la vida. Aquí no hay engaños, ni divorcios, ni abandonos. Por muy mal que juegue nuestro equipo, por muchas derrotas que acumule, por mucho que nos disguste y nos de pocas alegrías, nos tendrá atrapados hasta la muerte. Nosotros no lo elegimos a él; él nos elige a nosotros y nos esclaviza de por vida.
No existe un amor más irracional que el que se siente por unos colores.