¡Que le cooooorten la cabeza!
La maldad más absoluta, la vileza sin fin, la depravación más abyecta, es la de la madrastra de Cenicienta. ¡Pero que asco me da! Los que tenéis hijos pequeños lo habréis comprobado no hace mucho. ¿Cómo es posible que odie tanto a Cenicienta sin ningún motivo? Si se piensa fríamente, adjudicarle la niña al príncipe aseguraría magníficos matrimonios de conveniencia a sus hijas y una buena cuota de poder para ella. Pero no, la maldad corroe su alma. Es capaz de romper el zapato de cristal con tal de que la pobre Cenicienta siga en el fango.
Los niños pequeños son inefables, capaces de ver la misma película de dibujos animados cientos de veces, incluso seguidas. Yo disfruto mirando las caritas de mi hija pequeña cuando ve Cenicienta. Podría pasar horas haciéndolo (tanto ella como yo). Sale la princesa y la llama “¡¡¡GUAPA!!!” con una pasión que nunca he sido yo capaz de alcanzar en ninguno de los piropos que he lanzado en mi vida. Le tira besos y se pone memita. Pero cuando sale la madrastra… ¡Huy la madrastra! Si no la sujeto tira juguetes contra la televisión mientras grita “¡¡¡MALA!!!” una y otra vez. Incluso me pide que quite la tele, indignada. Por suerte, a los pocos instantes vuelve a salir Cenicienta y la tormenta da paso a la felicidad absoluta.
Pero hay un personaje que siempre me provocó desconcierto. Sería de suponer que la Reina de Corazones debería ser una mujer enigmática, exótica, tierna y apasionada. El amor encarnado. Pues no, en Alicia en el País de las Maravillas es una loca eternamente enfadada con una capacidad nula para juzgar y tomar decisiones sensatas. Resuelve cada problema con el mismo grito histérico: “¡Que le cooooooorten la cabeza!”.
Últimamente tengo un lapsus mental que me preocupa. La edad no perdona. Cuando pienso en Goodell me imagino a la Reina de Corazones. Todo elegante con su corona, su cetro rematado con un corazón púrpura y un bonito traje arlequinado, blanco, negro y bermellón, de cola larga y sin escote. Toda su corte le rodea intentando complacerle y él, dubitativo, exige que le corten la cabeza a todo lo que se mueve.
Y yo, harto de criticar siempre las decisiones de Goodell, he decidido unirme a su cruzada. ¡Ya está bien! ¡Tiene razón! ¡Hay que cortar por lo sano! ¡¡¡QUE LE COOOORTEN LA CABEZA A TODOS LOS JUGADORES DE LA NFL!!!
Por ejemplo, los equipos se ahorrarían una millonada en cascos. Que, además, últimamente se descascarillan con demasiada frecuencia durante los partidos. También nos ahorraríamos que los jugadores pudieran pensar, así que de golpe y plumazo se terminaría el problema contractual que nos mantiene en vilo. Todos serían autómatas que acatarían las órdenes sin rechistar, que otra de las ventajas sería que con la amputación de cabeza también volarían las bocas. Así nos ahorraríamos las protestas y, sobre todo, los audibles, tan poco televisivos. Jugar siempre en no huddle, ante la imposibilidad de comunicarse en el campo, le daría ritmo al juego y una emoción sin límites. Tal vez habría que estudiar la manera de reinsertarles las orejas en alguna parte del cuerpo, para que pudieran obedecer órdenes, pero no a todos, no vaya a ser…
Pero el mayor éxito de la amputación estaría en que desaparecerían las conmociones cerebrales. Muerto el perro se acabó la rabia. Y lo mejor, el objetivo último de la idea, el alfa y omega de la Reina de Corazones: ¡¡¡Se terminaría los golpes casco contra casco!!! No habría ni cabeza, ni casco, ni cerebro,… Me imagino a la emperatriz Roger, con su vestido de volantes, relamiéndose de gusto mientras da saltitos de alegría por el jardín.
Así que Goodell, la reina de corazones, el gran defensor de la salud en el deporte, debería añadir un punto a la negociación del nuevo convenio. A partir del próximo draft los jugadores pasarán voluntariamente por una guillotina allí mismo, en el estrado, y se les cercenará tan molesta extremidad a la vista de la afición, que lo celebrará encantada, al más puro estilo sans-culotte. Con repetición de las mejores ‘cortadas’ y algunos segundos de diferido que permitan eliminar la sangre. Ya sabéis, por los niños.
En el fondo de vuestras almas sabréis que esa jugada, esa en concreto, es la que le daba sentido a vuestra afición, al football americano, al mejor deporte del mundo. Que la F no es de Football, sino de Fuerza y Fiereza, que cuando vosotros llegasteis aquí las cosas eran de otra manera. Que el football que de verdad os gustaba era el que nos están quitando.
Si tenéis esa sensación, la misma que tengo yo, no os preocupéis; nos pasa a casi todos. Vosotros y yo vivimos en el mundo real. Son otros los que nos quieren llevar al país de las maravillas que, como sucede en el cuento, es, al fin y al cabo, un mundo de esquizofrenia.
“¡Que le cooooooorten la cabeza!”.