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Agua, frío, viento…

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Os confieso que este año estoy especialmente sensibilizado con el clima. La prueba cicloturista que tenía marcada con letras de oro en mi calendario era los 10.000 del Soplao. 165 kilómetros por caminos, y 4.200 metros de desnivel acumulado, son las señas de identidad del ‘Infierno Cántabro’, una de las dos o tres marchas más duras del calendario español, sobre todo porque la lluvia y el barro suelen ser constantes durante todo el recorrido.

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Así que llevo desde enero mirando al cielo cuando me levanto. Cuanto más frío, más lluvia y peor tiempo hacía, más entrenaba. Buscaba siempre los recorridos más embarrados para acostumbrar al cuerpo a las condiciones de la prueba de Cabezón de la Sal. Normalmente, los días lluviosos te quedas en casa haciendo rodillo, pero este año me he comido multitud de chupas de agua dando pedales.

Podéis imaginar la cara de jilipollas (con perdón) que teníamos el sábado pasado los 3.000 participantes del ‘Soplao’ cuando mirábamos al cielo sin ver ni una sola nube y no encontrábamos en el suelo ni un mísero charco. En cinco meses no he salido a entrenar en manga corta ni un solo día y en la fecha señalada para la carrera los termómetros subieron hasta los ¡30 grados! El espectáculo era dantesco. La gente se tiraba de cabeza a los arroyos, se caía redonda de la bici desmayada por el calor, gemía en las cunetas y sufría con cada pedalada. El porcentaje de retirados superó con creces el 40%. Yo he estado dos días con asma por el polvo que tragué.

Ganó Fran Ventoso, ciclista profesional, que terminó en 6h 45’. Mi objetivo era rondar las diez horas, y era más que factible según las simulaciones que hice las semanas anteriores, pero necesité casi doce para completar la prueba (11.10:28 pedaleando y 11.49:22 incluyendo paradas varias, según mi GPS). Los últimos en llegar rondaron las 18 horas. El fuego que caía del cielo fue una dura prueba para todos, e hizo trizas la programación de la mayoría. Dentro de un mes rodaremos como motos bajo el sol más pegajoso imaginable, pero cuando el cuerpo no está acostumbrado se convierte en una tortura hacer grandes esfuerzos bajo climas extremos.

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Por eso llevo dos días con la boca abierta por la última decisión de la NFL. La Super Bowl de 2014 se disputará en el New Meadowlands Stadium de Nueva Jersey. La casa de los Giants y los Jets. Un campo que se inaugurará esta temporada y que no es cubierto.

Tradicionalmente, la Super Bowl se disputa en una zona cálida del sur de EEUU. Excepcionalmente se han disputado algunas ediciones en estadios cubiertos de zonas más frías (como sucederá en 2012 en Indianapolis) pero nunca, nunca, nunca, se habían metido en un jardín como el de disputar el gran partido en un estadio abierto, y en una zona en la que, por esas fechas, es habitual el frío y la nieve.

Por un lado, la Super Bowl no es solo un partido. Durante la semana previa la ciudad que acoge el evento se convierte en un hervidero de turistas. Las tiendas cambian su negocio habitual y se lanzan a vender merchandising del partido y de los finalistas. Se monta la NFL Experience, un mini parque de atracciones en la que todo gira alrededor del football. Los mercadillos de venta de cromos, trading cards, productos históricos, camisetas, balones y cualquier objeto imaginable que pueda tener algo que ver con el deporte del balón ovalado surgen como setas en todos los parques, grandes aparcamientos y lugares imprevisibles. Los bares y restaurantes incluyen el menú Super Bowl en su carta y las fiestas de lujo y de no tan lujo se suceden de forma interminable. Es una experiencia que hay que vivir alguna vez en la vida. Yo he tenido la suerte de hacerlo y, os lo aseguro, pasas varios días abrumado por el espectáculo.

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Todo lo que os he contado en el último párrafo se reduce al máximo cuando la Super Bowl se disputa en una ciudad fría. Yo no estuve en la edición de Detroit, pero cuentan los que estuvieron allí que en la ciudad no hubo en ningún momento el tradicional ambiente de Super Bowl.

En la NFL, como en el ciclismo, es muy importante saber aprovechar las condiciones meteorológicas, o las características de tu propio estadio, para sacar ventaja sobre tu contrincante. Un ejemplo, que ya os he puesto anteriormente, es la proverbial capacidad que tenían los Bills de Jim Kelly para asentar un juego aéreo letal bajo el peor clima posible. Los Bills estaban acostumbrados al frío y la nieve que llegan a Buffalo mucho antes que a casi todo el resto de EEUU. Eso provocaba que el equipo entrenara y jugara bajo condiciones adversas habitualmente. Cuando sus rivales miraban al cielo y decidían fundamentar su plan de ataque en el juego terrestre, Kelly era capaz de lanzar bombas letales que se perdían en la tormenta de nieve para surgir, unos instantes después, en las manos de sus receptores. Los Patriots actuales son también grandes especialistas en aprovechar los climas extremos. En el otro lado de la balanza estaban Dan Marino y sus Dolphins. Bajo el sol de Florida eran invencibles, pero tiritaban de frío, incapaces de meterse en los partidos, cuando jugaban en climas extremos. Vivir en el eterno verano de Miami provoca que un viaje a Boston se convierta casi en una exploración extraterrestre.

Así que, según pienso yo, una Super Bowl en New Jersey a primeros de febrero va a reducir a cero, o incluso a bajo cero, el ambiente previo al partido. El Show del descanso se lo deberán encargar a Björk vestida de esquimal… o a ‘Los Del Río’ en diferido, por las pantallas gigantes, para que canten ‘La Macarena’ y todo el mundo se lance a bailar para entrar en calor. Además, la Super Bowl se va a disputar, con toda probabilidad, bajo condiciones extremas así que muchos de los equipos pueden jugar en inferioridad de condiciones.

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Sabéis que no siento demasiada simpatía por Goodell, pero cada decisión que se toma desde que él es el comisionado me reafirma en su dudosa competencia para el cargo que ostenta. Vamos a ser serios, si quieres llevar la Super Bowl a un lugar frío, apela a la épica y a la historia, organízala en Green Bay y al menos asegúrate de que toda una ciudad se vuelque en un evento histórico. No me perdería por nada del mundo una Super Bowl en Lambeau Field, aunque se jugara a 40º bajo cero.

Nueva York no necesita una Super Bowl para promocionar su turismo y la NFL no necesita descubrir mundos nuevos… en los que se le congelarán los huevos.