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He visto al futuro navegar las olas del pasado

 

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Pase lo que pase, el nombre de Oklahoma City Thunder resonará como un profundo eco en las crónicas de las temporada 2009/2010. Por su Regular Season y su viaje a los playoffs; Por su proyecto de juego, su boceto de futuro maravilloso y por su despliegue en primera ronda ante los Lakers. Contra el campeón; Contra el logo, la leyenda y el glamour; Contra los pronósticos. Es probable que los Lakers sobrevivan aferrados al factor cancha y disputen las semifinales del Oeste. Pero mientras sus miserias, también en la hora de la verdad, se hacen cada vez más difíciles de disimular, en OKC se disfruta el presente y se anticipa el futuro, que galopa supersónico surcando salvaje las olas del pasado. El Ford Center es testigo y su testimonio recorre el mundo, orgulloso y frenético. Es la magia de los playoffs y es el premio al trabajo bien hecho. La liga, atenta, recoge el guante. El pasado caduca y el presente se desvanece. El futuro ya está aquí.

No es ventajismo porque pienso que al final los Lakers encontrarán (vía Staples, supongo) el camino a semifinales del Oeste. No es tremendismo porque ahí están los datos, los números, los análisis, las imágenes, las sensaciones, los medidores de decibelios. No es un espejismo ni una imagen deformada por un espejo convexo. Es la realidad llamando a la puerta: los Lakers tienen un problema real en primera ronda de playoffs. No se dejan ir (no más allá de lo que va inscrito en el ADN de su actual plantilla), no esconden armas, no esperan su momento. Es la hora de la verdad y están magullados. No es la serie ante Houston Rockets de 2009, la desidia descansando en la calidad pura, sintetizada para ser aplicada sin un átomo de esfuerzo más del necesario. Por sus pecados y por la furia del clamor de un trueno de color azul, algo huele a podrido en L.A. y algo surge, una promesa germina, en Oklahoma City. Sólo hay que ver el Ford Center, un infierno en la más perfecta tradición playoffs. Fraternidad, camisetas, volumen brutal… diversión exportada al mundo en directo, luces y taquígrafos. Stern, con todo lo que supuso el traslado de esta franquicia, sonríe retorcido y pasa cuentas. Y Kobe y Fisher, la vieja guardia, recuerdan el ambiente de antiguas y gloriosas batallas ensordecedoras, descarnadas, en el ARCO Arena de Sacramento. Y junto al respeto al reconocimiento a la afición rival en ese recuerdo también brilla, me temo, un disimulado acento de nostalgia, un canto a tiempos mejores.

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Como todos pensábamos que los Lakers guardaban una marcha más para playoffs (la ‘urgency’ de la que, con gesto de tahúr, siempre habla Phil Jackson) y todos intuíamos que los Thunder se sentirían cebados por el hito de pisar la fase final y se rendirían con más o menos decoro a los angelinos, este 2-2 tiene a la liga en vilo, los teclados de los analistas echando humo. Y no tanto por el 2-2 en sí sino por las sensaciones, por la transparencia con la que los Thunder están siendo, realmente, tan buenos como los Lakers. Escandalosamente superiores en el cuarto partido. Seguramente los Lakers sobrevivan en su cubil del Staples, ese circo de seda que engulle rivales más por glamour que por hostilidad, la seducción de Hollywood licuada y convertida en tambores de batalla (de diseño, claro). Pero están pasando por un trance sincero, están sufriendo y aireando sus vergüenzas ante el radar de su rivales, el actual y los que puedan venir. Ahora, ajenos a ese pensamiento y concentrados en sobrevivir, ya han dado, venga lo que venga, la alternativa a un equipo al que todos presumíamos un futuro maravilloso. Pero no tan pronto. En los dos primeros partidos del Ford Center, especialmente en el segundo, los Lakers han parecido el pasado, el viejo león extenuado y acorralado, y los Thunder un cazador subido en una locomotora que viene devorando páginas del calendario, recortando tiempo al tiempo. Por valentía y por estilo. En el mascarón de proa de estos Thunder hay un mensaje grabado en fuego azul: “El futuro es lo inalcanzable para los débiles y la oportunidad para los fuertes”.

