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Más Nadal que nunca

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Tomás de Cos

El número tres del mundo superó a Verdasco con un implacable 6-0 y 6-1, puso fin a una sequía de títulos de once meses y mordió su décimo sexto trofeo Masters 1000. Empata en número con Federer y se coloca a uno del récord de Agassi.

Nadal vuelve a sonreír. Su sexto título en Montecarlo, una hazaña jamás conseguida antes en la historia moderna del tenis, le ha quitado un gran peso de encima. Las frustraciones y los miedos se amontonan en el inconsciente sin que la razón o la lógica consigan borrarlas. Permanecen latentes y asoman en los momentos más inoportunos. Las emociones limpian más rápida y profundamente la mente humana. La alegría de Nadal, al que su esfuerzo en su travesía del desierto ha hecho mejor tenista, le va a permitir deshacerse definitivamente de gran parte de sus fantasmas. Al menos mientras su cuerpo siga alejado de las malditas lesiones.

El balear se dejó caer sobre su superficie talismán, consciente del valor balsámico del resultado cosechado ante Verdasco. Y con las lágrimas que se le escaparon tras la victoria acabó de deshacerse de las sensaciones negativas que le han acompañado durante los últimos meses. Nadal jugaba para recuperar su paz interior, para volver a sentirse orgulloso de sí mismo, para reencontrarse con la senda positiva en la que ha vivido toda su vida. El deseo de victoria se había convertido en obsesión, en pura necesidad, por su manifiesta adicción al triunfo. Algo parecido a lo que le sucediera a su amigo Federer el año pasado en París. Seguro que Roger no se olvida de enviarle un SMS felicitándole.

El partido apenas tuvo historia. Nadal se encargó de que no la hubiera y Verdasco naufragó en unas aguas tan hostiles como desconocidas. El ‘castigador de Manacor’ lo fue más que nunca y se convirtió en un rodillo triturador. Dominó todos los ámbitos del juego hasta maniatar y desesperar a Verdasco. Se movió y defendió a la perfección y devolvió cada bola con más potencia y peso del que traía. Fue todo un frontón. Un muro insalvable para el héroe de la final de la Davis de Mar de Plata, que se hizo pequeño conforme crecía su impotencia. Las molestias en las cervicales se quedaron en una simple anécdota, porque Nadal fue más Nadal que nunca.