Nerón siglo XXI
Juzga a LeBron, desprecia a LeBron, adora a LeBron, teme a LeBron, reverencia a LeBron, aborrece a LeBron, espía a LeBron, interpreta a LeBron, imita a LeBron, vapulea a LeBron, ama a LeBron, fantasea con LeBron, humilla a LeBron, escruta a LeBron…LeBron, LeBron, LeBron… LeBron. El proclamado, ahora se sugiere que autoproclamado, King James, habló y Miami Heat salió de la cacareada bonanza de agentes libres del mercado 2010 convertida en la franquicia triunfadora y a la vez en el punto de mira: más analizada, anticipada y seguramente odiada que ninguna otra en la historia del deporte estadounidense. Una historia reescrita este verano con renglones torcidos. Wade, Bosh y LeBron juntos en el Sur de Florida. Un doble salto mortal de consecuencias demoledoras en lo deportivo y en lo social. Y el reflejo de todas las peculiaridades –novedosas, rupturistas e incluso enfermizas- de una sociedad inmersa en un nuevo siglo y en una revolucionaria hoja de ruta comunicativa. El circo de los últimos meses, la hoguera de las vanidades de las últimas semanas, es la imagen de lo que somos (o al menos de cómo lo somos) reflejada en un espejo monstruoso. Y en el centro de esa hoguera, en el epicentro de la tormenta, LeBron James. De Elegido a Nerón del siglo XXI…
El 19 de julio del año 64 ardió Roma de punta a punta. Una ciudad devastada para la historia. Para la leyenda, un imperio consumido por el deseo narcisista y cruel de un emperador, Nerón, obsesionado, con erigir a partir de las cenizas un nuevo mundo a su gusto, imagen y semejanza. A las 00:01 del 1 de julio de 2010 LeBron Raymone James, jugador de baloncesto, se convertía en agente libre y saltaba al mercado NBA tras siete temporadas defendiendo la camiseta de Cleveland Cavaliers. Una semana después, el jueves 8 de julio, anunciaba el camino de su futuro en un programa especial de ESPN que se fue hasta las seis horas entre previa, nudo y análisis: ‘The Decision’. Era La Decisión, con mayúsculas y era una frase que ya forma parte de la historia de la NBA: “el próximo otoño me llevaré mis talentos al sur de Florida para jugar con Miami Heat”. Allí esperaban las otras dos piezas más codiciadas de un mercado de agentes libres sin parangón: Dwyane Wade, renovado, y Chris Bosh, en traslado / huída desde Toronto. Todos con siete años de experiencia, todos en un momento óptimo de sus carreras. El Apocalipsis (‘LeBroncalypse’ lo llamaron) representado en unos fastos al ego draconiano, un programa en prime time que resultó un canto narcisista y empalagoso, difícil de digerir y justificar para cualquiera que no resida en la soleada Miami (otro nombre que se le ha dado: ‘The championship of me’). La liga convertida en cenizas, reescrita al antojo de tres jugadores de baloncesto. LeBron en la picota. Sus camisetas ardiendo en Cleveland y aficionados sacando abonos para las ligas de verano sin más intención que comenzar a abuchear a Miami Heat ya, tres meses antes de que comience la competición. De héroe a villano, de elegido a psicópata egocéntrico. Tocando la lira y fantaseando con un nuevo reinado mientras su Ohio natal ardía en llamas. Todo enlatado y servido, pura pompa, por ESPN mientras foros y redes sociales entraban en combustión espontánea. Casi 2000 años después, Nerón 2.0. Nerón siglo XXI: LeBron James.
La decisión
Sobre los cadáveres de años de habladurías e ingeniería de despachos en las franquicias con aspiraciones de reconstrucción (New York, New Jersey, Chicago, Miami…), la mañana del 8 de julio amaneció con la certeza de que LeBron James ficharía por Miami. Días antes se había confirmado la renovación de Dwyane Wade y la llegada de Chris Bosh. Con LeBron, llegaba la madre de todos los ‘big three’, el terror redefinido y amplificado para el resto de la liga, una nueva forma de tiranía en gestación. Resumir meses de movimientos, miles de análisis y literalmente millones de informaciones / rumores / suposiciones / dogmas de fe expresadas en blogs y redes sociales sería una tarea masoquista. En una visión rápida, Knicks y Nets salieron pronto de la ecuación, James no convenció a Bosh para que le acompañara en Cleveland y Wade rechazó su Chicago natal cuando las piezas comenzaron a encajar en un escenario mucho más sugerente. El telón fantasma de la continuidad en Cavs se sostuvo cada vez con menos aplomo hasta que cayó y descubrió la realidad: el mercado de agentes libres que parecía destinado a redistribuir la riqueza y transformar los equilibrios de poder en la liga terminaba con golpe de estado de Miami Heat. Mientras, otras piezas valiosas optaban por la vía continuista (Pierce, Allen, Nowitzki, Joe Johnson), algunos se quedaban con retales de fábrica (Clippers, Nets) y otros daban pasos menos decisivos de lo previsto hacia el futuro (Knicks) o reafirmaban, aún sin cazar megaestrellas, un proyecto equilibrado, pensado, trabajado y de apariencia muy atractiva (Chicago Bulls).
