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La costilla rota


Hace varias semanas que no os cuento ninguna de mis últimas aventuras en bicicleta. Pero algo que me sucedió hace dos fines de semana, pocos días antes de viajar a Wembley, viene al pelo para introducir el tema de actualidad de la NFL que quiero tocar hoy. El caso es que me fisuré una costilla.

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No os lo he contado antes para no alarmar a mi mujer. No le gusta el football, pero entra habitualmente en el blog, sobre todo para señalarme los abundantes errores ortográficos y de puntuación que perpetro. Es lo que tiene estar casado con una lingüista. Últimamente me echa en cara que estoy usando frases muy largas y con demasiados incisos. Yo le respondo que tengo que escribir los artículos contra el reloj en los huecos que me deja el trabajo. Creo que la explicación no le ha parecido demasiado convincente.

Un grupo de amigos quedamos el 23 de octubre para hacer ‘La Horizontal’. Es un recorrido clásico, muy sencillo y sin casi desnivel, pero de los más bonitos de la Sierra de Madrid. Se puede comenzar en la cima del puerto de Navafría, o en Somosierra, indistintamente, y es un camino de 50 kilómetros que transcurre muy cerca de la cresta de la cuerda de esa zona de la Sierra, con vistas maravillosas del valle de Lozoya y de la Sierra Norte. El plan era hacer ida y vuelta; 100 kilómetros ‘de paseo’ para despedir hasta la próxima primavera unos parajes que ya comienzan a tener los primeros neveros, y que se suelen volver impracticables en invierno.

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Pero ya sabéis lo que suele suceder con los planes multitudinarios: uno que no puede, el otro que se borra, “es que ya hace frío”, “si fulano no va yo me rajo”… El viernes por la noche sólo quedábamos Luis y yo de la docena de aventureros iniciales. Así que decidimos quedar en Colmenar Viejo y hacer un plan menos ambicioso cerca de casa.


Aquí comenzó el problema. A Luis le gusta el enduro. Para entendernos, es uno de esos psicópatas que se enfundan un traje acorazado, un casco integral, se suben a una bicicleta con doble amortiguación, bajan el sillín hasta el fondo, ascienden una montaña por los mismos riscos que las cabras montesas y, cuando llegan a la cima, se tiran a toda velocidad, y en línea recta, por el lugar más escarpado posible. Yo practico rally que, simplificando, es pedalear por un sendero, o por un camino, sin grandes dificultades técnicas, lo más deprisa y lo más lejos posible, con una bicicleta sin amortiguación trasera. Como podéis comprender, Luis y yo no formamos, precisamente, la pareja ideal encima de la bicicleta. Por eso decidimos hacer un recorrido mixto en la zona del Cerro de San Pedro, ese monte que se erige solitario, delante de la Sierra de Madrid, entre Colmenar y Guadalix.

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Desde los primeros kilómetros, Luis me llevó a su terreno. Cuando quise darme cuenta estaba atravesando trialeras y subiendo riscos. Luis iba silbando, pero a mí lo que me pedía el cuerpo era balar como las cabras. Cada dos semanas, más o menos, voy a entrenar a zonas técnicas, para así perder el menor tiempo posible en los tramitos complicados que siempre incluyen en marchas y carreras, pero sufro en ellas como un perro, y no soy todo lo habilidoso que me gustaría.

Cuando te metes en un ‘fregado’ así, lo mejor es tirar de coraje e imitar al que sabe. Así que acometí las subidas siguiendo exactamente la trayectoria de Luis y me tiré en los descensos con audacia, y a toda velocidad, pensando que si él lo hacía yo también podría. Lo importante es meter la rueda delantera, que la trasera entra sola. En resumen, pasé cuatro horas jugándome la vida en lo que para él eran tramitos sin demasiada dificultad y para mí un filtreo con la muerte. Os confieso que en las zonas sin obstáculos me vengaba tensando la cadena y llevándole ‘con el gancho’, para que llegara sin resuello al siguiente tramo técnico.

