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Historia, realidad y estados de ánimo

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¿Cómo no empezar una temporada? Con una derrota histórica ante un rival histórico y en unas circunstancias que amenazan con dar un vuelco a la historia. Una catástrofe que absorbe como un agujero negro las buenas sensaciones de la pretemporada y las ilusiones depositadas (por derecho o por el factor vigorizante que suponen las caras nuevas) y que pone en muy seria cuestión la figura de Ettore Messina en el entramado organizativo y jerárquico del actual Real Madrid. “Es una cuestión psicológica” asegura Juan Carlos Sánchez, nuevo director de la sección. Lejos de resultar tranquilizadora, esta frase encierra un peligro capital porque la temporada del equipo va a pasar, como siempre y por tradición y rigor competitivo, por la comparación con este estruendoso Regal Barcelona. Y porque también hay factores deportivos -de diseño, planificación y estrategia- que se unen a los psicológicos, incuestionables. Si la Supercopa era una ocasión de oro para huir de la sombra de la bestia azulgrana que trituró la temporada 2009/2010 del Real Madrid, se convirtió finalmente en el refresco claustrofóbico de todos los traumas de un equipo que necesita encontrar el punto de cocción en el plano deportivo y redescubrir las bases de su propia historia, de una tradición que no toleraba derrotas así, por fondo y forma. Y de eso no hace tanto. ¿O sí?

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Los números dicen que el Barcelona aplanó al Real Madrid (89-55) en ruta hacia la reedición de su título de campeón de la Supercopa (supercampeón: una perfecta definición de una máquina de baloncesto que alcanza momentos sublimes, literalmente perfectos). En navegación por el tercer cuarto se alcanzaron momentos de sonrojo integral para el Real Madrid (72-32 en poco más de 25 minutos). La valoración final arrojó un 110-41 aún más cercano a la literalidad de lo visto en el Buesa Arena. 20 de esos 41 corresponden a Fischer y Tucker. El Resto del Real Madrid acumuló apenas 21, por debajo de los 22 de Ricky Rubio. La derrota impide al equipo blanco airear la casa y le atranca, suspendido en pleno proceso de reforma. Era el rival que le arrasó la temporada pasada en cada competición, otra vez en frente. Era martirio o rendición. Fue la madre de todos los martirios.

No debería el Real Madrid caer en el catastrofismo absoluto con la temporada todavía en pañales. Ha perdido el primer título ante un enemigo que parece otra vez (con la última final ACB como exótica rara avis) varios cuerpos por delante de todos sus rivales. El grupo de jugadores tiene que acoplarse y redefinirse y lo que ahora es negro puede ser blanco en cuestión de un puñado de meses. Pero si bien todo esto es indudable, la magnitud atómica de la derrota exige reflexión y crítica. Otros, por historia o presupuesto, pueden escudarse en la superioridad del Barcelona. El Real Madrid, no. Otros podrían asumir una derrota así y mirar para otro lado. El Real Madrid, no. Y si en el entorno mediático y sistemático del club (prensa, directiva y sobre todo afición) se comienza a naturalizar varapalos de semejante calibre y se inhala sin echar el hígado la inferioridad ante el eterno rival, algo va realmente mal en el corazón de un club que aspira a recuperar su grandeza, no a redescubrirse como meritorio: aspirante a los títulos pero secundario en casi todos.

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Decía que la derrota no se puede explicar sin contar con el factor psicológico del mismo modo que no se puede justificar sólo a través del factor psicológico. Lo vimos la temporada pasada y lo vimos el pasado viernes corregido y aumentado: el Real Madrid baja los brazos ante el Barcelona de manera sistemática y al primer contratiempo, al primer bandazo. Es un equipo que parece hecho para potenciar todas las (tan enormes como variadas) virtudes del equipo de Xavi Pascual. Ese desánimo cada vez menos coyuntural y más estructural alcanza a la médula del equipo hasta llevarle a la parálisis, la indefensión y la ausencia de espíritu ni siquiera para dar maquillaje. Las afrentas se suceden (con veranos por el medio) y se digieren e intentan justificar. Al menos en ese sentido da la sensación de que el Real Madrid ha desperdiciado el verano. Y eso no lo explica la derrota sino las formas de la derrota.

