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Un agujero negro de genialidad

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Las señales no se equivocaban. Durante toda la semana pasada los astros confluyeron, los nigromantes anunciaron los augurios, en algunos pueblos perdidos nacieron corderos con dos cabezas y pequeños balones de football donde debían estar las ubres. Algo extraordinario iba a ocurrir en la NFL y estábamos avisados.

Lo que sucedió fue sobrenatural. Uno de esos acontecimientos que convierten las historias de Homero en posibles y que nos convencen de que los dioses, en ocasiones, sienten envidia de los mortales y deciden bajar a la tierra para jugar con ellos, hacerlos bailar a su capricho, y concederles dones superiores que les permitan alcanzar metas imposibles. Mientras, el resto de la humanidad mira embelesada, se quita la venda del escepticismo y, en esta época impía, cree.


¿Qué hay mejor que un duelo Tom Brady-Peyton Manning?

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Los primeros síntomas llegaron el jueves. Cutler lanzaba cinco intercepciones. Bears y 49ers disputaban un partido espantoso en el que todo salía torcido. Era imposible ver una jugada digna, mientras una ligera brisa fluía desde todo EEUU hacia Indiana. Pero ese viento fue, poco a poco, convirtiéndose en tempestad. Su epicentro se encontraba en medio del escudo de los Colts, en el centro del césped del Lucas Oil Stadium de Indianapolis. Era un agujero que crecía exponencialmente y absorbía todas las jugadas extraordinarias, todos los momentos mágicos, toda la genialidad que tenía que repartirse entre los quince partidos de la jornada en la NFL.

Yo no soy científico. No se lo que es exactamente un agujero negro. La única explicación que me ha parecido inteligible se la escuché a Woody Allen en ‘Desmontando a Harry’, cuando se lo preguntaba a una prostituta afroamericana: ¿Sabes lo que es un agujero negro? Claro, respondió ella, con lo que yo me gano la vida.

Lo que ocurría el domingo era algo diferente, sobrenatural. Imaginad que miráis por el redondel de un aspirador encendido a la máxima potencia. Notáis que los ojos se salen de las órbitas, las orejas se agitan temblorosas, la lengua se quiere salir de la boca y el pelo, a los que aún lo tenéis, suertudos, pugna por introducirse por esa abertura ansiosa. Pues eso es lo que sucedía en todos los partidos de la jornada. ¡Eran espantosos! Ni un touchdown ofensivo en el Bengals-Steelers que ha convertido a los de Palmer en el equipo de moda en la NFL. Mientras veía a Big Ben derrumbarse en Pittsburgh, seguía el canal ‘Red Zone’, como todas las semanas, para disfrutar de los mejores momentos de los demás partidos, y me frotaba los ojos con incredulidad. Las intercepciones, lesiones, balones perdidos, field goals fallados, errores inexplicables y penalizaciones se acumulaban en todos los campos como una fiebre maldita que se extendía por toda la NFL. ¿Dónde estaba la excelencia a la que estamos acostumbrados? Era una hecatombe.

Como si todo lo bueno se estuviera esfumando, por ese agujero de Indiana. Acumulándose de forma antinatural en una bolsa a punto de estallar. Poco a poco todos nos dimos cuenta y peregrinamos hacia una madrugada en la que íbamos a presenciar un acontecimiento extraordinario, sublime.


Los peregrinos llegaban para presenciar el portento.

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Aquiles y Héctor, Tom Brady y Peyton Manning, los elegidos de los dioses, acumulaban en sus manos toda la grandiosidad del football americano para usarla, cuando estallara el partido del año, en una tormenta de fuegos artificiales. Como sospechábamos, los aficionados íbamos a ser transportados a una nueva dimensión.

La mayoría nos sentamos a ver football americano, semana tras semana, esperando ese partido que recordaremos durante años. La NFL es tan buena que, casi todas las temporadas, nos regala uno o dos de esos duelos inolvidables y, desde hace casi una década, el Colts-Patriots se convierte en una joya.

No os quiero hacer una crónica del partido. Sólo os recomiendo que lo grabéis, lo guardéis y, cuando algún amigo os pregunte por la NFL, se lo pongáis. ¿Qué es el football americano? ¿Cómo aguantas tres horas de partido? ¿Dónde está la gracia? ¿Por qué para tantas veces? ¿Me lo puedes explicar? “Toma chaval, siéntate a ver esto”. Dicen que hasta los más ignorantes son capaces de destilar todo lo maravilloso que emana de una auténtica obra de arte y sentirse transportados.

El Colts-Patriots había que verlo de pie. Ya os lo avisé. Estoy seguro de que, al menos en los últimos cuatro minutos, fuisteis incapaces de manteneros quietos en el asiento. Yo no paré de levantarme y dar paseos nerviosos desde el kick off inicial. Todos los protagonistas jugaban como sólo se hace en los partidos de postemporada. Todos parecían marionetas movidas por seres invisibles que les obligaban a llegar a donde nunca antes lo había hecho y a correr más allá de sus posibilidades.


El cuarto down que decidió el partido.

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Fue impresionante el duelo en las líneas durante todo el partido, la presión a los quarterbacks, la sencillez con la que se ejecutaban jugadas complicadísimas, la agresividad defensiva y la eficacia de los equipos especiales. Es curioso cómo un deporte tan complicado se vuelve sencillo cuando se juega así de bien. Cada jugada parecía desarrollada a cámara lenta y daba tiempo a entender los movimientos de cada uno de los 22 jugadores, y a descubrir que todos ellos estaban haciendo, exactamente, lo que había que hacer. Y así, en una orgía de genialidad, transcurría un partido en el que los Patriots mantenían dos anotaciones de diferencia pero todos, en lo más íntimo, sabíamos que esa diferencia podía esfumarse de un plumazo.

Y como en las batallas antiguas, Belichick decidió jugarse el todo por el todo, a falta de un suspiro, en un cuarto down a cara o cruz. Tres horas de lucha después, miles de sensaciones quedaban concentradas en un pase completo y un pie marcando un punto de máximo avance que nunca pudo ser revisado porque no quedaban tiempos muertos. Los Patriots lo habían dado todo y se quedaron sin fuerzas en el último momento.


Reggie Wayne consuma una remontada memorable.

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Ahí apareció Manning, una vez más, para firmar una remontada memorable. Pero a final nos quedamos con las miradas, la tensión acumulada, la excitación extrema y la sensación de que éste es sólo un punto y seguido, de que ambos siguen aspirando a todo e, irremediablemente, tendrán que volverse a encontrar en pocas semanas para pugnar por el cetro de la AFC. Yo no comparto la opinión de que Belichick se equivocó. Vosotros, como él, sabéis que los Colts hubieran atravesado el campo con total impunidad, con dos minutos por jugar. Belichick, más valiente en esa jugada que en las anteriores en las que le dio el balón a Maroney para consumir el reloj sacrificando yardas, quiso tener, hasta el final, el destino del partido en sus manos. Los Patriots perdieron, pero lo hicieron como los héroes griegos y, curiosamente, volvieron a provocar ese terror irracional en los demás equipos que sólo ellos saben desencadenar.

Ahora todo el mundo lo sabe. Los Colts son el equipo a batir y los Patriots han recuperado, tras una derrota, la misma ansia de sangre que les dio tres anillos.