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El caso es que sobreviví a la prueba. Cuando ya volvíamos a casa, por una zona que suelo atravesar muchísimos días, quisimos hacer una última ‘virguería’. Luis se salió del camino para atravesar una zona de piedras que termina en un salto de poco más de un metro que te devuelve al sendero. Yo le seguí pero, en el último momento, dudé sobre la trayectoria a tomar, cargué demasiado peso sobre la rueda delantera, que se clavó en una piedra, y salí volando de orejas, como el coyote de los dibujos animados, para caer, a plomo, y abierto de brazos y piernas, sobre una gran roca. Rápidamente noté un fuerte golpe en el pecho, que me sacó todo el aire de los pulmones y me dejó unos instantes sin respiración. ¡Qué dolor!

Alguien me dijo en una ocasión que el hombre no puede sentir, simultáneamente, dos dolores diferentes. Que uno anula a los demás. No soy médico, así que no se si esa afirmación tiene base científica, pero a mí me sucede. Estaba completamente magullado, y lo primero que sentí fue el golpe en las costillas, pero en cuanto recuperé la respiración fue la muñeca izquierda la que, latido a latido, me mortificaba. Estábamos muy cerca de casa, así que subí a la bicicleta y llegué a casa sonriendo, como que no había pasado nada: “¡Cariño, qué pasada de mañana!”. “¡Hemos hecho el bestia como nunca!”.

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Por la tarde mi mujer trabajaba y yo no, así que aproveché para escabullirme al ambulatorio, hacerme unas radiografías y constatar que los daños no habían sido demasiado graves: Una costilla fisurada, un golpe fuerte en la muñeca y una buena colección de cardenales.

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No ha sido mi primera fractura de costillas, y supongo que no será la última. Ya conozco las consecuencias: un mes con una faja en el pecho, en el que no puedo hacer grandes esfuerzos de abdominales, ni cargar grandes pesos. Toser, y sobre todo estornudar, duele como un demonio, y los primeros días cuesta dormir, girarse en la cama, e incluso levantarse. No se lo digáis a nadie, pero me sigo escapando a montar en bicicleta todas las mañanas… sin pedalear de pie y, sobre todo, llaneando.

Me he extendido demasiado contándoos una anécdota. Pero la conclusión final es que asumo las consecuencias de montar en bicicleta. Me gusta por encima de sus riesgos y los acepto.


Todo esto viene por la guinda de una escalada de violencia que está asolando la NFL en los últimos tiempos. Durante el Eagles-Colts del domingo Austin Collie sufrió una conmoción cerebral que nos tuvo a todos en vilo durante bastantes minutos mientras el jugador, tendido sobre el césped del Lincoln Financial Field, parecía desmayado. Parto de una base sobre la que quizá discrepéis, pero estoy convencido de que fue un golpe fortuito, que Kurt Coleman chocó casco contra casco por un choque previo que cambió la trayectoria de Collie, y que cualquier multa que sufra Coelman me parece injustísima. Como me parecen injustas la mayoría de las que están sufriendo demasiados jugadores defensivos tras la última campaña de la NFL para erradicar el ‘casco contra casco’.
Se que el tema es peliagudo, pero voy a enumerar algunos de los motivos que, en mi opinión, nos han llevado a esta situación:

1.- Motivos físicos. Creo que los jugadores de la NFL nunca en la historia habían sido tan rápidos, tan fuertes, tan duros como ahora. Una razón es la evolución de los sistemas de entrenamiento, la otra tal vez podría deberse al desarrollo de la medicina y el posible uso de sustancias potenciadoras (lícitas o no)… No es similar la potencia de un puñetazo de un peso medio que de un peso pesado, y los golpes nunca habían sido tan violentos como ahora.

2.- Motivos técnicos. Los entrenadores están aprovechando las ‘evolucionadas’ capacidades físicas de sus jugadores para dar una vuelta de tuerca a los libros de jugadas. La búsqueda de los límites suele provocar más situaciones de riesgo.


3.- El fin de la caballerosidad. Cuando empecé a escribir sobre football americano, hablaba habitualmente con Oriol Bonsoms, que por aquel entonces era el jefe de prensa de los Barcelona Dragons. Él me insistía una y otra vez en que el football era un deporte de caballeros, que los jugadores habían bebido esa mentalidad a lo largo de toda la trayectoria escolar y universitaria y la mantenían en el profesionalismo. Lamento pensar que eso está pasando a la historia. El football ha perdido ese componente romántico, los jugadores van a lo suyo, y ya no es impensable (como lo era hace muy poco tiempo) que un tipo golpee a otro con la intención de hacerle daño. Que nadie se escandalice, eso lleva sucediendo en el fútbol europeo desde hace muchísimos años.