Más allá de (inevitables) valoraciones emocionales y sociales, la jugada parece maestra desde el punto de vista deportivo para los nuevos tres tenores de Miami. Pero LeBron aparece instantáneamente vapuleado, desprestigiado y analizado de forma sangrante desde todos los flancos. Con una certeza que pone al mundo de acuerdo, como todo gran cataclismo, y que reside en el terrible error que supuso ‘The Decision’, el programa especial de ESPN en el que James cantó al mundo que sus talentos se marchaban de casa. Sonó a travesura juvenil, a aventura con los amigos. Sonó a exhibición insensible y egocéntrica. Sonó hueco e innecesario y, por encima de todo, arrojó la imagen del LeBron más débil e inseguro que nunca hubiéramos imaginado. Seguramente inmerso en un circo con demasiados leones (¿y algún payaso…?) por su Business Manager e intimísimo Maverick Carter, mal aconsejado por su entorno y torpemente justificado detrás de la donación de los réditos del programa (a los Boys And Girls Clubs of America). Envoltorio artificial e innecesario para un acto que sólo requiere firmar un cheque y para un personaje que le puede poner a ese cheque los ceros que le dé la gana. Literalmente.
Los analistas saltan a la yugular: LeBron habla de sí mismo en tercera persona y vende como ejemplificador un comportamiento que América no consigue digerir. El show no obtiene respaldo alguno, atragantado en el gaznate del país. La imagen de LeBron se transforma de forma integral en cuestión de segundos. Sus defensores no comprenden quién le inculca las virtudes de utilizar semejante plataforma para anunciar que abandona su casa, a los que eran sus seguidores y vecinos. Así se interpretó en un reguero que nació en inernet y estalló en las calles: las ya imposibles camisetas de LeBron como ‘cavalier’ ardían (en las tiendas a precio de saldo a partir del día siguiente) mientras la policía tomaba posiciones en torno a la residencia de LeBron.
Un proceso desquiciado y excesivo, con las emociones a flor de piel, en el que todos tienen culpa y por le que los medios de comunicación deberían mirarse más a los ojos y menos al ombligo. Una escenificación surrealista azuzada por Dan Gilbert, dueño de los Cavaliers y multimillonario con impoluta imagen de triunfador, que perdió toda noción de dignidad y remitió una carta en la que tachó a LeBron de traidor y prometió que habrá un anillo en Ohio antes que en el sur de Florida. Horas después acusó a LeBron de borrarse en los momentos decisivos de la traumática eliminación ante Boston en los últimos playoffs. Un comportamiento de amante despechado, curioso para quien ha alimentado al monstruo al que ahora desprecia tras permitirle todo capricho. Los fans arropan a Gilbert y se ofrecen a pagar la multa que le ha impuesto Stern. El corazón no deja lugar a la razón: seguidores de a pie quieren cargar con la multa del millonario que afrentó a la estrella por la que acaba de despedir a un entrenador y a un General Manager y a la que hasta horas antes quería firmar con un contrato de más de 120 millones de dólares. El circo sigue y el reverendo Jesse Jackson salta a la palestra con un oportunismo anticlimático para remover odios raciales y sugerir comportamientos esclavistas. En este nuevo mundo los esclavos de Jesse Jackson firman contratos de más de 100 millones de dólares y son imágenes icónicas que cubren fachadas enteras de este a oeste de los Estados Unidos…
Error en las formas, cambio en el fondo
La decisión de LeBron James admite cualquier tipo de análisis, todos los prismas en un flujo en el que razón y sentimiento se confunden y en el que a veces cuesta identificar qué circula de la calle a los medios y qué hace el mucho más tradicional viaje inverso. Es el signo de los tiempos y el impacto de las nuevas formas de comunicación en los saturados carriles de las autopistas de la información.
