Sobre empleados y jefes
Ahí, al lado, tenéis a X1. Lleva muchos años en la empresa y ya está bastante quemado. No se aclara muy bien con la informática, que le llegó un poco tarde, y está todo el rato pidiendo a los compañeros que le ayuden, aunque, todo hay que decirlo, cuando los demás le piden ayuda o consejo en los temas que él domina se suele hacer bastante el remolón. Por antigüedad, cobra un sueldo superior a la media, por lo que todos los jóvenes piensan que es injusto que cobre más porque trabaja menos y peor. Lo más triste es que si algún día le despiden habrá bastante gente que lo justificará solamente por ese sueldo superior, como si eso fuera culpa de él. A su lado esta X2, un tipo que no quiere líos. Llega siempre a su hora, o eso dice, y también se marcha en el momento que debe hacerlo, o eso sigue diciendo. No le pidas que haga algo que no le corresponda, porque se negará: “eso que me pides excede mi responsabilidad”. Él dice, y se lo cree, que trabaja bien, que hace lo que debe, y que para lo que le pagan no tiene que gastar un gramo de más. Lo malo es que, normalmente, el ser humano siente una enorme compasión por si mismo, así que, chalaneando de un lado o de otro, la realidad es que ha terminado por convertirse en un tipo escaqueado y bastante mal compañero, incapaz de hacer nada por casi nadie.
También está X3 que es un pelota diplomado. Como casi todos los de su especie tienen una doble vida en el trabajo, dos caretas distintas según esté el jefe delante o no. Dependiendo del tipo de empresa, y de la proximidad del jefe, el pelota se convierte también en un trabajador intensivo o en un escaqueado profesional. Muy cerca está X4, también conocido como ‘Calimero’. Él sólo habla de que le van a despedir, de que la empresa va mal, de que tiene ansiedad, o una úlcera sangrante. Su mujer está en el paro, su hijo no estudia, su coche siempre se estropea y en su casa no hay agua caliente. Vive enganchado a una bombona de oxígeno imaginaria, hace más horas que un tonto que le cunden bastante poco por culpa del tiempo que pierde contando sus desgracias.
Podríamos seguir así hasta el infinito. Está el chistoso, el graciosillo, el ‘con lo que yo he sido’, el que se cuelga medallas de otros, el ligón, el maestro… Es divertido ver cómo los recién llegados suelen adoptar la actitud del veterano que tienen a su lado en una especie de abducción laboral. Y no os riáis tanto, miraos a vosotros mismos y descubrid en qué grupo estáis enclavados.
Pero todos tienen una única cosa en común. Todos y cada uno de ellos critican a sus jefes, y no excluyo al pelota. Pero el éxito de un jefe es conseguir que esa fauna salvaje, que le pone a caldo, tire del carro al alimón, cada uno con sus virtudes y defectos. Podría ahora hacer una disección de los tipos de jefes, pero sería un trabajo arduo y aburrido y, al final, se podrían dividir, simplemente, en dos grupos muy claros: los buenos y los malos.
En la NFL pasa algo similar. Un vestuario es como una oficina. Están X1, X2, X3… Cada uno con sus manías, sus problemas y sus historias. El secreto de entrenar va más allá de tener un gran libro de jugadas, o una increíble mente táctica. Un entrenador tiene que ser un gran líder que sepa sacar lo mejor de sus hombres. Un jefe. Y da lo mismo que use la mano de hierro o el guante de seda.
Siempre he pensado que la moda de la última década de que el head coach sea también general manager es un grave error. Es imposible que el mismo tipo que te niega un aumento de sueldo por la tarde sea capaz de animarte a esforzarte más a la mañana siguiente.
Pero por encima de todos ellos está Bill Belichick que con sus métodos ha revolucionado la forma de jugar, de dirigir, de mentalizar y de gestionar un equipo como tal vez sólo hizo antes Vince Lombardi en la historia del football americano. Creo que todos los head coach que he nombrado en el anterior párrafo son capaces de llevar al éxito a una plantilla mediocre, pero sólo el bueno de Bill sabe convertir un cagarro en el plato estrella de un restaurante de la Guía Michelín.
Pero yo no quería hablar de Belichick. Mi intención era centrarme en los ‘tres tenores’ de la moderna NFL. Brad Childress, Wade Philips y Norv Turner. Tres tipos que, independientemente de su valor como estrategas, son incapaces de gestionar un vestuario y de mover jugadores con inteligencia. Año tras año, están desperdiciando unas plantillas que, por potencial, deberían ganar sus divisiones sin despeinarse y que, si consiguen salir adelante, se debe más a una conjura del vestuario que a la labor del staff técnico.
Por eso creo que no hay que hacerse grandes teorías para explicar el mal inicio de temporada de Vikings, Cowboys y Chargers. Simplemente son oficinas con empleados por encima de la media cuyo jefe no está a la altura. Una pena.