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Steelers 31 – Ravens 24

Pittsburg ganó la madre de todas las batallas

Hoy hemos presenciado una de las batallas más intensas, memorables e imprevisibles de la historia del football americano. Las expectativas se han cumplido con creces desde el minuto uno y hasta el último segundo. Más allá del resultado, y de la victoria de Pittsburgh, justa, pero muy sufrida, nos quedará la sensación de haber vivido una auténtica guerra mundial.

El partido tuvo varias alternativas que lo marcaron. Primero anotaron los Steelers, con cierta facilidad, y parecía que entraban en muy cómodos en el duelo. Los Ravens respondieron con un gran drive que terminó con un touchdown que valió el empate. A partir de ese instante nos remontamos a un tiempo prehistórico en que cada pelea era por la vida, en que no existía la piedad ni se hacían prisioneros. La defensa de los Ravens arrasó, literalmente, al ataque de los Steelers hasta el descanso. Big Ben fue molido a palos por un Suggs que entraba arrancando miembros y aplastando cabezas a través de la línea ofensiva rival. Los Steelers iban encadenando errores infantiles. Entre otros despropósitos, no protegieron un balón tras un sack a su QB que terminó con Redding cogiendo la pelota tranquilamente del suelo y entrando casi andando en la end zone rival, para firmar el touchdown que adelantaba a los Ravens 7-14.

Pero en la segunda mitad el partido se dio la vuelta completamente. Si en los minutos previos Suggs había sembrado de cadáveres el ataque de los Steelers, ahora fue Harrison el que provocó el pánico en el ataque de Baltimore. Suggs consiguió tres sacks a Big Ben; Harrison, tres a Flacco. Los mismos regalos que habían hecho los Steelers antes de marcharse a los vestuarios se los devolvieron los de Baltimore tras la reanudación. Todos creíamos que los señores del acero tendrían que apelar a la heroica para remontar ante unos rivales que estaban jugando perfecto, pero sólo tuvieron que sentarse a presenciar cómo sus enemigos se suicidaban en masa. En menos de un cuarto habían empatado. Recién comenzado el último acto, se pusieron por delante.

A partir de ahí parecía evidente que todo estaba en contra de los visitantes. Flacco era un flan. Se asustaba en cuanto veía venir un blitz, estaba más pendiente de no ser golpeado que de encontrar a ningún compañero y, además, cada vez que conseguía lanzar un pase aceptable, sus receptores los dejaban caer de forma increíble. Ni Boldin, ni Mason, ni Heap, ni Houshmandzadeh estuvieron a la altura de la batalla mítica que se estaba celebrando en el Hainz Field.

A pesar de todo, una decisión más que polémica de los árbitros anuló un touchdown de retorno que hubiera puesto cuatro puntos por delante a los Ravens con menos de cinco minutos por jugar. Esa decisión es la única mancha de un partido inolvidable, pero es un borrón grande, feo e innecesario, que convirtió en empate lo que debió ser ventaja visitante.

Tras la controversia, Big Ben zanjó la pelea con un pase mágico de 58 yardas a Antonio Brown que abrió, definitivamente, la cerradura de la defensa rival. Pocas jugadas más tarde, cuando unos y otros estaban jugando en el filo de la navaja en la línea de anotación, Mendenhall plantó la toalla amarilla de los Steeleres, la ‘Terrible Towel’, reclamando la propiedad del campo de batalla.

Los Ravens aún tuvieron un minuto y medio para empatar. Y los Steelers manifestaron el poco miedo que les daba Flacco devolviéndoles el balón en su propia yarda 48. El QB de Baltimore demostró en sus últimos estertores que no está a la altura de sus compañeros. Mientras todos los demás se lanzaron a la batalla, durante tres horas, sin temerle a la muerte, con un abandono total y una ambición desmesurada, él fue casi siempre como un niño perdido, y lleno de mocos, que ve caer las bombas y los cascotes a su alrededor mientras llora desconsolado arrojándose a los brazos de cualquiera que pase a su lado.

Hoy no ha habido ninguna duda. La defensa de los Ravens hizo todo lo que estaba en su mano, pero Flacco confirmó que jugar en un equipo tan extraordinario como Baltimore le queda demasiado grande.