Lluvia de estrellas, conjunción planetaria
Ahora olvidaos de la introducción sanguinolenta de este artículo. Una vez al año, desde hace más o menos una década, en la NFL se produce un hecho físico y astronómico inexplicable: la conjunción de estrellas. La fecha exacta varía, y la localización también, aunque queda limitada a dos ubicaciones posibles: el RCA Dome y el Gillette Stadium.
Este año será en Foxboro. Un acontecimiento fuera de abono, como las grandes tardes taurinas, que es un torneo en si mismo, que está por encima de clasificaciones, anillos o competiciones. Una cita obligada en la que Tom Brady y Peyton Manning, quizá los dos mejores quarterbacks de la historia, se miran fijamente a los ojos para dirimir, una vez más, quién es el auténtico rey de la NFL.
¿Por qué escribo hoy sobre eso? Es verdad, tengo toda la semana para hacerlo, para preparar un partido tan grande que su sola celebración justifica la afición a un deporte, pero nunca había vivido unos prolegómenos tan mágicos. La conjunción Brady-Manning ha sido precedida por una lluvia de estrellas, como una premonición, en una de las jornadas en las que los quarterbacks se han reivindicado como las grandes figuras de una competición en la que, por mucho que digan los más puristas, todo gira a su alrededor.
Alguna vez os he hablado de que en la NFL actual hay una generación de jugadores que, en mi opinión, supera a aquella que pareció irrepetible, y que dominó los años 90’ con nombres como Young, Marino, Kelly, Aikman, Elway, Favre, Brunell, Bledsoe, Moon, Cunningham… Aquellos formaban una constelación maravillosa, pero la actual es, estoy convencido, la más brillante desde que existe nuestro deporte. En ella se dan cita varios grupos distintos.
Favre (41) es el nexo de unión con el pasado; Hasselbeck (35), Peyton Manning (34), Brady (33), McNabb (33), Drew Brees (31), Vick (30), Romo (30), Palmer (30), Eli Manning (29), Matt Schaub (29), Rivers (28), Big Ben (28) u Orton (28) son el presente, tipos que ya lo han ganado todo o con potencial suficiente para llevar a un equipo hasta la cima. Pero detrás llega un grupo de jóvenes que ya anuncia cuales serán las franquicias ganadoras durante los próximos diez años. Algunos de ellos son aspirantes este mismo año: Cutler (27), Rodgers (26), Matt Ryan (25), Flacco (25), Sanchez (24), McCoy (24), Bradford (23), Freeman (22), Stafford (22),…
Algunos os parecerán peores, y otros mejores, pero todos ellos tienen, o han tenido hasta hace muy poco, un nivel extraordinario.
El football americano moderno sería inconcebible sin QBs de calidad y, por suerte, en la actualidad más de la mitad de los equipos de la NFL tienen en la posición de pasador a jugadores de una categoría increíble, capaces de decidir por si solos un partido.
Lo vivido este fin de semana ha sido como esas noches de luna roja en la que los lobos aúllan incansables. Se aproxima un acontecimiento mágico, en el que dos dioses del pasado, que siguen reinado en el presente, jugarán el único partido del año que ningún aficionado puede perderse. El mundo de la NFL, excitado, se convulsiona mientras espera impaciente.
Os aseguro que si alguien me obligara a elegir entre la Super Bowl o el Patriots-Colts, me pondría en un aprieto. Por algo es, desde hace casi una década, el mejor partido del año casi cada temporada… y si se repite en postemporada, ni os cuento.
Me ha vuelto a pasar. Me he alargado tanto en la introducción, que el miércoles tendré que concluir este artículo, centrándome ya en sus dos grandes protagonistas: Tom Brady y Peyton Manning.