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El QB que sacaba la lengua

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Varios de vosotros me habéis escrito pidiendo que hiciera una columna sobre alguno de los jugadores más carismáticos de los Saints. Me he decidido a escribirla pero tal vez os sintáis decepcionados cuando veáis que el elegido no es Brees, Sharper, Vilma, Shockey, Bush, Henderson o Colston.

Mi mujer es una santa. No sólo me consiente salir todos los días de mi vida, incluidos sábados y domingos, a montar en bicicleta, sin quejarse cuando regreso embadurnado de barro; también admite que tenga una habitación de nuestra modesta casa forrada de estanterías, a su vez atestadas con una colección de cómics que sigue creciendo mes a mes. Parece uno de esos extraterrestres de moco, de las películas de los años 60’, que terminan por engullir todo lo que les rodea.

Además, cuando abres la puerta de entrada, lo primero que se encuentra el visitante es una figura, de un metro de alto, de un QB de época de los Washington Redskins. A su lado está ‘el altar’: una mesa atestada con algunos de los recuerdos de football americano a los que tengo más cariño. En esa mesa está, por ejemplo, la almohadilla sobre la que me senté en el estadio de los Chargers durante la Super Bowl que ganaron los Bucs, o las entradas, acreditaciones y programas de los partidos que he visto en directo. También hay detalles conmemorativos como pines, jarras, copas de champagne, figuras de varios jugadores como Bettis o Favre, cromos… Incluso un casco Riddell de los Jaguars (el oficial de juego) en el que me dejé hace bastantes años todos mis ahorros.

Pero dentro de ‘el altar’ hay una reliquia por la que siento un especial cariño. Es un cromo autografiado y con un trozo de la camiseta, autentificada con un documento, que usó Mark Brunell en un partido de playoff con los Jaguars.


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Muchos de los recién llegados no sabréis quien es Brunell. Tal vez sólo os suene como el segundo QB de los Saints y el holder del equipo. Un nombre más de la plantilla cuya labor no se ve. Un tipo prescindible.

Pero Mark Brunell, que ahora tiene 39 años, es uno de los jugadores que más he admirado en mi trayectoria de aficionado enfermo. Comenzó su carrera en los Packers, elegido en la 5ª ronda del draft de 1993, y se formó en el mejor lugar posible, a la sombra de Brett Favre. Brunell era un QB móvil, muy parecido en su forma de jugar a Steve Young: rápido de movimientos, capaz de moverse en el pocket como un bailarín, de echar a correr con el balón con mucho peligro, con un brazo extraordinario y con una visión del campo fabulosa. Brunell tenía empaque de torero bueno, con poder, y alma de guerrero.

En 1995 nacieron dos nuevos equipos: Carolina Panthers y Jacksonville Jaguars. Cada uno tuvo una filosofía distinta. Los primeros se cimentaron sobre muchas estrellas veteranas, Los segundos prefirieron crecer partiendo de un grupo joven. Tom Coughlin, el actual entrenador de los Giants se hizo cargo del equipo. Entonces ya era famoso por su mano de hierro y su carácter arisco, pero fue capaz de formar un grupo impresionante. La primera temporada los Jaguars comenzaron con Steve Beuerlein pero en la jornada 7 Brunell consiguió la titularidad. El equipo terminó con un récord 4-12, pero dando la sensación de que muy pronto sería capaz de grandes cosas.

Esos éxitos llegaron casi de inmediato. Brunell, protegido por el mejor guardaespaldas de la NFL, Tony Boselli, formaba junto a Jimmy Smith (WR) y Fred Taylor (el mismo corredor que jugó esta temporada en los Patriots) el mejor tridente ofensivo de la NFL según muchos analistas. Estamos hablando de unos años míticos con Steve Young en los 49ers, Aikman en los Cowboys, Favre en los Packers, Elway en los Broncos, Marino en los Dolphins… Un equipo novato, plagado de jugadores desconocidos, asombraba a la NFL. Brunell, el QB que sacaba la lengua en cada lanzamiento, en un gesto característico, parecía el futuro.

Se clasificaron para playoff en las siguientes cuatro temporadas. En la primera de ellas perdieron la Final de Conferencia frente a los Patriots de Bledsoe y en la cuarta dejaron escapar su auténtica gran oportunidad. Completaron una temporada increíble en la que sólo perdieron dos partidos, ambos contra los Titans de McNair y George. Después de humillar a los Dolphins, en el último partido de Marino como profesional, volvieron a perder contra los Titans en la final de conferencia. Sólo tres derrotas en toda la temporada y todas contra los de Fisher. El mundo se perdió una Super Bowl Rams-Jaguars entre dos de las ofensivas más espectaculares de la historia. Creo que yo aún no me he recuperado del trauma.

Pero esos Jaguars no sólo eran ataque. Su defensa era tan agresiva como la de los Giants campeones con Coughlin y tan oportunista como la de los Saints de esta temporada. Robaban balones y cazaban quartebacks mientras Brunell, Smith y Taylor anotaban sin parar.

El sueño terminó con la derrota ante los Titans. Las rodillas de Brunell estaban destrozadas y Fred Taylor comenzó un rosario de lesiones que le ha perseguido hasta el día de hoy. Brunell había sido elegido para la Pro Bowl en tres de sus cuatro temporadas mágicas, e incluso fue elegido MVP del partido de las estrellas, pero sus rodillas maltrechas terminaron con su capacidad para bailar y, sin su proverbial movilidad, pasó a convertirse en un poket passer más, tal vez muy bueno, pero sin la magia de los que marcan la diferencia.


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Coughlin abandonó los Jaguars en 2002 dejando un vestuario roto. Brunell se marchó un año más tarde, después de que Jack del Rio prefiriera apostar por el novato Leftwich como quarterback ¡Que ultraje! ¿Entendéis ahora por qué tengo tanta manía al entrenador de Jacksonville?

Y Brunell fue malvendido a los Redskins. Tal vez ahora descubráis por qué la estatua de la entrada de mi casa es de un QB capitalino. Su primera temporada volvió a lesionarse pero en la segunda sacó el genio que le quedaba: metió a los de Washington en los playoff y consiguió el mejor porcentaje de completados de la historia de la franquicia. Fue elegido ‘comeback player of the year’ pero, en realidad, fue su canto del cisne. Desde ese día su carrera entró en la cuesta abajo definitiva.

En 2008 firmó por los Saints, como el seguro de vida de Brees. Sería el hombre que, gracias a su experiencia, podría salvar los muebles si faltara el QB titular. Y este año, después de 17 temporadas en la NFL, por fin jugará una Super Bowl.


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Será el holder, el segundo QB, el jugador que casi nadie conoce y que a nadie le importa. El prescindible. Pero, posiblemente, sea el jugador de los Saints que más merece lucir un anillo en su mano. En él no estarán grabadas las fauces de sus amados Jaguars pero ¿habéis pensado lo bonito que puede ser el anillo con la flor de lis engarzada en diamantes?

Yo nunca tendré un anillo, pero cambiaría la estatua, y todos los recuerdos de mi ‘altar’, por ver lanzar a Brunell el touchdown de la victoria de los Saints en Miami.

Brunell, el genio olvidado, mi jugador favorito de siempre. Un dios que fue expulsado del cielo cuando perdió sus rodillas. El QB que sacaba la lengua cuando lanzaba el balón.