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Sobre McDaniels, Tebow y una larga serie de bronquísimas desdichas


Érase una vez, en un lugar muy lejano, que había un reino allá en lo alto, donde vivían, y aun lo hacen, los caballos voladores. En sus tierras casi se podían tocar las nubes. Era un reino de gente trabajadora y seria, pero a la vez alegre y dicharachera, en el que, durante muchos años, un paladín, Sir John Elway, había asegurado la paz y llevado la abundancia.

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El tiempo pasó y el gran caballero vio como su fuerza y fiereza mermaban día a día, pero como era un gran guerrero, con un gran corazón, consiguió sus mayores hazañas cuando todos pensaban que se había vuelto débil. Sir John tuvo la suerte de contar con la ayuda de un gran mago, heredero de la sabiduría del gran Merlín y conocido con el nombre de Mike Shanahan. El mayor hechizo de Sanahan, el que le hizo famoso en todos los reinos de ese mundo mágico, era el de conseguir que los soldados de a pie fueran más fuertes y rápidos que los caballeros rivales. Por eso, Sir John pudo alcanzar hermosas victorias hasta el último día. Cuando él flaqueaba, siempre aparecía algún infante para decidir la contienda.

Pero tal opulencia no podía durar, y Sir John un día cogió su viejo caballo, su querida espada llena de orín, y su armadura plagada de abolladuras y herrumbre, y partió a ese lugar mágico al que viajan todos los grandes caballeros cuando han terminado sus trabajos, el legendario Hall of Fame.

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Desde ese día la alegría ya no fue igual en el reino de las nubes y de las altas montañas. Sus gentes seguían siendo trabajadoras y alegres, pero añoraban a su gran paladín. Todos los amaneceres se levantaban soñando con que el viejo mago Shanahan sería capaz de invocar uno. Pero el nigromante también pareció perder sus poderes tras la marcha de Sir John. Él conjuraba paladines, pero lo que aparecían eran infantes, en cantidades ingentes, incluso innecesarias. El reino los lanzaba a la batalla y todos respondían con fiereza. Caían una y otra vez, pero el mago Shanahan siempre era capaz de reproducir el sortilegio. Llevaban a su cueva a los jóvenes más enclenques y patosos del reino, y el les convertían en grandes luchadores. Muchos de ellos, tras sufrir la transformación, viajaron en busca de nuevas fronteras, pero la mayoría perdían sus poderes cuando dejaban de sentir el influjo del mago, o tal vez cuando dejaban de respirar el aire de aquellas montañas.


A pesar de todo, el reino poco a poco se empobrecía, pero un día apareció, como por arte de magia, un joven caballero que se decía capaz de rememorar las hazañas del añorado Sir John Elway. El nombre del deseado era Sir Jay Cutler.

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Sir Jay era bravo en la batalla pero no muy sabio en sus decisiones. Fanfarrón y pendenciero, se olvidaba algunas veces de su misión. Las gentes del reino tenían fe en él y le perdonaban esos errores de juventud. Pensaban que con los años ganaría en madurez y se convertiría en el gran líder con el que soñaban. No todo fueron alegrías. El viejo mago Shanahan, cansado de conjurar galgos y recibir podencos, había perdido la capacidad de invocar hechizos. El gran rey, que siempre había sido sabio en sus decisiones, y templado en sus consejos, decidió llamar a un joven mago formado en la prestigiosa escuela de hechicería del oscuro mago Belichick, el devorador de cerebros, que desde hacía algunos años sembraba el terror allá por donde se movían sus huestes, siempre abanderadas por el tupé de Elvis, famoso trovador de la antigüedad.

El joven mago que sustituyó a Shanahan en el corazón del rey se llamaba Josh, de apellido McDaniels, con lo que el monarca supuso que su origen estaba en el gran reino de la magia, allende los mares, donde nacieron las runas, el whisky y las tradiciones ancestrales. El mago Josh era conocido por su facilidad para conjurar paladines. El maestro de magos, el viejo Belichick, había asegurado por carta al rey que si Josh no era capaz de encontrar al nuevo Elway, nadie lo haría. Lo que el monarca desconocía era que Belichick, terrible arcano negro, sorbía el cerebro de todos los ayudantes que recomendaba. La noche anterior a la despedida entraba en su alcoba, deglutía sus sesos y colocaba en su lugar una esponja. Por eso todos lo magos que a lo largo de los siglos han abandonado su escuela de hechicería se han convertido en caminantes sin alma.

Desconocedor de que se había vuelto un descerebrado, el mago Josh llegó al reino de las nubes dispuesto a revolucionarlo. Él era un creador de paladines y, curiosamente, el último que había exorcizado se había lanzado a los caminos en busca de un señor al que servir. Su nombre era Sir Matt Cassel, y su historia era narrada por los cronistas, ya que provenía de una familia humilde y fue lanzado a la batalla cuando aún no tenía experiencia en la lucha. Pero desde el primer día se mostró como un gran campeón, sobre todo gracias a los hechizos del mago Josh.

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Así que el joven mago pidió al rey que nombrara a Sir Matt su nuevo campeón, sin saber que el guerrero ya había entregado su espada a otro señor.

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El mago no sólo se quedó sin su paladín favorito, sino que disgustó al pendenciero Sir Jay, y a muchos de los soldados del reino, que sentían gran aprecio por el joven Cutler porque ya les había liderado en la batalla con acierto. Los encontronazos entre el mago y el caballero fueron intensos, tormentosos, y el rey se vio obligado a elegir a uno y desterrar al otro. Según dicen las malas lenguas, el hechicero, para salirse con la suya, le dio a beber al monarca una pócima maligna que le nubló el juicio.

