¡Ya lo decía yo! ¡Ya lo decía yo! ¿Que ya lo decías tú? ¡¡¡Y una leche!!! Lo que está pasando en la NFL no tiene explicación racional, lo diga quien lo diga. Y si alguno de vosotros es capaz de desenredar la madeja, que lo demuestre.
Nunca he creído en brujas y nigromantes, maldiciones o vudú, pero empiezo a pensar que la victoria de los Saints en la Super Bowl fue el último ingrediente de una fórmula mágica maligna, nacida de las páginas del infame Necronomicón. El famoso Abdul Alhazred, autor del libro infernal, ya supo en su locura, allá por el siglo octavo, en los áridos desiertos de Arabia, que un día aparecería un deporte que recuperaría el espíritu de los entretenimientos del antiguo imperio romano. Las sangrientas luchas en el circo entre fieras y gladiadores, las emocionantes carreras de cuadrigas, y las teatrales puestas en escena resueltas en un baño de sangre.
Y el árabe loco, antes de ser devorado por el infierno a plena luz del día, redactó sus textos más infames, sus peores abominaciones, pensando en la NFL. Y lo hizo en letras de sangre de recién nacido sobre el papel curtido con la piel desollada de cientos de vírgenes. Esas palabras esconden la maldición que abrirá las puertas para que lo más abyecto se alimente del mundo durante años sin término.
Dicen que aún quedan algunos ejemplares perdidos del Necronomicón. Copias escondidas por los servidores del abismo, que las guardaron en lugares oscuros para perpetuar la maldición. Luego, en el siglo XIX, coincidiendo con el nacimiento de nuestro deporte, salieron a la luz y fueron dejadas a la vista de todos, en bibliotecas públicas, con sobrecubiertas que escondieran de la vista las runas malditas que adornan su lomo y portadas. Algunos aseguran haber consultado sus hojas pestilentes en la biblioteca de Buenos Aires, del Cairo, o incluso de Santander… Es difícil dar verosimilitud a sus testimonios, porque casi siempre fueron hechos entre las paredes acolchadas de un psiquiátrico o en las hojas arrugadas de la confesión previa a un suicidio inexplicable.
Todo lo que os cuento son rumores, y me provocan una profunda desazón, un miedo irracional, pero he oído decir que un día, pocos años después de que el mar reconquistara la tierra, para sumir al gran imperio en un tiempo de caos, un ejército nacido en la ciudad de la brujas, y resurgido del mar, conquistaría el mundo enarbolando la bandera de la flor dorada, la insignia francesa.
Tras su conquista llegaría el caos. Los primeros signos serían poco claros, y sólo los iniciados podrían entenderos. El mercado se rompería. La economía sería un desastre, y esa regla de caballeros por la que todos los reinos tendrían a su disposición la misma suma de dinero para formar su ejército, pasaría a la historia. Todos gastarían por encima de sus posibilidades, creando desequilibrios, envidias y pobreza. Otro signo habla de la maldición del anciano inmortal. El viejo llegado del olimpo, afincado en la tierra del gran río, sufriría la misma maldición que Aquiles para llevar al caos al ejército de los dioses nórdicos. Las Valkirias perseguirían ese viejo dios para, aireando historias del pasado, terminar de condenarle.
Pero esos sólo serían los primeros signos, y ninguno nos dimos cuenta de su trascendencia. Ahora se han multiplicado, extendiendo la anarquía por toda la tierra. Los ejércitos de piratas y bucaneros, que parecían extintos, han resurgido de sus cenizas para volver a sembrar el caos en las tierras civilizadas. Y el viejo adalid del equipo perfecto ha regresado a las tierras del norte, como ya anunciaba la maldición, para intentar devolver la gloria a las hordas vikingas y al anciano inmortal. Y en el equipo de la tierra estéril, donde reina el ave ensangrentada, un paladín desconocido, nunca elegido entre las grandes promesas, ha recogido el cetro de un viejo campeón para humillar al imperio de la flor dorada. Y sus manos, temblorosas, son dirigidas por demonios invisibles que convierten las pizzas en lanzas y los melones en bombas. Peores son las señales en la tierra marrón, del condado del bull dog, donde se ha infiltrado un caballero maldito huido del país de las panteras. Allí esquilmó el tesoro y dejó la pobreza. Este ser perverso, poseedor de una putrefacción ignominiosa, arroja mal de ojo a los generales y arrastra a los ejércitos hacia el acantilado cuando parecen a punto de conseguir la victoria.
En el reino del cielo, donde viven las águilas, se ha declarado una guerra a muerte, por el dominio del cetro, entre el caballero de la eterna resaca y el devorador de lobos. Las tropas, desconcertadas, ganan y pierden batallas sin orden ni concierto, esperando que uno de ellos conquiste el poder. Incluso en el reino del oro, donde hace mucho tiempo que no encuentran una veta del rico metal, el esfuerzo dio sus frutos y apareció una que prometía devolverles su antiguo esplendor. Pero la maldición del Necronomicón les alcanzó convirtiendo la piedra brillante en plomo y arrastrándolos al abismo, donde arden entre gritos de desesperación.
¿No tenéis pruebas suficientes? En la tierra del tigre, donde la magia y el desenfreno conviven desde hace siglos, y los desechos de otros reinos residían en armonía, llegó el viejo apestado, el leproso hablador, expulsado de toda tierra, para resucitar como un Ave Fénix convertido en guerrero letal, cabalgando inalcanzable por el campo de batalla. Lo que nadie esperaba era que el mal ya estuviera dentro. El guerrero, a pesar de sus esfuerzos, es apuñalado en cada batalla por su señor, empeñado en regalarle la victoria a sus enemigos devolviéndoles la iniciativa en los momentos más críticos.
Pero permaneced tranquilos. Aún hay esperanza para el hombre. Algunos reinos resisten a la blasfemia. Los señores del acero, gigantes irreductibles, vencen cada batalla contra los engendros malditos, como llevan haciendo desde hace eones. En el reino de los cuervos, donde viven los comedores de hombres, los pájaros negros, inmunizados a la maldición, devoran las almas de los engendros antes de que puedan infiltrarse. En la tierra de los osos, a pesar de que su gran caballero cayó enfermo víctima de la abominación, y aunque el nuevo abanderado sea un muerto viviente camuflado, los ejércitos se han juramentado para resistir el asedio de la nube de muerte. Incluso en las cimas más altas, allá donde viven los halcones, la batalla aún no está perdida. Cada asalto parece ser el definitivo, pero siempre, en el último instante, aparece un guerrero salvador, uno distinto en cada ocasión, que mantiene inexpugnable la fortaleza.
¿Pero sabéis lo bueno de todo esto? Tenemos asiento de primera fila para contemplar cómo la plaga del caos se extiende por el mundo. ¡Viva esta NFL endemoniada! Are you ready for some football?
mtovarnfl@yahoo.es