Lo que parece innegable es que LeBron se equivocó en las formas y ahora se acumulan los nombres que llenan el lugar que, al menos temporalmente, ha dejado vacante en el olimpo NBA. Kobe Bryant, antes en el centro de tantas críticas, es ahora respetado y valorado por su ética de trabajo, su instinto ganador, su madurez colectivista y su disposición al servicio de su organización. Y por sus cinco anillos, claro. Wade aparece como la imagen más limpia y respetable de Miami, su equipo al fin y al cabo. Y Kevin Durant se erige (ya lo hace en la pista) como futura referencia de la liga, apoyado en una extensión de contrato con Oklahoma City gestionada con modestia y naturalidad. La antítesis del espectáculo en el que el personaje del rey se comió a LeBron, la persona. Jordan, Magic o Barkley critican la alianza de los Heat. Hay algo de cambio generacional, de revolución. Hasta hoy las megaestrellas no querían reunirse, querían competir entre ellas. Se critica a James por esconderse en un súper equipo en lugar de apadrinarlo. Se le condena por rendirse a la evidencia de que necesita más de lo que hasta ahora pensaba para ser campeón. Y no se valora que quizá eso implique una concesión al espíritu colectivo que aporta matices decisivos al gigantesco problema de ego que se ha situado por consenso como el gran estigma de LeBron. Puede que ahora cambien las formas, el estilo, las maneras de construir grandes equipos. Habrá que esperar para saber si estamos ante un James egoísta y obsesionado con su propia marca o ante un jugador maduro (a sus 25 años que han dado para tanto…) y comprometido con la única causa que se le resiste, la de los anillos. Si fracasa, si tuerce el gesto, se recordará para siempre cómo hacía y deshacía a su antojo en Cleveland y cómo estuvo a punto de quedarse fuera del ‘redeem team’ de Pekín 2008 porque los constructores del Team USA no toleraban sus chiquilladas, sus formas, sus imposiciones. Se necesitó paciencia, trabajo colectivo y la supervisión de Jason Kidd en una función casi de niñero para hacer funcionar al rey en aquel equipo que ganó el oro olímpico.
Hay que admitir por un lado que el tiempo de LeBron en Cleveland Cavaliers se estaba agotando de forma dramática. Había asumido que no atraería a grandes estrellas hacia Ohio y que ya no le bastaban, ni ante los aficionados ni ante sí mismo, los MVP de Regular Season y las temporadas llenas de éxito que sólo anticipaban varapalos en playoffs. Jugó una final y la perdió 4-0, y en los dos últimos años probó el sabor del fracaso ante Orlando Magic y Boston Celtics. Su enfrentamiento con Mike Brown se remonta a los playoffs 2009. El técnico advirtió a Gilbert sobre James y acabó despedido. Danny Ferry acabó despedido. James ha acabado en Miami. El pecado de Gilbert ha sido no dar con la tecla, no ser capaz de rodear a LeBron de las piezas adecuadas en un baile finalmente sin sentido (Marshall, Williams, Shaquille, Jamison…). Tiempo ha tenido antes de entrar en trance y despedir a casi todo el mundo para seducir a la desesperada a un jugador al que ya no podía detener. Tiempo para asumir que LeBron era de Ohio, sí, pero que llegó a los Cavs en la lotería del draft, que era un premio para la franquicia y no un compromiso matrimonial. Desde esa perspectiva, LeBron ha llenado de dinero y exposición mediática a un equipo en ruinas hace siete años y en ruinas de nuevo. Un drama en una ciudad reconocida en toda América como maldita, incapaz de sumar un gran éxito en los deportes profesionales.
Pero LeBron no se libra de culpa tampoco en esta parte del proceso. Nunca se involucró en la recolección de piezas para el proyecto como sí ha hecho en Miami nada más aterrizar (Ilgauskas llega de su mano). Sometió a la franquicia a sus caprichos y finalmente dejó una imagen casi lastimosa mientras Boston Celtics, a base de orgullo, espíritu de equipo, actitud y defensa, le cerraba el camino a la final del Este. Por entonces su crisis con Mike Brown era ya absoluta, sus pensamientos estaban en el 1 de julio y su imagen en la diana, con la prensa aireando rumores de aventura entre su madre y Delonte West, su ciclotímico compañero de equipo. Demasiado para un jugador de 25 años que realmente colisionó en su espectral quinto partido de esa serie, ya maldita para él, ante Boston.