Todo terminó con un intercambio de campeones. El reino del viento cedió al suyo, Sir Orton el errabundo y consiguió a cambio al magnífico Sir Jay, que además se marchó clamando venganza contra el reino de las montañas.

Sir Orton era un ser triste en el que nadie confiaba, pero tras sufrir el hechizo de Josh, el mago de los paladines, luchó como nunca lo había hecho. Fijaos en un detalle, las crónicas dicen que pocos días después de que el mago Josh fuera desterrado del reino de los caballos voladores, Sir Orton volvió a luchar del mismo modo errático y dubitativo que lo había hecho en el reino del viento. Aún no sabemos cómo serán las futuras batallas del guerrero, pero es posible que tras haber perdido el influjo de Josh, y su brujería, pueda convertirse en un caballero sin garra. Espero que eso no suceda, porque desde hace años me he aficionado a cantar sus hazañas y me apenaría mucho tener que narrar sus dislates.

Pero me he precipitado en mis crónicas. La llegada del mago Josh revolucionó el reino, que durante los primeros meses vivió un esplendor inusitado. El alborozo fue breve. Muy pronto una maldición surgió tras las montañas, justo después de unas jornadas de fiesta y regocijo en las que celebraban los recientes éxitos. A partir de ese día la fama del mago Josh cayó en barrena. Perdía cada batalla, los soldados se amotinaban, las gentes le abucheaban cuando se cruzaban con él por los caminos… todo le salía mal. Claro, era un descerebrado, no lo olvidéis.


Josh se vio perdido y decidió jugárselo todo a una carta. En el intercambio de Sir Jay por Sir Orton había recibido una pócima secreta con la que podía conjurar a un nuevo paladín. Lo hizo con premura, en primera ronda, cuando nadie aún había pensado en algo así. Su nombre era Sir Tim Tebow, el renacido, el matador de demonios, la luz de Dios, el profeta. Por todos esos nombres era conocido, e incluso por alguno más. Había sido formado en el reino de los cocodrilos floridos, y allí era un dios. Su llegada a las montañas de los caballos voladores fue memorable. Gentes de todo el orbe viajaron para ver el prodigio. El gran paladín, el caballero capaz de domar a un potro salvaje y de correr como un infante estaba en manos del mago McDaniels, el único hechicero que sabía transformar a un plebeyo en hidalgo. Si Josh había conseguido tales prodigios antaño, ¿qué no sería capaz de hacer con el matador de demonios?

No me atrevo a contaros los acontecimientos posteriores. Terremotos, grande avalanchas y desgracias sin fin han asolado las montañas en los últimos tiempos. Cada día comenzaba con una calamidad y terminaba con un infortunio. Nada funcionaba porque el mago Josh, más allá de conjurar paladines, sufría la maldición del hechicero Belichick. En cada resolución y sentencia se descubría su falta de cerebro, que con el tiempo se convirtió también en falta de mesura y de convicción. Semanas antes de que fuera desterrado, según algunos por intentar robar las mejores pócimas de otros magos, aunque esa fue solo la justificación, ya estaba condenado.

Ahora el reino está en ruinas. Nunca había sufrido una destrucción tan devastadora. Sus gentes, trabajadores y alegres antaño, son ahora sombras sin rumbo. Pasaron años buscando al sucesor de Sir John Elway, pero ya se conforman con tener un ejército digno, que no pierda cada batalla.


Sir Tim Tebow fue nombrado paladín poco después de la marcha del mago Josh. Su primera misión no podía ser más difícil. Debía acudir al agujero negro, el centro de un reino de la demencia, gobernado por la excentricidad. Allí son muchos los que pierden la cordura, pero Sir Tim luchó hasta el límite de sus fuerzas. Salió de la batalla derrotado, pero dio argumentos suficientes para incendiar las habladurías en cada esquina de cada pueblo. Tanto los que le señalan como un futuro gran campeador, como los que afirman que es solo un infante disfrazado de caballero, se habrán llenado de argumentos tras conocer las crónicas de la batalla. Tal vez sea muy pronto para sacar conclusiones. Los acontecimientos futuros son impredecibles, incluso para los hechiceros más preclaros, pero tal vez Sir Tim eche de menos la sabiduría de McDaniels y su facilidad para hechizar paladines. En este mundo la fama es volátil y el joven guerrero no tendrá muchas oportunidades para demostrar su valía.

Pero escuchad mis palabras. Quizá el mundo de la magia no deba olvidarse de Josh McDaniels. Ya ha demostrado que no puede ser el gran mago de ningún reino, pero como le sucede a otros insignes taumaturgos, y sólo voy a nombrar al sabio Mike Martz, McDaniels puede ser la mano derecha, el brazo atacante, de cualquier gran mago si recupera la cordura y la humildad. Muchos creen que a partir de ahora será un alma perdida que rondará por los caminos sin rumbo, esperando la muerte. Yo no doy crédito a esos augurios. Sospecho que muy pronto pujarán por sus servicios muchos reinos, confiando que con su famoso hechizo de paladines será capaz de crear un nuevo Sir Cassel o de repetir el encantamiento que convirtió a Orton el errabundo en un gran luchador. Así lo espero. La genialidad no abunda y el gran problema de McDaniels fue su falta de cerebro.

Quizá esperéis que termine conun colorín colorado, pero la historia de Sir Tim acaba de comenzar, la de Sir Otron es una incógnita y estoy seguro que los hechizos de McDaniels volverán a ser cantados por los trovadores. Tal vez sólo tenga que regresar, humildemente y de rodillas, a la escuela de nigromantes de Bill Belichick y suplicarle que le devuelva su sesera. No será empresa fácil, pero cosas más extrañas se han visto.