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Bears-Seahawks: la crónica deportiva


¿Os parece que soy injusto? ¿Qué lo que he escrito es de muy poca vergüenza? ¿Qué he insultado a ambos equipos o a sus aficionados? Antes de seguir adelante, quiero dejar muy claro que me tragué el ‘no partido’ desde el principio hasta el final a pesar de lo que dije en twitter. Ahí, como un machote delante de la tele. ¡Y despierto! También me parece que comparar a ‘Los Impostores’ con los Falcons o los Patriots sí que es poco acertado y muy oportunista. Y por último, no puedo hacer de menos a los Bears, porque fueron tan superiores que ni siquiera necesitaron esforzarse demasiado para ganar. Así que no busquéis desprecio entre líneas porque no lo hay. Pero como veo que hay un clamor pidiendo una crónica deportiva, porque muchos pensáis que lo que escribí ayer no lo era, aquí la tenéis: una crónica escrupulosamente deportiva, que firmaría mil veces, en la que cuento con detalle lo que sucedió en el Bears-Seahawks.

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Las películas de amor terminan cuando el chico y la chica se dan un beso apasionado en una localización mítica de la ciudad en la que se desarrolla la historia. Punto y final. Fueron felices y comieron perdices. Y no hay lugar para una segunda parte. Si nos siguieran contando lo que sucede al día siguiente, descubriríamos que las cosas con el tiempo dejan de ser tan bonitas. A partir de ese primer amanecer comienza la historia del cepillo de dientes, de la tapa de váter, de la alopecia, el mal aliento, los dolores de cabeza, tu madre me tiene asco, la tuya no me traga… Los Seahawks escribieron el fueron felices en su increíble victoria contra los Saints. En Chicago regresaron a la vida real.

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Y la vida real para Seattle es muy dura. Cuando eres feo, pobre, y no tienes carné de conducir, la rubia despampanante no suele durar más de una noche. Los Seahawks parecieron en Chicago exactamente lo que son, un equipo perdedor de récord negativo. Sin recursos, sin argumentos, sin gracia…

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Los Bears empezaron con el acelerador apretado a tope. Tres touchdowns en sus cuatro primeros drives mientras los Seahawks eran incapaces de avanzar un milímetro. Pero mediado el segundo cuarto los de Chicago se dieron cuenta de que enfrente no había rival y decidieron dejar que el partido fluyese en un río de aburrimiento hasta su conclusión. Los Seahawks, conscientes de su impotencia, aceptaron la mano tendida de sus rivales y el encuentro se convirtió en un auténtico amistoso en el que unos no querían hacer daño y otros no tenían ni idea de cómo hacerlo.

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Lo lamento, pero es que no puedo destacar ningún aspecto del juego, ni puedo contar historias épicas o señalar a héroes o a villanos. Lo perpetrado en Chicago fue más parecido a un partido de pretemporada, de esos que quiere eliminar Goodell por inútiles, que a uno de playoff. La única buena noticia de todo el simulacro fue la resurrección de Olsen después de tanto tiempo invernando. Pero ni siquiera eso fue algo recurrente. Todos los fuegos ratifícales del TE se gastaron en el primer cuarto, cuando los Bears aún estaban jugando en serio, pensando que enfrente había un rival.


Ahora no es el momento de echarle nada en cara a los Seahawks. Han jugado todo el año a su auténtico nivel y hace una semana fueron capaces de hacer algo mágico, inesperado, e imposible de repetir. La historia de los impostores ha sido bonita mientras ha durado, pero era inevitable que el final no fuera feliz. Lo malo es que también haya sido aburrido.


Lo acontecido en Chicago no merece una línea más, porque no hay nada más que contar. En realidad, nunca debió suceder.