Hay constantes luces y sombras, motivos para lamentar el linchamiento público y argumentos para unirse a él. Y entre estos últimos uno de los más encarnizados es la comprensión algo tardía de que todo este plan se estaba gestando desde hacía años. Con el viejo tahúr Pat Riley repartiendo las cartas, los astros se alinearon de tal manera que no había otra solución posible. Bosh, Wade y LeBron hicieron migas en sus concentraciones con la selección USA. Allí fantasearon primero y pusieron en marcha después todo lo que ahora ha acontecido. Un compromiso no escrito entre amigos, un anhelo entre quien sabe que necesita ayuda de calibre en su equipo (Wade), quien quiere abandonar el ostracismo de Canadá (Bosh) y quien sueña con compartir la presión y jugar al baloncesto entre amigos, casi una regresión esquizoide hacia sus felices días de instituto. Así llegaron pasos como las respectivas ampliaciones de contrato en 2007 firmadas sin buscar el largo plazo y con una sola cosa en mente: 2010. A partir de ahí parecen innecesarias muchas de las cosas que han sucedido después. Y se podría empezar por el hecho de que los Cavaliers se enteraron de la decisión de LeBron a la vez que el resto del planeta. Y seguir por el tormento sufrido por los seguidores de los Cavs, congelados en un momento del tiempo y el espacio, una instantánea que define las emociones primordiales que maneja el deporte. Un trance ribeteado por un obituario mal elegido y mal expresado: “Me llevo mis talentos al sur de Florida…”.
Entre bambalinas queda, y mejor no pensar en ello, el oscuro influjo de Nike o de CAA en todo lo sucedido. CAA: Creatives Artists Company, agencia de Management de Los Angeles que comparece como elefante en cacharrería en el mundo del deporte y, con 2010 en vista, absorbe las agencias que representan a… LeBron, Wade y Bosh. El camino queda allanado y con alfombra; Roja, por supuesto. En primer plano y con luz y taquígrafos queda registrado el éxito de Pat Riley y Dwyane Wade. El primero como presidente de los Heat (¿y entrenador antes de los playoffs…?), reinventado por enésima vez a los 65 años, con su sonrisa de ganador, su peinado indestructible y su estilo Armani. En el negocio desde los 60, desde sus tiempos de jugador en Kentucky y siempre con la grandeza como aspiración última. El showtime de los Lakers (cada vez menos a la sombra de Jerry West), el fichaje de Shaquille O'Neal y el primer anillo de Miami Heat en 2006… y las operaciones de guante blanco que han liberado el espacio salarial necesario para que el golpe de estado de 2010 cobrara cuerpo definitivamente. Una vez más, Riley olió la oportunidad y la persiguió. El resto lo puso su carisma, su capacidad para involucrar a los jugadores, su reunión con James en la que le enseñó y explicó su colección de anillos. Ahí, en la saga de pura épica al estilo americano de Riley, morían las últimas opciones de Bulls, Knicks o Cavs tras otro espectáculo evitable y discutible: las franquicias llegando a Cleveland con pose reverencial y agradecida para ser recibidas por un rey que ya tenía una decisión meditada y prácticamente tomada. Wade, por su parte, aparece como el personaje mejor parado de la historia. Miami Heat es su equipo. Le dio un anillo con una actuación sobrehumana en la final 2006 y ha sobrevivido a los años de sequía mientras trabajaba en un futuro que ya está aquí. Por eso Wade ha aparecido en el centro de cada foto promocional del nuevo súper trío. Bosh ha hecho de pegamento, de elemento fundamental como aglutinador y articulador de una posibilidad que pasó de imposible a real en un período de tiempo mayor del que, ingenuos, habíamos sugerido. Para LeBron queda la hiel. Las críticas, la mancha en su expediente, las dudas, la presión máxima.
