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El récord de Marino


Ayer domingo, un amigo del blog me enviaba vía Twitter un interesantísimo artículo sobre el récord de yardas de Marino y las posibilidades de Rivers. El artículo del New York Times es muy recomendable y analiza las famosas 5.084 yardas de Dan Marino desde todos los puntos de vista. Después, viendo la jornada y recordando el artículo, llegué a la misma conclusión que en el pasado, cuando Drew Brees estuvo a tiro de piedra del récord en un par de ocasiones (en 2008 se quedó a solo 16 yardas): que un QB aspire a conquistar ese récord no es muy buena noticia para su equipo.

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Yo no viví la temporada de 1984 en la que Dan Marino consiguió aquel récord. Llegué al mundo de la NFL cuatro años después, pero sí que vi jugar a Marino durante bastantes temporadas. Lamento haberme perdido sus primeros años en los que era un jugador muy móvil. Sus rodillas maltrechas provocaron que, como Curro Romero, en sus últimas temporadas toreara plantado en el suelo, sin moverse un ápice.

Marino es uno de los grandes mitos de este deporte. Un jugador excepcional, con un brazo poderosísimo. Según muchos, es el QB que ha lanzado el balón con más potencia y mejor espiral de la historia. Cada vez que se hace una lista de los mejores de siempre, él aparece en lugar destacado y los Dolphins llevan más de una década buscando a un heredero que no parece llegar nunca.

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Marino estuvo bajo las órdenes de dos entrenadores: el mítico Don Shula y Jimmy Johnson. Shula consiguió para los Dolphins las dos únicas Super Bowl del equipo (VII y VIII), una de ellas firmando una temporada perfecta. Era un entrenador cuya filosofía pasaba por una durísima defensa y la eficacia del ataque terrestre. Curiosamente, tras draftear a Dan Marino pocos meses después de perder la XVII Super Bowl, cambió completamente su forma de pensar y convirtió a los Dolphins en un equipo pasador. Ese cambio de filosofía pareció tener un éxito inmediato y los Dolphins llegaron a la Super Bowl en la segunda temporada de Marino, la del famoso récord de 5.084 yardas de pase, aunque perdieron ante los 49ers de Montana, pero a partir de ese momento los de Miami fracasaban una y otra vez en postemporada. Era un equipo fijo en enero, pero incapaz de ganar a casi nadie. Tras la jubilación de Shula, y la llegada de Jimmy Johnson, las cosas no cambiaron.


Ese mal papel en postemporada casi siempre se achacaba al frío. Los Dolphins jugaban en una división en la que estaban Patriots (Boston), Bills (Buffalo), Jets (NY) y Colts (Indianapolis). El viaje a Indiana era el único en el que Marino tenía ventaja, jugaba en un estadio cubierto contra un rival tradicionalmente débil, pero el calendario casi siempre deparaba dos o tres viajes al norte cuando empezaba a caer la nieve. Marino y el frío no eran compatibles. Esas derrotas perjudicaban su récord y obligaban a los de Florida a jugar como visitantes en enero. El fracaso en postemporada era apuesta segura año tras año.

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Pero más allá del frío, el grave problema de los Dolphins durante la etapa de Marino fue la falta de juego de carrera. Tras la retirada de Tony Nathan, que por otro lado no era nada del otro mundo, Mark Higgs y Karim Abdul-Jabbar fueron los corredores más destacados que compartieron vestuario con Marino en 17 temporadas. En resumen, el juego terrestre de los Dolphins durante toda la etapa marino fue, literalmente, un cagarro. Csonka no tuvo un auténtico heredero de categoría hasta la llegada de Ricky Williams en 2002.

Pero las malas lenguas dicen que Marino siempre vetó que los Dolphins draftearan o ficharan un gran corredor. Quería que el ataque completo jugara sólo para él y siempre exigió corredores que simplemente facilitaran su tarea, y que a ser posible pudieran también recibir, sin quitarle protagonismo.

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He resumido una historia bastante más compleja en muy pocos párrafos, pero el resumen es que, muy probablemente, el mayor enemigo de Marino fue el propio Marino. La falta de peligro terrestre durante toda su etapa en los Dolphins, provocó que tuviera que apelar a su genialidad partido tras partido, pero también convirtió su ataque en demasiado unidimensional como para aspirar a ganar un anillo.


Algo muy similar le sucedió a Drew Brees. Durante toda su trayectoria en los Saints ha superado las 4.000 yardas siempre, y en 2008 llegó a las 5.069, pero él estaba obligado a cargar con todo el peso del ataque. Los de Luisiana no tenían un juego terrestre de garantías. Lo curioso es que en 2009 lo consiguieron con los mismos jugadores de las dos temporadas anteriores: Pierre Thomas y Reggie Bush. Este año volvieron los problemas hasta que Julius Jones y Chris Ivory comenzaron a carburar. Los Saints de Brees han llegado a postemporada las dos ocasiones en que el QB lanzó menos intercepciones (11) y menos yardas y fracasaron cuando, obligado a pasar demasiado, lanzó casi 20 pases al contrario. Este año lleva 15 intercepciones, y Payton se ha quejado, durante bastante tiempo, de la falta de un corredor dominante.

Si nos centramos en Philip Rivers, vemos que mientras tuvo a su lado al mejor Tomlinson nunca necesitó llegar a las 4.000 yardas. El año pasado ya notó la ausencia de un corredor dominante, y alcanzó las 4.254 yardas, pero este año lleva capeando el temporal desde septiembre. Ryan Matthews está siendo un fracaso enorme. Fue elegido en el draft con la seguridad de que tendría un gran impacto desde el primer día, pero un rosario de lesiones, y actuaciones más que decepcionantes cuando ha estado sano, han trastocado todo el plan de ataque de los Chargers. Mike Tolbert está surgiendo, poco a poco, como tabla de salvación y eso puede darle un alivio a Rivers.

El QB de San Diego ha sido, durante toda su carrera, un jugador muy seguro, por encima de cualquier otra virtud (y tiene muchas). El año pasado sufrió nueve intercepciones en toda la temporada pero este año lleva el mismo número en doce partidos, tras lanzar para 3.362. No son malos números, pero llama la atención que el domingo, frente a los Colts, el esperado duelo de pistoleros se convirtiera en una exhibición de Tolbert, que superó las 100 yardas de carrera, y el día del regreso del mejor Rivers alardeando de su mejor virtud. Recuperó su seguridad para completar 19 de 23 (sólo 4 pases incompletos) para 185 yardas y no necesitó lanzar ni un solo pase de touchdown a pesar de que su equipo sumó 36 puntos.


La defensa de los Chargers vuelve a ser dominante. El juego de carrera comienza a funcionar. Si no es solo un espejismo, Philip Rivers volverá a ser el QB seguro, frío y cerebral, que necesitan los Chargers. Él es muy capaz de apelar a la heroica para firmar remontadas y victorias épicas, pero si le piden que logre un milagro cada domingo, se acercará al récord de Marino al mismo ritmo que San Diego se aleja de postemporada.

Fijaos en un detalle. El récord bueno de verdad de Marino era el de pases de touchdown en una temporada (48). Ese sí que da la medida del éxito de un equipo. ¿Y quienes lo batieron? Peyton Manning en 2004 (49) y Tom Brady en 2007 (50). Sólo otro QB en toda la historia, Kurt Warner en 1999, dirigiendo al mayor espectáculo sobre el turf, ha sido capaz de superar la cuarentena (41). Igual que en el fútbol europeo lo que cuentan son los goles, en la NFL lo que de verdad importa es atravesar la goal line contraria con el balón entre los brazos.