Los Lakers tienen problemas

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Si el lenguaje corporal revela las verdades últimas y profundas que ocultan las palabras, los Lakers salieron de la caldera del Ford Center tan retratados como magullados. Los gestos contenían abducción, desesperación, incredulidad, hiel. Al final y en suma, torcida impotencia. Adam Morrison bostezaba en el banquillo con descaro mientras su equipo (el que le paga, digo), naufragaba en una selva de brazos infinitos y piernas jóvenes. Los cruces de miradas de Kobe y Phil Jackson resultaban inescrutables y Gasol y Bynum, un proyecto de torres gemelas todavía en boceto, bajaban la cabeza. Ya sabemos que a los Lakers les cuesta querer. Ahora vemos como la ecuación se iguala y ya no es sólo cuestión de voluntad. Les sucede, tan mortales, que quieren y no pueden. No pueden responder a la apuesta de intensidad, ritmo frenético y pasión juvenil de su rival. Pero tampoco pueden gobernar desde sus teóricos galones ni aprovechar sus recursos. Ni siquiera hacen brecha, más allá del primer tiempo del primer partido, desde su superioridad aparente en la zona. No aparece nadie. Los Lakers, que no buscan héroes porque se buscan a sí mismos, tienen problemas.

A lo largo de la temporada han llegado desde L.A. señales de humo: congestión en la relación Kobe - Phil Jackson con amenaza de desconexión, las protestas de Gasol, los mensajes (más o menos sibilinos) del propio Jackson, la vacuidad de la segunda unidad, el agotamiento de Fisher, las rodillas de Bynum, la inoperancia de Artest. Bryant juega con un dedo roto y con un rosario de males que los aficionados del Staples recitan como un mantra: tobillo, espalda, rodilla… Fruto de todo ello pierde el foco y tira mal, no se adapta a su realidad física mientras Jerry West recuerda que a punto de doblar la esquina de los 32 años el cuerpo pasa el cazo y ya no recupera como antaño. La mala gestión mental de Kobe quedó expresada en el primer parcial del cuarto partido, en el que no tiró a canasta más como pataleta (tras su derrota ante Durant en los minutos calientes del tercero) que como verdadera voluntad de implicar a sus compañeros en el juego. Eso denota falta de sentido en una feria de vanidades que necesita recobrar el sentido. O se olvida el juego interior o se sobrecarga sin obtener ventajas exteriores y sin sostener la lucha por el rebote. Kobe es un héroe tuerto, herido y sin puntería. Fisher no ve el aro y no ve ni la sombra de Westbrook y Artest naufraga en el tiro y en la adaptación a un triángulo defensivo que ahora recordamos que Scottie Pippen tardó casi dos años en aprender. No entran los tiros abiertos y fáciles, no entran ni siquiera los tiros libres. El banquillo es tierra yerma y ni siquiera Odom resulta consistente. Phil Jackson medita y retuerce su sonrisa de Gioconda. En ese gesto del Maestro Zen vive, sobrevive, la última oportunidad de los Lakers de encontrar a tiempo una nueva fundación y pelear (de verdad) por el back to back, por otro anillo.

 

En algún momento entre el segundo y el tercer partido los Lakers perdieron la ascendencia psicológica sobre unos Thunder que se les han subido, ya es literal y oficial, a las barbas. Queda exento un primer partido que gobernaron con más suficiencia que alardes a partir del aprovechamiento de la pareja Gasol - Bynum, desde la inteligencia y la experiencia ante un rival que pagó el peaje del debut en playoffs ante Jack Nicholson y todo lo que hay a su alrededor: el Staples. Desde entonces los Thunder han sido más flexibles, más listos, más atléticos y más completos. Han ido recortando distancia a base de generosas zancadas de actitud y calidad como grupo. Su exhibición / obsesión intimidadora (17 tapones) del segundo partido les hizo desangrarse por la concesión de rebotes bajo su aro. Brooks (recordemos: técnico de año) lo corrigió. Bryant se ha encontrado hasta con cuatro defensores: los esperados Sefolosha o Harden, la carta marcada de Green, la sorpresa de Durant y su significación (a todos los niveles) en el final del tercer partido. 48 tiros libres lanzados en el cuarto partido, casi récord en partido de playoffs contra Lakers, algo nunca visto desde los tiempos de Bird, McHale y compañía. ¿Arbitraje? No: inteligencia, intensidad.

