Nadal huele a campeón en NY
Tomás de Cos
Pasado ya el ecuador del US Open va siendo hora de dejar algunas de las impresiones que me ha dejado el torneo hasta ahora. Eso sí, de antemano quiero reconocer que dado que el horario de las jornada de Flushing Meadows es incompatible con mi horario laboral, lo más que he visto han sido retazos sueltos de partidos en diferido.
En la pasada madrugada, Roger Federer se ha citado con Soderling en unos cuartos de final plenos de morbo, mientras que por el otro lado del cuadro la presencia de cuatro españoles (Nadal, Verdasco, Ferrer y Feliciano López), asegura una semifinal con sabor español.
El número uno está haciendo un torneo siguiendo el patrón que más le gusta a él y su entorno: yendo de menos a más y ganando confianza con cada reto superado. Pese a que se ha hartado de comentar que ganar el US Open este año no es algo que le obsesione, lo lleva escrito en la frente. Ha preparado con mimo la gira americana para llegar a punto a Nueva York y ha hecho los ajustes necesarios en su juego, principalmente en el servicio, para hacer su sueño realidad.
Ya es conocida la maestría con la que Rafa sabe esquivar la presión antes de tiempo y el modo en el que la gestiona en las finales. Y aclaro para los posibles malpensados que la frase anterior no es una crítica, sino un halago.
De cualquier modo, creo que se ha sobredimensionado un poco el ajuste realizado por el mallorquín en su empuñadura en el servicio. Es obvio que está sacando más plano y por tanto más potente –ha llegado hasta los 216 km/h- pero conviene recordar que sin ese ajuste fue capaz de ganar en Australia o Madrid (cuando se jugaba en indoor y moqueta). En todo caso yo destacaría su apuesta por jugar un poco menos a porcentaje, algo que hasta ahora ha sido una de las señas de identidad de su tenis. En realidad todos los ajustes que realiza desde hace un tiempo tienen en común el objetivo de dominar más a sus rivales, llevar más la iniciativa del juego, y con ello estar menos tiempo en pista para ahorrar energías.
Mucho menos me ha gustado la queja sobre las bolas. Son las mismas para todos y ese tipo de cuestiones suenan a excusas puestas de antemano. Sinceramente creo que en la actualidad Nadal es imbatible cuando juega agresivo. Con los pies dentro de la pista y agresividad sus derechas se convierten en bombas de racimo. Nadie en el circuito tiene una derecha tan poderosa. Las hay que corren más, pero implican un mayor riesgo al llevar menos carga de liftado. Es prácticamente imposible que a media pista a Rafa se le escape alguna larga y cuando su bola toca el suelo se acelera como un demonio. Eso le permite además sentenciar con la volea, normalmente con un sutil toque cortado que deje la pelota en las cercanías de la red. Sus cifras en la red rozan la perfección. Si el físico le acompaña, morderá el trofeo del único grande que le falta.
Por su parte, Federer sigue dando síntomas de recuperación. El balance de la temporada americana es bastante bueno y las sensaciones que ofrece en la pista también. Está más confiado, más fresco y jugando sin presión. Pero habrá que ver si sigue así cuando se encuentre a un rival de entidad delante (Soderling lo es), y sobre todo si quiere Dios regalarnos una nueva final contra Nadal. Ya hemos visto que entonces se le atragantas las oportunidades de break y, en general, un gran porcentaje de los puntos importantes.
Otra nota destacable, ya citada arriba, es la notable presencia de españoles superada la primera semana del US Open. Algo que demuestra que España no es un país en el que sólo brillan los terrícolas, por más que sea la superficie preferida por la mayoría. Nuestros tenistas tienen casi todos unas características similares y reconocibles (el modo de situarse detrás de la pelota, la consistencia, la táctica en pista…), que les permiten evolucionar bien en todo tipo de canchas.
Por último no quisiera pasar por alto la eliminación de Andy Murray ante Stanislas Wawrinka. Es indudable el gran talento del escocés, pero también lo parece que le cuesta firmar varios torneos consecutivos al máximo nivel. Algo de lo que también padece Novak Djokovic, al que tampoco se puede nunca fuera de las quinielas.