Un experimento extraordinario
Tantos análisis permite esta nueva situación (Brave New World diría Aldous Huxley) que parece quedar en un último término el hecho básico de que al fin y al cabo hablamos de un equipo de baloncesto que todavía no ha echado a andar y que tendrá que ajustarse contrarreloj y en medio de una presión atroz para competir duro y ser campeón. No hay puerta de atrás ni objetivos intermedios. Es la espada de Damocles de un experimento gestado en probetas de oro: o fracaso ciclópeo o dinastía. O descomposición o tres o cuatro anillos en un margen de cinco o seis años. El balance deportivo tendrá que hacerse más adelante, primero con las plantillas cerradas y después con la temporada en marcha (o casi). Pero quienes ya sacan brillo al anillo en Miami deberían valorar con frialdad la dificultad de lo que hay por delante, lo caro que es un título en la NBA. Por delante hay retos apasionantes y monstruosos: Orlando Magic y la primera rivalidad entre equipos de Florida en la cumbre (hasta ahora la bonanza de uno ha coincidido con los socavones del otro); el vigente campeón del Este Boston Celtics (reagrupado para un último intento con tantos kilómetros en las piernas como orgullo en su ADN); y el campeón de la liga, de las dos últimas, unos Lakers que trabajan para ampliar rotación (por ahora un acierto: Blake, y otros en cartera) y que seguirán teniendo un juego interior contra el que no hay antídoto si Bynum está sano (Gasol-Bynum-Odom), la baza de Artest (su colisión con James en una hipotética final sería épica) y a Kobe Bryant, claro. Un Kobe que por fin podrá descansar y aliviar los problemas (dedo roto, espalda, tobillo, rodilla…) a pesar de los cuales fue el líder del campeón y MVP de la final.
El margen de análisis deportivo que emergió de los rescoldos de la aparición de LeBron en ESPN se polarizó en dos cuestiones esenciales: por un lado, Miami necesitaba imaginación y tiento para recomponer un roster depurado literalmente para crear espacio salarial a tres gigantes que no pueden ganar solos el título. Por otro, las dudas sobre la compatibilidad en pista de tres figura de tal calibre, en lo referente a egos, y de dos perfiles como los de Wade y LeBron, en cuestiones puramente relacionadas con el juego. A la primera cuestión Miami ha respondido con rapidez, agilidad y maestría. Mérito de Riley, otra vez, y de la capacidad de atracción de un proyecto en el que todos, casi todos, quieren participar. El bloque de secundarios es más profundo y con más variantes de lo que hubieran presumido los más optimistas: Chalmers, Ilgauskas, Mike Miller, Haslem, James Jones, Joel Anthony, Magloire… En cuanto a la química entre estrellas, no cabe duda de que el talento acorta el camino y garantiza muchas victorias en Regular Season. Pero en las simas más profundas de los playoffs esperan equipos dispuestos a explotar cualquier debilidad, a trabajar sobre cualquier foco que pueda gripar la maquinaría de los Heat. Lakers, Celtics, Magic, quién sabe si los Bulls de ese mago de la estrategia defensiva llamado Tom Thibodeau…
Insisto en que este análisis sería prematuro ahora mismo pero conviene recordar que en la NBA, si no cambian las normas, no se puede defender con seis jugadores, y que tanto Bosh como Wade y LeBron requieren marcajes dobles o incluso más en el caso de los dos últimos. Ahí surgen ajustes de laboratorio de los que puede salir muy beneficiado un Bosh que jugará más liberado y explotará su enorme talento ofensivo. Y si bien la aplicación de Wade y Bosh en cancha tiene muchos paralelismos, una lectura inteligente y generosa del juego posibilitaría totalmente su alianza. Los dos prefieren generar sus jugadas que lanzar tras recibir y ninguno de los dos juega para crear espacios para otros. Quizá Wade asuma un rol de finalizador y LeBron de procurador. Ya hay quien apunta a que el verdadero referente de James puede ser Magic Johnson (y no Jordan, cuyo reflejo más cercano seguirá siendo Kobe...) y quien no descarta verle promediar un triple-doble la próxima temporada. En Miami jugará a un ritmo mucho más alto (debería, al menos) y cabalgará un enjambre de armas de destrucción masiva. En Cleveland, encorsetado por Mike Brown, con unos compañeros de menos nivel y un sistema de ataque mucho más previsible y por lo tanto defendible, promedió la temporada pasada 29’7 puntos, 7’3 rebotes y 8’6 asistencias. Que cada uno haga sus cálculos.
Lo único que sabemos con certeza es que es imposible calcular ahora mismo el impacto deportivo de semejante ¿y poco sagrada? trinidad. El ‘big three’ de Boston ha reunido a jugadores ya en la fase final de sus carreras y no en plenitud como sí sucede en Florida. Eso permite imaginar una longevidad (ventana, dicen en Estados Unidos: window) mayor y sugiere también quizá más problemas de cohesión. Garnett y Allen llegaron junto a Pierce en plena madurez y conscientes de que sólo de ese bloque bien cohesionado y comprometido saldría la oportunidad de no cerrar sus carreras sin títulos. Por otra parte, la última vez que se reunieron jugadores de semejante calibre no eran tres sino dos: Kobe Bryant y Shaquille O’Neal. Gobernaron la liga durante tres temporadas y finalmente se autodestroyeron. Otra vez, que cada uno haga sus cálculos. De los dos partes de la anterior frase...
