Falcons 21 – Packers 48
Aaron Rodgers es un escándalo de jugador. Es de otra galaxia. Y no lo es por un partido, ni por dos. Ni siquiera por todos los encuentros que haya podido jugar. Lo es porque cuando sale por el túnel de vestuarios, y pisa el césped, se produce una especie de simbiosis mágica, una conexión inexplicable entre él y la pura práctica de un deporte. En un instante asombroso, Rodgers se convierte en football puro. Esencia de NFL. Solo hace falta ver a Rodgers coger un balón en el snap, una sola vez, para notar que ahí hay algo distinto, especial; que estamos ante un acontecimiento extraordinario, y tal vez irrepetible.
Si miramos el resultado del choque, tal vez parezca una paliza humillante, sin color. Lo fue, pero también es cierto que los Falcons jugaron un buen partido hasta que, diez segundos antes del descanso, Matt Ryan fue interceptado por Williams, que consiguió retornar para touchdown para que los Packers se fueran al vestuario 14-28. De cualquier modo, jugar un buen partido no es suficiente cuando un tornado se te está llevando por delante.
James Starks, sin tener un papel maravilloso, le ha dado a Rodgers el único ingrediente que necesitaba para cocinar su pócima mágica. Ahora los Packers pueden correr. Eso ha abierto el abanico de posibilidades del QB de Green Bay, que ya puede hacer creíbles los engaños, o conseguir que las defensas se cierren para darle espacios.
La defensa de Atlanta también facilitó el trabajo de Rodgers. Se empeñó en lanzar jugadas de carga, con seis y hasta siete jugadores en blitz una y otra vez, y eso fue su perdición. No solo la línea de Green Bay respondió a la perfección, sino que Rodgers, que es un QB muy móvil, se zafó de la presión con suma facilidad. Además, tiene una capacidad sobrehumana para lanzar pases letales, con una potencia inexplicable, mientras corre por su vida. Contra los Falcons disparó varios misiles cruzados en carrera que deberían proyectarse en un bucle infinito en uno de los monitores del Hall of Fame. Sólo he visto lanzar pases en movimiento con esa intención y precisión a dos jugadores antes que él: Steve Young y Brett Favre. A algunos de los más jóvenes le sorprenderá que incluya en ese grupo al viejo y estático Brett, pero durante los años 90’ el mito era tan móvil como el Rodgers actual.
Así que el QB de los Packers se pasó toda la noche aprovechando la agresividad de la defensa de los Falcons para darse un festín. Sus receptores estaban siempre en cobertura simple y además tuvieron uno de esos días mágicos en los que se atrapa todo. El ataque completo de Green Bay repitió la noche extraordinaria de hace un año ante los Cardinals, con la diferencia de que en esta ocasión sí que consiguió un final feliz. Aunque también es cierto que esta vez no tenía enfrente a un pistolero como Kart Warner, sino un Matt Ryan acostumbrado a mover su ataque con mucha pausa y sin estridencias. Cuando los Falcons intentaron meterse en un duelo de ida y vuelta con Rodgers, quisieron jugar a algo muy distinto a lo que están habituados y fracasaron estrepitosamente.
Creo que en esta noche mágica hubiera dado lo mismo qué equipo hubiera estado enfrente de los Packers. Cuando Rodgers se pone a jugar al football como lo hizo ante los Falcons, convierte a los suyos en imbatibles.
Aaron Rodgers terminó con 31 completos de 36 lanzados y tres touchdowns, además de un touchdown de carrera. Unos números perfectos para un partido inolvidable que le encumbran a la élite más exclusiva y, casi definitivamente, al club de los inmortales. Esta es una temporada de sorpresas en la NFL, pero la mayor de todas sería que los Packers no representaran a la Conferencia Nacional en la Super Bowl de Dallas.