No soy lo que se dice un periodista convencional. En ocasiones sobrepaso la barrera clásica entre el deportista y el periodista, haciéndonos partícipes mutuamente de nuestras respectivas locuras, ilusiones y preocupaciones. La caravana mundialista ofrece un amplio abanico de personajes dentro del paddock y, a poco abierto que seas, es fácil sintonizar con mucha gente e incluso derribar esa barrera que en otros deportes es de acero inoxidable y nunca cae.
Hay gente que me dice si Jorge Lorenzo es un tal o es un cual, sólo por lo que ven en la tele, escuchan en la radio o leen en la prensa escrita. Es cierto que en los últimos tiempos está más soso en sus declaraciones, porque no quiere meter la pata, y que se preocupa por cuestiones periodísticas de las que debería pasar, porque está por encima de ellas, pero os puedo garantizar que a mí me ha demostrado una importante calidad humana que siempre deberé tener en consideración. El mayor exponente ocurrió la noche del primer GP de la temporada, en Qatar. Al apagarse los focos de Losail estuve a solas con él para que hiciera la columna del AS. El estreno mundialista siempre conlleva mucho estrés y aquel fin de semana no fue fácil para Jorge porque llegaba con una mano tocada. Acabó segundo, muy satisfecho, y al terminar esa columna del AS estuvimos un rato hablando de nuestras cosas. Me acompañó hasta la puerta de la sala de prensa y entonces me preguntó que cómo estaba. Le dije que bien, que cómo iba a estar después de un fin de semana de duro trabajo pero en el que había vuelto a disfrutar de lo que más me gusta, las carreras. No iban por ahí los tiros. Y me insistió en que cómo estaba de lo mío, alegando que no me había preguntado antes porque no le gustaba mucho hablar de los problemas, porque así era la mejor manera de superarlos, y se interesó por el estado de mi mujer. Se refería a la pérdida del bebé que estábamos esperando. Habían pasado ya unas semanas, y aunque ya me había mandado ánimos telefónicamente, esa noche me dejaba helado al interesarse con el corazón en la mano por un amigo cuando él podía ir de rey del mambo…