Scott Brooks, imagino, se frotará las manos desde la posición que casi cualquier entrenador del mundo querría para sí. No se recuerda en tiempos recientes un grupo de jugadores tan joven, completo y prometedor. Quienes conocen el ambiente de la franquicia aseguran que transmite vitalidad y optimismo y que se trabaja de forma metódica para mejorar en cada partido, en cada cuarto, en cada jugada. Hay un juramento colectivo, una promesa llena de generosidad comandada por Kevin Durant, un jugador que ya es mucho más que un anotador voraz y cuyo límite nadie se atreve a establecer por temor a quedarse corto. Scott Brooks maneja con criterio y química un diamante en bruto de puro baloncesto. Moderno y apasionado. Con calidad y una arrolladora energía, mental y atlética. Westbrook (21 años), Durant (21), Green (23), Harden (20), Ibaka (20)… Cinco nombres para un posible quinteto de futuro de posibilidades infinitas. Si se añade la honrada aportación en el trabajo de albañilería y saneamiento de Sefolosha, Collison o Krstic, la agradable aparición de un rookie como Maynor y las posibilidades de futuro (veremos) de otro como Mullens… es imposible poner techo al crecimiento de un equipo que, además, está dando una lección de capacidad mental y competitiva en su debut en playoffs, donde otros se dan por satisfechos con salir en la foto. El resto, y por lo que respecta a la serie que vive en el filo del 2-2, pasa por seguir exprimiendo sus recursos: descaro, velocidad, físico, equilibrio. Westbrook, espalda con espalda con Durant, como líder espiritual y ejecutor de un rival sin antídoto para sus rupturas hacia el aro. Ibaka como confirmación en términos absolutos y proyecto de pívot dominador (físico terrible, movimientos en mejora exponencial). Green como pegamento y aglutinador. Harden, el chico criado al sur de California, con su aroma a baloncesto puro…

 

Con todo, la lógica invita a apostar por los Lakers y por el cerrojazo local en el Staples. Si así sucede, habrá que medir el sufrimiento al que obliga a los de Phil Jackson, donde queda su termómetro de sensaciones de cara a la segunda ronda. Si llegan. Un condicional que hoy por hoy es mucho más que un recurso lanzado al viento de la escritura…

Si Kobe Bryant no entra en tono físico (y con él en dinámica de tiro), los Lakers están perdidos. No saben (ni deben) jugar sin él y no pueden, claro, competir a estas alturas cuando acumula tiros y arruina porcentajes. En forma, Bryant es la hoja de ruta hacia el anillo, un cheque en blanco. Pero en el Ford Center, como en las últimas semanas de Regular Season, no ha parecido en forma. Bynum vuelve a tener, un año más, la coartada de llegar justo en lo físico y Gasol ha pasado de comenzar la serie jugando con suficiencia a penar por ella superado por la intensidad rival, por una tormenta azul que golpea por todos los flancos. Puntos dentro y fuera de la zona, transición brutal (24-2 en puntos de contraataque en el cuarto partido), rebote, intimidación… Quizá Phil Jackson tenga las soluciones o quizá hasta el maestro Zen perciba el olor a azufre. Él siempre sabe aquellas cosas que los demás desconocemos. Pero quizá ni él, el entrenador más grande de la historia, sea capaz de evitar la gran noticia que recorre hasta la última callejuela de la liga: los Lakers podrán capear el temporal Thunder pero no repetirán título. En OKC, mientras, sonríen y afilan el hacha. Sin nada que perder y con los brazos abiertos a lo que venga, un brindis al destino. El hambre, como el sonido del trueno, no cesa. Pase lo que pase, el mensaje es alto y claro para la liga, para el mundo: el futuro está aquí y viaja en nuestros hombros. Un futuro al que juro que contemplé, en el cuarto partido en la caldera maravillosa del Ford Center, navegar sobre las zozobrantes olas del pasado. O juro que, al menos, eso fue lo que me pareció…