El triunfo de la constancia
Tomás de Cos
La escena tantas veces repetida volvía a conquistar a millones de aficionados al tenis. Rafa dejó caer su corpachón sobre el resbaladizo y sucio manto ocre que le ha convertido en leyenda. La imagen del instante de euforia se ha colado en las primeras de los periódicos de medio mundo: Nadal aparece tendido en un puro calambre de celebración. Con los brazos tensos, marcando músculo y dibujando las venas bajo la piel. Con los puños cerrados, como los ojos, en un grito de alivio y liberación. Un momento íntimo, vivido en público y desnudado por las cámaras, con el que intenta sin éxito interiorizar una nueva hazaña. La enésima de una carrera meteórica, sólo al alcance de los elegidos. Nadal recuperó en París su título más preciado y el cetro del tenis mundial. Vuelve a ser el primero de la lista y su juego luce la contundencia que le aupó allí en un inolvidable 2008.
Las lágrimas derramadas después son la consecuencia lógica de la brutal inversión de esfuerzo, sufrimiento, deseo, orgullo y ambición llevada a cabo. Pero son también un síntoma de que la herida anímica ha quedado totalmente cicatrizada. La travesía del desierto ha sido larga pero el balear ha sabido arribar al puerto anhelado. El deporte de la raqueta ofrece constantes reválidas y Nadal ha sabido aprovecharlo. Consumó la venganza perfecta ante Robin Soderling, su verdugo en 2009, con un incontestable 6-4, 6-2 y 6-4 con el que despachó también a Federer.
Nadal tiene la competitividad impresa en su ADN. El suyo es el triunfo de la constancia y la combatividad, del espíritu de superación. Vive cada partido como un reto y cada punto como una batalla determinante para el desenlace de la guerra. Sin permitirse ningún desfallecimiento y aplicando toda su energía, sus recursos y su inteligencia sin reservas. Prepara a conciencia cada duelo, sin subestimar a ningún contrario y maneja como nadie el lenguaje corporal. No se fía ni de su sombra y vive instalado en la tensión propia de la competición. Un cóctel de virtudes, en el que destacan la contundencia y la fiabilidad, que lo convierten en un ciclón casi imparable en estado de gracia. En uno de los poquísimos tenistas de la historia capaz de seguir ganando incluso sin jugar bien. Enhorabuena campeón. La gloria es para quien se la trabaja.