Reinventando la NFL
El football americano se está convirtiendo en un deporte de pasadores. No hay que retroceder muchos años para ver que hay una evolución constante que tiende a arrinconar el juego de carrera y a potenciar el de pase. El año pasado, 10 quarterback, y doce equipos (dos de ellos sumando varios QBs distintos), superaron las 4.000 yardas de pase. En 1979 Dan Fouts se convirtió en el segundo QB de la historia en superar las 4.000 yardas en una temporada. Hasta ese momento sólo Joe Namath había conseguido una hazaña semejante. Es verdad que entonces había menos partidos por temporada, pero también es cierto que, en la actualidad, las 4.000 yardas se superan sobradamente en bastantes casos.
Los jugadores habituales de Madden en su consola lo tienen claro: correr es una pérdida de tiempo. Si pasas tienes más posibilidades de ganar muchas más yardas en mucho menos tiempo. Es curioso que en casi todos los juegos informáticos inspirados en la NFL el juego de carrera quede en segundo plano entre los jugadores habituales. Lo que comienza a ser preocupante es que en la vida real suceda lo mismo.
Siempre he defendido que los grandes juegos de carrera no ganan campeonatos, pero que son indispensables para que funcione el juego de pase y, sobre todo, para mantener el control del reloj. Lo que hasta hace muy poco tiempo hubiera sido impensable es que un equipo como los Packers de esta temporada, con un juego de carrera testimonial por culpa de las lesiones, pudieran ser capaces de mantenerse en la batalla. Es cierto que grandes equipos ganadores como los 49ers o los Packers que jugaban una West Coast Offense, o los Rams de Mike Martz, no se apoyaban demasiado en la carrera, pero buscad los nombres de sus corredores titulares y veréis que eran auténticas estrellas, muy peligrosas con el balón en las manos, y que conseguían grandes números en un sistema que les perjudicaba.
La cuestión es que, de entrada, los jugadores de secundara siempre están en desventaja con los receptores. Tienen que adivinar la ruta, evitar los engaños y ganarle la posición a un jugador que desde el snap sabe, exactamente, qué es lo que tiene que hacer. El problema es que a esa ventaja hay que sumarle una regla de la interferencia en el pase que aún castiga más a las secundarias.
A partir de entonces los receptores se convirtieron en una raza intocable. También fue sucediendo otra circunstancia importante: la picardía llegó a la NFL. Lo que hasta hace muy poco tiempo era un deporte de caballeros (como sucedía en el rugby), poco a poco se convirtió en algo mucho más parecido al fútbol europeo. Los jugadores comenzaron a fingir, intentando engañar a los árbitros para sacar ventaja del reglamento. Los mejores Eagles fueron maestros en esa lid. McNabb era capaz de sacar jugadas de muchísimas yardas en los momentos decisivos lanzando pases casi inalcanzables pero que buscaban, desde el principio, la penalización. Poco a poco se fue extendiendo la fiebre y ahora, lamentablemente, en situaciones límite es más que habitual ver jugadas con un raro tufillo a “a ver si sacamos una penalización engañando al árbitro”.
Sobre esto ya he hablado alguna vez, pero me parece mucho más justa la regla de la interferencia como se aplica en la NCAA: el punto de la infracción en las diez primeras yardas y quince yardas máximas a partir de la yarda diez. Regalar a un equipo 30 o 40 yardas por una interferencia más que cuestionable, como sucede ahora en la NFL, me parece algo desproporcionado.
Así que las secundarias sufren la acumulación de desventajas e intentan hacerse fuertes en la zona roja, donde el campo se estrecha, las rutas no pueden ser tan largas, y las defensas pueden intentar suplir la injusticia del reglamento con más jugadores en cobertura ocupando menos metros cuadrados.
A todo esto hay que sumarle otras reglas aparecidas últimamente. Los QBs son casi intocables, por lo que un placaje contundente se convierte, demasiado habitualmente, en una falta personal. Pero como los defensas no se atreven a golpear con la fuerza necesaria, los QBs suelen tener tiempo para soltar el balón y evitar el sack en demasiadas ocasiones, o incluso para soltar un pase letal en una jugada que hubiera terminado con un fumble y las asistencias intentando reanimar a su QB hace menos de una década. Creo que los QB están abusando también de las ventajas recibidas.
Pero, curiosamente, la NFL es capaz de reinventarse a si misma. Fermín nos decía que en el rugby está sucediendo algo curioso: en los grandes torneos los equipos reconvertidos para ser competitivos con el nuevo reglamento suelen sucumbir ante los que han sabido conservar el estilo clásico y adaptarlo al reglamento moderno.
Esta mutación también ha provocado que los linebacker actuales sean jugadores muy diferentes. Ahora no es una posición que busque jugadores tan verticales, sino que ha ganado protagonismo la capacidad para defender el pase o para cubrir campo con rapidez de banda a banda. El clásico ‘front seven’ está pasando a la historia. Cada vez más, los linebackers terminan por parecer ‘safeties’ con más envergadura.
Ese es sólo uno de los cambios más llamativos que ha sufrido la estrategia en los últimos años, pero podríamos hablar de muchos otros como las rotaciones de running backs, la progresiva desaparición de los fullbacks, el uso de los tight ends como receptores puros, la moda de las formaciones con doble TE…
Yo pensé que la temporada pasada habíamos vivido el ‘año I’ de la nueva NFL. Contemplamos una temporada de fuegos artificiales, dominada por equipos pasadores como los de los juegos de las consolas. Muchos pensamos que la NFL sería así a partir de ahora, que Goodell se estaba saliendo con la suya, que el football había perdido su esencia, definitivamente, para convertirse en un espectáculo circense pero, como os decía más arriba, el football es un organismo vivo capaz de mutar para recuperar su propia esencia. Este año, a pesar de todos los cambios reglamentarios, estamos viviendo más cacerías de QBs que nunca, más pasadores lesionados, más agresividad defensiva, más intercepciones, más fumbles, más errores forzados… Los equipos de siempre, los que nos gustan, los que teóricamente deberían salir más perjudicados por las nuevas reglas, están resurgiendo con fuerza. El juego de carrera, que perdía protagonismo año tras año, es el que está marcando la diferencia.
Algunos me preguntan porqué me sigue gustando tanto el viejo cascarrabias Coughlin. Más allá de haber sido el alma de aquellos Jaguars que me enamoraron en los 90’, el viejo maestro sigue devolviéndome cada domingo, con sus Giants, a un football americano que me gustaba mucho más, en el que tal vez se anotaran menos puntos, pero en el que las yardas se conquistaban con derramamiento de sangre.