4.- Fingimientos. Este punto es una consecuencia del anterior. Ahora los jugadores sí que intentan engañar a los árbitros, o sacar partido del reglamento. Un ejemplo son las celebradas acciones de Peyton Manning acelerando la jugada para pillar al rival con doce hombres en el campo o cualquier otra penalización; o para evitar una revisión de jugada. Como lo hace Peyton, nos parece una picardía de genio, pero en el fondo es una falta de elegancia que nos parecería indignante protagonizada por otro jugador. Ese ejemplo es una tontería comparado con los piscinazos, interferencias fingidas, y demás intentos de influir en las decisiones arbitrales que inundan la NFL actual. No es lo mismo arbitrar en un deporte de caballeros que de tahúres. Es brutal cómo ha degenerado el tema en muy pocos años.

5.- Rigurosidad. Creo que es contraproducente endurecer el reglamento. Los avales de un jugador defensivo son los placajes, las interferencias y los sacks que pueda conseguir. Si levanta el pie por miedo a ser castigado con multas, u otras sanciones, se arriesga a perder la titularidad. Resulta paradójico que un alto porcentaje de los jugadores elegidos por la NFL entre los 100 mejores de la historia, serían apestados según la nueva aplicación del reglamento en lo que se refiere a golpes legales o ilegales. Aquí pasa como en la bicicleta: dudar casi asegura la caída, lo mejor es apretar los dientes y acelerar. Creo que los defensas, en vez de levantar el pie, han aumentado la agresividad. Su misión es placar y saben que dudar, o intentar golpear menos duro, sólo puede provocar el error o incluso una lesión propia. La reacción defensiva natural es pegar más fuerte.


7.- Criterio arbitral. Creo que en los últimos años los árbitros están recibiendo un aluvión de mensajes contradictorios y ajustes reglamentarios que no están digiriendo bien. Como hemos hablado en varias ocasiones, el secreto del arbitraje en la NFL siempre ha sido que dejaba muy poco margen a la interpretación. Con los últimos cambios eso está desapareciendo. Resulta contradictorio que la NFL multe a un jugador por una acción que los árbitros no han considerado sancionable. Eso los desacredita e, irremediablemente, les crea inseguridad.

6.- Falta de liderazgo. Se que a muchos no os parece bien que siempre tenga a Goodell en el centro de la diana, pero me parece el gran culpable de todos los puntos anteriores. Todos los vicios que enumero anteriormente se han exagerado tras la marcha de Paul Tagliabue y la llegada de Goodell al puesto de comisionado. Aquí entraría el debate de lo que es un comisionado, que daría para otro artículo interminable (como este). Oriol Bonsoms siempre me explicaba que el gran objetivo de un comisionado es el de salvaguardar la pureza de la competición por encima de las ambiciones tanto de propietarios como de jugadores. Se supone que es el tipo que debe imponer la cordura, y conseguir que todo funcione. Desde que ha llegado Goodell ha terminado la paz entre propietarios y jugadores, vivimos con una huelga a la vista, el profesionalismo se está comiendo la caballerosidad, hay más lesiones y más graves… Goodell ha confundido el papel de comisionado con el de gerente de los propietarios y vocero de sus dislates, e incluso ha contribuido a agigantar la jaula de grillos. Termine como termine el asunto de la huelga, los propietarios deberían buscar un hombre nuevo, menos adicto a meterse en todos los jardines que no le corresponden y más preocupado de devolver la cordura a este deporte nuestro que comienza a estar algo esquizofrénico.

7.- Seguro que no he analizado algún motivo importante. A vosotros os corresponde hacerlo en los comentarios.

Espero que no nos llevemos un disgusto de verdad mientras se arreglan todos estos problemas. Ver a un jugador inmóvil en el campo, rodeado de asistentes, es todo menos bonito. Eso sí, como me sucede con la bici, todos los jugadores de la NFL tienen asumido que un domingo cualquiera se les puede fisurar una costilla… y lo aceptan. Es parte del juego.