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Se ha muerto Miguel Delibes

Siempre os hablo de football americano. Si me apetece contaros otra cosa intento relacionarla con la actualidad de nuestro deporte y os la cuelo de tapadillo. Pero hoy eso me parece una frivolidad. Creo que hay que haber nacido a orillas del Pisuerga para entender la tristeza que nos inunda hoy a todos los vallisoletanos.

Nuestro escritor se ha muerto. Os confieso que me he puesto a rememorar su bibliografía y he roto a llorar. Y no se porqué. Tal vez porque Delibes era Castilla. El alma de una tierra explicada página tras página. El lugar donde nací, el sitio que más quiero.

De niño, en los años setenta, en Radio Popular de Valladolid había una cuña que se repetía con insistencia. Aún la recuerdo: “Castilla es una tierra grande, noble, vieja y sabia. Siéntase orgulloso de ser castellano. Conocer Castilla para quererla… y amarla”. Siempre me emocionó escucharla.

Los niños de Castilla leíamos a Delibes en el colegio. Eran los libros de lectura obligatoria. Y más allá de esas imposiciones que tanto molestan a la gente menuda, siempre me sentí transportado con sus historias. Porque para entender a Delibes hay que tener el alma castellana. Hay que haber visto una puesta de sol tras un sembrado de cereal convertido en mar furioso, y haber vibrado con la carrera a vida o muerte entre dos galgos y una liebre, y haber luchado con un barbo, en una tarde de primavera, a orillas del Duero y a la sombra de una chopera, y haber visto a un cordero recién nacido mamando por primera vez de las ubres de su madre. El otoño en Castilla es triste y frío, pero también un regalo a la vista, con tonos ocres y hojas caídas. Y el vuelo de un milano, y el canto de una perdiz, y sentir el campo como parte de tu vida, como una extensión de tu casa, como el lugar en el que más a gusto te sientes. Y todo eso, que está grabado al fuego en lo más íntimo del alma de los castellanos, era lo que Delibes sabía transmitir como nadie. Triste eternamente tras la muerte de su amor, Ángeles, pero amable y divertido, siempre dispuesto a dedicar unos segundos a los que le paraban por la Calle Santiago, sólo para agradecerle que hubiera nacido, y lo hubiera hecho en la mejor tierra del mundo.

Mi amor por el campo, por la bicicleta, por los libros bien escritos y por las historias sencillas se lo debo a Delibes y hoy, como todos los castellanos, me siento un poco huérfano, triste con esa pena que hace que te duela la nuez. Y miro al cielo, como a él tanto le gustaba, para intentar descubrirle entre las nubes grises que hoy también lloran.

Se ha muerto Delibes. Lo siento, hoy no os hablo de football. Me puede la pena.