En lo deportivo, la historia del partido fue que no hubo historia. Y esa es mucha historia. El Real Madrid tiene menos presupuesto que el Barcelona, pero no hablamos de diferencias dramáticas (30 millones de euros contra más de 27 por los 15 de Caja Laboral, los 10 de Power Electronics o los 6 de Joventut, por ejemplo). Lo que se pueda elucubrar por ahí no basta, por lo tanto, para justificar ese 72-32 en 26 minutos (¿resulta más dañino el 72, 2’7 puntos por minuto, o el 32, apena 1’2?). La diferencia tiene mucha más relación con la continuidad en una línea de trabajo y la profundización en un modelo y una apuesta. El progreso a través de la evolución, no de la revolución. Habría que hablar de una inversión hecha con convicción y sin desconfianza y habría que hablar de Chichi Creus (también de Xavi Pascual…). Pero el Barcelona y su visión de la excelencia en el baloncesto del siglo XXI merecen otro artículo (o valdría cualquiera de la temporada pasada…).

Con la temporada a punto de comenzar (Estudiantes en ACB y Olympiacos en Europa: más madera), de la Supercopa sale cierto olor a chamusquina en la plantilla, en el asiento del entrenador y en el flujo de relación que les une o debería unir. El Real Madrid es un equipo caro, que en los dos últimos años ha gastado en fichajes (finalmente se hizo el esfuerzo por Carlos Suárez) y ha gastado (mucho) en bajas. De lo llegado la temporada pasada resultó valer muy poco, incluidos dos de los tres aparecidos sobre la marcha (Jaric y Almond, sigue Tomic). Todo esto no dignifica desde luego la labor estratégica de planificación del club, que ahora comienza una temporada con motivos para el optimismo y para el pesimismo. Eso significa dudas y eso no es bueno. Realmente ahora mismo no se puede saber hasta dónde puede llegar este Real Madrid porque se acumulan las incógnitas. No sabemos si Carlos Suárez puede pasar de fichaje importante a trascendente, no sabemos si Tucker es un jugador válido para un equipo que aspira a ganar títulos y nadie sabe en qué punto exacto se encuentra Sergio Rodríguez tras su frustrante etapa NBA. Incógnitas que pueden resultar en positivo o en negativo. Y eso da vértigo y no ayuda a borrar la sensación de la temporada pasada: hay demasiados puestos en los que el Real Madrid no tiene a uno de los dos o tres mejores del baloncesto FIBA. Y por eso creo que muchas de las opciones reales del equipo blanco pasan por un salto de calidad importante de Velickovic y Tomic. Como tienen las facultades, se desconfía del ecosistema en el que intentan crecer. Y ese dedo señala directamente a la figura que más debilitada sale de la Supercopa: Ettore Messina.

El técnico italiano es por consenso uno de los mejores de Europa. Llegó con vitola de salvador y regenerador, rostro de una sugerida apuesta por la recuperación de prestigio. En su primer año decepcionó (y CSKA volvió a la Final Four...) en la toma de decisiones en la creación y la gestión de su plantilla. El segundo lo comienza con un ejercicio de baloncesto pésimo y de implicación pésima con la realidad deportiva y anímica de sus jugadores. Vacío de sistemas y soluciones, Messina ni siquiera parece cómodo con los mimbres que maneja tras ya dos veranos en los que se le supone un peso importante en la toma de decisiones. Pero se traen jugadores que a priori no parecen idóneos para el perfil Messina (Sergio, Tucker…) y se perpetúan apuestas (Garbajosa) que parecen contradecir los planes del italiano. Y si falla el flujo de comunicación entre directiva y entrenador, conviene plantearse las bondades de fichar a un técnico como Messina si no se está en disposición de darle las piezas necesarias. No sabemos si al de Catania le satisfacen los nuevos fichajes y no sabemos si sus apuestas terminarán resultando. Ante Tomic (2 de valoración ante el descomunal juego interior del Barcelona) viene de un mal Mundial y sigue acuciado por la sombra de la falta de cuajo (mal en defensa en las ayudas y en la intimidación, mal en la definición, la misma tendencia a hacer faltas evitables…) que cuestiona la condición de jugador fundamental que debería tener por sus fundamentos y sus 217 centímetros. Y Velickovic de alero (y más tras la llegada de Carlos Suárez) sigue pareciendo más una invención de urgencia que un punto de partida sólido. El Mundial volvió a demostrar que es mucho más feliz jugando de ‘4’ porque siempre ha sido un ‘4’. Insistir en él como alero es una apuesta que puede bendecir pero también resultar fatal para el propio Messina,que afronta una temporada instrumental en lo personal.

Vuelvo al principio y recuerdo que con el curso por estrenar en Liga ACB y Euroliga hay que guardarse los análisis totalmente destructivos o excesivamente catastrofistas. Pero no las críticas ni el análisis de los problemas que se avistan en el futuro cercano. Tiene que haber críticas, serias y diáfanas, tras un 89-55 (que pudo ser peor) ante el Barcelona. Y si no las hay, más allá del ventajismo, es que algo no funciona al nivel estructural más profundo en una institución como el Real Madrid. La temporada empieza torcida. ¿Cómo acabará…?