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Quiniela irracional (semana 11)


Esta semana no hay quiniela. Al menos en el blog. Sí que la he escrito. Vamos, que no es un escaqueo. Pero me he aburrido tanto perpetrándola que me niego a subirla. Por si alguno siente curiosidad, os dejo un archivo de word con ella. Os la descargáis, la abrís y os la leéis a gusto. Creo que será mejor para curar el insomnio que contar ovejitas.

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Lo cierto es que esta semana me encuentro un poco melancólico. Tal vez sea porque releí los artículos que publiqué hace ya años en NFLSpain y sentí envidia de aquella frescura perdida. O quizá sea porque estoy en esas dos semanas de parón ciclista que preceden al inicio de una nueva pretemporada y echo de menos mis paseos en ‘jaca’. O simplemente porque en otoño hay unos días en los que casi todos nos ponemos un poco tontorrones. Pero también es porque hay una historia que parecía interminable y que verá su final el domingo.

Antes de seguir, y ya que hablamos de envidia, manifiesto públicamente una gigantesca envidia cada vez que leo un artículo de 555 en su blog ‘Rudeza necesaria’. Y dejaos de gilipolleces, la envidia sana no existe. Es un pecado capital gordísimo. Es decir, la puerta de cientos de vicios y defectos. Así que, ni sana ni leches. Siento una envidia insana y putrefacta, como todas, que me corroe por dentro cada vez que leo una de las interesantes columnas de su blog, porque me hubiera gustado escribirlas a mí. Sus ‘Plácido domingo, jodido lunes’ son, semana a semana, el mejor resumen que se puede leer de lo sucedido en la NFL en cualquier idioma. Espero ansioso su publicación, me río, qué digo, ¡me descojono! con cada ocurrencia, con la agudeza de los análisis, con la capacidad para tocar todos los palos, con la originalidad del planteamiento y la frescura de cada párrafo y del formato. ¡¡¡555, de mayor quiero ser como tú!!! Ya me he confesado, ahora espero la penitencia.

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Pero volvamos al tema, a la historia interminable que finaliza. Esta jornada de la NFL es muy injusta y eso me da mucha pena. El Patriots-Colts es como un gran faro cuya luz deslumbra e impide ver todo lo demás que sucede alrededor. Como ya os he contado, un partido fuera de abono, con vida propia más allá de la NFL. Hay otros catorce partidos que no voy a seguir, que no quiero seguir. Prefiero que mis cinco sentidos estén centrados en las sensaciones del Brady-Manning. Esta semana no habrá seguimientos por ordenador ni de fantasy que valgan. Después del acontecimiento tengo tiempo de sobra para ponerme al día.

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Pero hay otro partido que, por sus circunstancias, merecería ser elevado a la misma categoría de acontecimiento único que el Patriots-Colts. Es más, podría ser considerado el partido más sobresaliente y trascendente de toda la temporada. Dentro de muchos años, posiblemente, no nos acordaremos de este Patriots-Colts en concreto, pero la historia de la NFL recordará el último enfrentamiento de Favre con sus Packers. El último gran concierto del último viejo rockero. El punto y final, el acabose. Y lo de menos será si vuelve a hacer uno de sus solos magnéticos o si, como acostumbra este año, desafina.

Porque, como os decía, lo mejor de la NFL es que es una competición en la que lo que menos importa es el ganador. 32 equipos en una contrarreloj de cinco meses nos llenan los sentidos de sensaciones. Tan grandes que su aroma nos dura los siete meses restantes y nos hace desear más. Si lo pensáis, al final de cada año son muchos los detalles, los momentos, las anécdotas e historias… La mayoría de ellas nos emocionan mucho más que el mero trámite de la victoria en el gran partido. En el fondo, la Super Bowl es la jornada de puertas abiertas. Ese día en el que todo el mundo tiene acceso a nuestro deporte. La época en la que volvemos a explicar lo que es un down, para qué sirve el casco y los motivos aerodinámicos por los que el balón es ovalado. Los días en los que todo el mundo opina con mucha ligereza, y poco criterio, y nosotros sentimos que están invadiendo nuestro espacio, y violando algo que nos parece perfecto, buscándole defectos.

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Pero ninguno de esos recién llegados entenderá la sensación de ahogo, la pena intensa, el extraño desamparo, con la que me sentaré el domingo a ver el Vikings-Packers. Tengo la certeza de que será la última vez en que vea jugar a Favre en directo. Desde ahora, hasta el final de la temporada, los Vikings serán un equipo sin opciones. Están programados en 20 de diciembre, en un Monday Night contra los Bears en el que tal vez juegue el mito, pero creo que este último vals con los Packers es el auténtico final del concierto. El resto de los partidos, hasta que termine la temporada, serán sólo una lenta agonía. Y yo no quiero seguir viendo cómo languidece la luz de alguien que lleva llenando de emoción el salón de mi casa, cada domingo de football, desde hace tantos años.

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Así que el domingo no comenzaré la jornada con el discurso de Al Pacino en ‘Un domingo cualquiera’, como llevo haciendo desde hace tanto tiempo, en un rito convertido en manía. El domingo escucharé a Joaquín Sabina. Y pondré ‘Calle Melancolía’ muy bajito, para mí solo. Y me temo que se me humedecerán los ojos. Y no por que sea un romántico, o un envidioso, o tonto de capirote. ¡Con Favre se va el último de los que para mí fueron primeros! El domingo no sólo veré el último partido de Favre en directo. Será el último de Steve Young, de Dan Marino, de John Elway, de Kurt Warner, de Mark Brunell… con él se cierra la edad de oro del football americano. El tiempo en el que se convirtió en el deporte favorito de los estadounidenses… y de Mariano Tovar, que en el fondo eso es lo que a mí me importa.

El domingo me sentaré a ver jugar a Favre. Pero, seguramente, la mirada estará perdida, más allá de la pantalla de televisión, reviviendo aquella noche en la que se coronó ante Bledsoe, o esa otra en la que él y Elway elevaron el football hasta la categoría de arte, o aquella en la que un aficionado saltó al campo para placarle, incapaz de contener los nervios ante la inminente remontada, o esa en la que, en un MNF inolvidable, homenajeó a su padre, pocas horas después de su muerte, con una actuación insuperable, o una última, hace solo unos meses, en la que, renqueante y dolorido, murió en la orilla con una intercepción que no fue justa con su entrega sin reservas…


Brett, el domingo, para mí, será tu último día. La última vez que te veré en directo. Y será contra los Packers. Tu equipo, tu casa, el único lugar en el que, digan lo que digan, siguen considerándote un coloso. Se que no lo harás, pero me gustaría que, al final del partido, pidieras una camiseta verde con tu número cuatro. Con tu nombre en la espalda. Y que te la pusieras, ahí, en el centro del mundo, a la vista de todos, en Minneapolis, como el punto final perfecto de una vida que hubiera sido mitológica escrita por los clásicos griegos. Esa camiseta verde es la auténtica mortaja que deberías llevar el día de tu adiós.

No se si, cuando termine el partido, tendré cuerpo suficiente para presenciar el Patriots-Colts. Ya os lo he dicho al principio. Esta jornada de la NFL es injusta.


mtovarnfl@yahoo.es