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El pecado de ser diferente

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De vez en cuando me gusta escribir sobre Terrell Owens. TO siempre me ha caído bien, porque siempre me han gustado los que dicen lo que piensan. TO forma parte de una raza que reinó en los 80’ y en los primeros 90’. En aquella época los deportistas de élite no sólo eran atletas, muchos de ellos también eran espectáculo por si mismos. Entonces no existía esa imposición social llamada ‘lo políticamente correcto’, ni se coaccionaba a las personas públicas diciendo que “debían ser ejemplo para los niños”.

Porque los de mi generación, cuando éramos niños, veíamos películas de John Wayne en las que el héroe fumaba como un carretero y llamaba “malditos pieles rojas” a los indios sin que eso afectara a nuestra percepción de la realidad. No nos trataban como a idiotas y nosotros, tiernos infantes con raciocinio y capacidad de análisis, éramos capaces de separar realidad de ficción, de pasar el tamiz por nuestras vivencias y crecer como personas sacando enseñanzas de nuestras experiencias. Ahora es inconcebible no sólo que el protagonista de una película aparezca con un pitillo en la mano haciendo comentarios ofensivos para una minoría, por mucha ficción que sea, sino también que un padre le ponga a sus hijos esas antiguas películas llenas de valores… y de detalles políticamente inaceptables.

Ahora el cine es didáctico, el deporte es didáctico, los juguetes son didácticos, y ese mundo en el que las cosas eran opinables, en el que todo se podía ver desde distintos ángulos, ha desaparecido ante una imposición que ha entrado en nuestras vidas poco a poco, como una marea, empapándonos sin que nos diéramos ni cuenta. Cada vez hay más cosas blancas o negras, inopinables, caminos obligatorios de los que no te puedes salir si no quieres convertirte en un apestado, en un prófugo social, en TO.

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Porque el deporte no se salva de esta marea de corrección cínica, de valores mal entendidos, de buenismo. Y nos encontramos con situaciones antinaturales como que Contador y Andy Schleck terminen convirtiendo la última semana del Tour en una acumulación de momentos bañados en sirope de fresa. Amo el ciclismo, mucho más que cualquier otro deporte. Llevo muchos años dedicando entre tres y cuatro horas de cada uno de mis días a dar pedales, a subir puertos, a sufrir sobre la bicicleta. Y nunca, nunca, nunca, podré imaginar al Tarangu, Ocaña, o Arroyo, a Hinault, Lemond, Fignon o Perico, esperando a nadie, regalando nada, justificando un ataque, pidiendo perdón por una victoria. Ellos eran deportistas de verdad, con todos los valores del deporte: la ambición, el ansia de victoria, la pasión en cada pedalada, la capacidad para exprimir cada debilidad del rival, de torturar al contrario… Y lo peor es que estoy seguro de que Contador tiene todas esas virtudes, pero no le dejan sacarlas a relucir. Le acusarían de antideportivo, le colocarían el estigma, dejaría de ser un ejemplo para los niños. Y le sucedería lo que a Fernando Alonso, cuyo mayor pecado es decir casi siempre lo que piensa, comentarios que nunca son tan escandalosos como nos han intentado hacer creer, pero que se salen del guión.

Porque ese es otro de los grandes problemas del nuevo deporte. Se premia al cínico, al falso, al hipócrita. Al que dice lo que debe decir por encima de lo que quiere decir. Ya sabéis, para que los niños se eduquen. La verdad no importa, la pasión molesta. Queremos atletas robóticos, siempre con la sonrisa en la cara, tanto ante el éxito como ante el fracaso, gente sin alma, como la que quieren crear en la sociedad. Individuos que no piensen, que no sufran, que no fracasen, que se diviertan cuando se lo digan y que manifiesten emociones enlatadas. ¡Qué asco!

Y ahora, esos deportistas apasionados, ganadores, luchadores hasta la última gota de sangre, que dicen lo que piensan, que entran a la batalla, que quieren ganar a toda costa,… y que además no mienten ante un micrófono y exudan pasión en cada aparición pública, son perseguidos y señalados, en un intento de extinción que cada día resulta más clamoroso.

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Por eso me gusta TO, porque es como las estrellas de cuando yo era un niño, los tipos que admiraba, grandes profesionales, grandes estrellas mediáticas, grandes delante de un micrófono. Gente divertida que me animaban a seguir un deporte, para descubrir si eran capaces de cumplir sus bravuconeadas, para reírme con su última ocurrencia. Deportistas apasionados dentro de la pasión del deporte. Seres humanos con alma.

Y cada vez siento más simpatía por los Bengals. El equipo capaz de dar oportunidades a los apestados, uno de los pocos lugares del mundo en el que no importa tu pasado, en el que sólo se mira hacia delante, en el que las cuentas quedan canceladas y un deportista puede sacar a relucir sus pasiones sin que le echen en cara que haya niños mirando.

No se si los rumores serán ciertos, pero deseo que TO juegue con los Bengals, para que yo pueda disfrutar de uno de los últimos momentos de una generación anterior, en la que cada uno tenía su opinión, en la que se valoraban las cosas en su justa medida, en la que un lobby no podía acabar con la carrera de nadie.

Me da asco este mundo de corrección, de pensamiento único, de aburrimiento. Un universo en el que se imponen sin discusión opiniones discutibles, se tergiversan las palabras, se educa en la mediocridad, y un deportista no puede atacar a su rival cuando tiene la oportunidad porque se le acusa de antideportivo.

Terrell, tienes razón, estoy seguro de que Carmella DeCesare hubiera descubierto contigo lo que es un hombre. Y me sigo riendo cuando recuerdo esas declaraciones igual que el primer día. Porque, por suerte, me eduqué viendo películas en las que John Wayne fumaba y perseguía a los indios, y aún soy capaz de discernir el verdadero valor, la verdadera importancia, de las cosas.

Espero que los Bengals te terminen fichando, y que triunfes en ese reducto de libertad, uno de los pocos lugares del mundo en los que aún hay sitio para los políticamente incorrectos.

Perdón por el artículo, lo siento, tenía que soltarlo.