El 19 de agosto del año pasado Caster Semenya se impuso con mucha facilidad en los 800 metros de los Mundiales disputados en el estadio olímpico de Berlín. Hace ya medio año. Y en esos seis meses la IAAF ha sido incapaz de llegar a una conclusión acerca de la sexualidad de la atleta surafricana, situada permenentemente bajo la lupa de la opinión pública y sometida a un debate de lo más esperpéntico sobre si es hombre o mujer. Yo no soy nadie para entrar a discutir semejante tema, así que lo que me inspira Caster Semenya es, sobre todo, compasión, por ver sometidos los aspectos más íntimos de su vida a un escrutinio permanente y, a menudo, feroz.
Desconozco si es fácil o difícil determinar si una persona es hermafrodita, pero me cuesta creer que con los médios científicos con que se dispone actualmente se pueda tardar más de medio año en llegar a una conclusión. Con cada día de retraso se hace un poco más de daño a la campeona mundial de 800 metros y la IAAF se pone un poco más en evidencia. Es necesario llegar a un veredicto justo lo más rápido posible, para poner fin a una situación cruel e insostenible.
Por lo que parece, a Caster Semenya le van a mantener el título mundial (se dice que hay un pacto entre la IAAF y la Federación Surafricana), pero, según suena por aquí y por allá, es muy probable que se la impida correr de nuevo... lo que no deja de ser una incongruecia. Si su cuerpo no es apto para competir en la categoría femenina, debe perder el oro; si lo es, debe seguir compitiendo. Todo ésto me parece un lío enorme.
Lo que hace falta es que la sentencia se conozca ya. Mejor mañana que pasado. Y que Semenya, si no es demasiado tarde, vuelva a ser una persona normal. Si es que puede, a estas alturas...