El futuro, ahora
Conviene reflexionar también sobre la realidad empresarial de la NBA y las fórmulas que se manejan en los despachos y que pueden quedar obsoletas en la negociación del próximo convenio colectivo (que promete emociones fuertes de primer nivel). A David Stern ni le ha gustado este desenlace ni le ha gustado la exhibición de poder que se han permitido los jugadores. Aunque al final estos tienen el mando, él prefiere el sistema clásico en el que todo, en apariencia, está manejado por dueños, directivos y, a lo sumo, entrenadores. En una liga que amenaza ruina el mercado de agentes libres reparte contratos desmedidos (no hablo precisamente de los de Wade, Bosh o James) y los márgenes de excepción del tope salarial serán un caballo de batalla que puede arrasar las relaciones verticales dentro del conglomerado NBA (comisionado - propietarios - managements - jugadores). Quizá a partir de ahora, y más si Miami Heat triunfa, se redefinan las relaciones contractuales, la forma de planificar, las gestiones y los objetivos de los contratos. Sin terminar de digerir lo sucedido en 2010, New York Knicks firma a Felton por dos años pensando en ajustes que le permitan formar a partir de 2012 su propio súper juguete: Amare Stoudemire, Carmelo Anthony y Chris Paul o Deron Williams.
La rueda sigue en marcha y el circo en funcionamiento hasta desembocar en el anhelo de que la temporada arranque y se vuelva a hablar de baloncesto. Un hastío del que todos tenemos culpa. En Cleveland tachan de egocéntrico a LeBron tras haberle aupado a una figura casi literalmente divina. Stern rechaza la actual sucesión de acontecimiento cuando bajo su mandato la NBA se ha ido convirtiendo en una fábrica de vedettes, un ente en el que el culto a la estrella individual amenaza con devorar (salvo honrosas y hermosas expceciones) la cultura de equipo y la plusvalía del éxito colectivo. Los medios y los aficionados, por fin, decimos sentirnos hastiados hasta la nausea de un fenómeno del que hemos sido mucho más que cómplices y altavoces. Se crea una figura de una entidad mediática casi monstruosa, se sigue cada uno de sus pasos prácticamente desde su pubertad y después se desprecia aquello en lo que se ha convertido. Se labra con absoluta dedicación un icono del deporte global, una figura casi omnipotente y omnipresente, y se hacen después burlas de que se proclame “kingjames” en su nueva cuenta de Twitter. Se siguen sus movimientos hasta la paranoia, se airea cualquier rumor y se citan fuentes de fuentes de otras fuentes para acto seguido poner el grito en el cielo porque esa misma cuenta de Twitter roza el cuarto de millón de seguidores apenas cumplidas las 24 horas de su nacimiento. Se alimenta el espectáculo antes de rechazarlo. Se generan unas consecuencias que luego se valoran desde fuera y desde las alturas. Se aprovecha cada migaja de la NBA como negocio y luego surge la impostada sorpresa por las estimaciones de que la llegada del nuevo ‘big three’ reportará un billón de dólares a la ciudad de Miami. Se repudia que el deporte parezca quedar a un lado pero se convierten en psicodrama y casi cuestión de estado los casi diez millones de telespectadores que se engancharon a ‘The Decision’ en ESPN mientras se olvidan demasiado rápido los 28 que vieron a Kobe Bryant ganar su quinto anillo en un Lakers - Celtics con sabor a puro baloncesto clásico (séptimo partido, las dos grandes franquicias de la liga, desenlace épico...).
Y la rueda sigue girando y todo el mundo mira a los Heat cuando le temporada queda tan lejos y cuando, mientras nadie demuestre lo contrario, los rivales a batir son Boston Celtics en el Este y Los Angeles Lakers en la liga. Todo lo demás, a partir de noviembre. Y hasta entonces, la lapidación de quien midió mal sus pasos y no valoró la profundidad y el calado de sus formas más allá del fondo de sus decisiones. Quien en abril, tan cerca pero en realidad tan lejos ya, afirmaba que tenía un gran objetivo y que no iba a parar hasta lograrlo: “ganar un campeonato con Cleveland Cavaliers”. Esclavo de sus palabras, Nerón reencarnado en el siglo XXI: LeBron Raymone James.