Tsuburaya: el suicidio de un bronce olímpico
El cadáver de Kokichi Tsuburaya fue descubierto el 9 de enero de 1968 en su habitación, bañado en sangre, acompañado de una nota en la que se leía un escueto "no puedo correr más". "Estoy demasiado cansado para correr más", según otras versiones. Se había seccionado la carótida con su navaja de afeitar. Ganó el bronce olímpico en los últimos Juegos, los de Tokio 1964. Tenía 27 años. ¿Qué le indujo a tomar esa trágica decisión?
Para entenderlo hay que retroceder al 21 de octubre de 1964, el día en que se disputó la carrera de maratón en los Juegos Olímpicos de Tokio. Compitieron 68 atletas de 35 países, entre los que se encontraban el campeón olímpico vigente, el etíope Abebe Bikila, y el plusmarquista mundial en ejercicio, el británico Basil Heatley (2h 13:55.0). Ganó Bikila, que se convirtió en el primer maratoniano en vencer dos veces consecutivas en unos Juegos. Y, además, pulverizó la plusmarca mundial, con 2h 12:11.2. Al revés que cuatro años antes en Roma, en que venció corriendo descalzo, esta vez exhibió unas zapatillas de blanco inmaculado.
La meta estaba en el estadio olímpico, abarrotado con 70.000 espectadores. Tras él llegó a la pista el japonés Tsuburaya, acechado diez metros atrás por el británico Heatley. El público estalló en un clamor al ver a su compatriota camino de la plata, pero Kokichi iba al límite de sus fuerzas, de forma que no pudo responder al ataque de su oponente, que le sobrepasó a falta de unos 200 metros para la meta. Bronce para Kokichi y coronación inmediata como héroe japonés. Gritos de "Nipon, Nipon, Nipon" "Japón, Japón, Japón"). Tsuburaya se retiró desconsolado de la pista, envuelto en una manta, pero fue adorado como un dios: era la primera vez en 28 años que un japonés conseguía medalla en atletismo.
Y en ese instante de triunfo comenzó a gestarse la tragedia. El bronce era un triunfo, sí, porque el nipón sólo había cedido ante el campeón olímpico y ante el hombre que tenía el récord mundial, y por esos 28 años de sequía de medallas en atletismo. Tsuburaya pertecía a las Fuerzas de Autodefensa de Japón, bajo estricto control militar, y recibió de inmediato dos órdenes: dejarse de ver con su novia y dedicarse absolutamente a los entrenamientos para ganar en los siguientes Juegos, los de México 1968. Kokichi obedeció ciegamente. En el alma del Japón de la época no se contemplaba la negativa a una orden superior. Obediencia ciega.
Entrenamiento y sólo entrenamiento. Y alejamiento de su novia. En 1967 sufrió varias lesiones y enfermedades (lumbago agudo, entre otras) y pasó tres meses hospitalizado. Cuando le dieron de alta, su cuerpo no respondía al esfuerzo y se dio cuenta de que ganar en México 1968 era una utopía. Utopía negativa que se convirtió en pesadilla. Sus jefes le habían encomendado una misión, el pueblo japonés confiaba ciegamente en él, pero él no podía responder.
Y entonces, ese 9 de enero de 1968 se seccionó la carótida con su aguda navaja de afeitar. Habían pasado dos meses desde que salió del hospital y faltaban nueve para los Juegos Olímpicos. "No puedo correr más", dejó escrito en un papel. "Estoy demasiado cansado para correr más", según otras versiones, ya sabéis. Fue una víctima de un sistema que le presionó hasta el infinito para ganar una medalla de oro y de un país donde la cultura del suicidio está muy arraigada. Una víctima inocente de un mundo enloquecido.