CAMINO A LA FAMA SOBRE EL ESTRIBO DEL TREN DE LA GLORIA.
Antes que nada, no puedo ser tan canalla de subirme al “carro del éxito” sin ejercer una cruda autocrítica: no tuve fe en su victoria (al contrario de los partidos anteriores contra Cilic y Rafa). Reconozco que su estilo apoyado en la solidez del saque nunca me ha cautivado (como la de tantos pseudo-sacadores). Admito que me costó mucho superar su actitud ante la final de la Davis y su ida al Master sabiéndose tocado, todo por no hincarse ante el ego de Nalbandián, el otrora justificado líder del equipo (se terminó esa era, David, espero lo entiendas, lo aceptes y no te borres; sin los 2 no se gana).
También dije repetidas veces que su juego no molestaba a Federer y que su actitud ante el poster de su adolescencia dejaba mucho que desear; eso hasta Roland Garrós, donde perdió por cansancio acumulado y por no saber ganar el tie-break del segundo set.
He marcado sí -porque no soy ni ciego ni necio- el constante avance en la calidad de su juego, el ENORME aporte que su banco, comandado por el Phil Jackson argentino (Franco Davin, único coach argentino campeón de Grand Slam con argentinos, puesto que en la entrada anterior me olvidé del coach de mi adorada Justine, aunque no recuerdo su nombre) quién transmite templanza, enseña conceptos, elabora tácticas de juego (la de hoy impecable, luego hablaremos) y entiende su papel secundario una vez que el partido comienza. Toda semejanza con el habitual estilo bravucón del Diego es….inverosímil.
Su habitual falta de movilidad en las rondas y sets finales, producto se su físico desgarbado y un tanto pesado que lo castigan cuando los partidos y/o las horas de juego se acumulan, han sido superadas en parte por una mejor coordinación técnica de sus golpes, en otra por una buena preparación física y, sobremanera, por un concepto muy arraigado en mis post: Delpo preparó la final en cada partido, no regaló sets ante rivales que no le ganasen por mejor juego (excepto ante la sempiterna actitud provocadora del tristemente célebre austríaco Koellerer) y así no tuvo que luchar de más.
Tuvo además la cuota de suerte que acompaña a los campeones: la eliminación de Murray, un jugador que lo complica y con el que lo une –más bien desune- una rivalidad histórica que viene desde sus respectivas etapas juveniles, la aparición en su lugar de su sosías Marin Cilic, quien está en un escalón evolutivo anterior (aunque concuerdo con Juan en que el tipo va a llegar bien arriba), la semifinal ante un Rafa disminuido que no contrapesa con variantes tácticas sobre esta superficie cuando está jugando en tal condición y que, con sus últimos estertores de energía, lo dispensó de enfrentar a Feña, en un clásico sudamericano en la cancha y en las tribunas que ineludiblemente hubiese dejado huellas físicas en el ganador.
Y luego la final, con el inicio acostumbrado: errores, sobreestimación del suizo, brazo encogido y pocos winners durante un set y medio (6-3 y 4-2 para Roger); de a poco, comenzó a dar frutos la táctica elegida, cual fue a mi modo de ver la decisión de alargar los puntos y, principalmente percutir la resistencia de Federer con una andanada de tiros bien profundos mayormente sobre el medio de la cancha, pero a los pies del suizo, sin buscar mucho las líneas y especialmente evitando buscar ángulos prematuramente que le posibilitaran al suizo sus acostumbrados winners con contraángulos.
Los tiros de Delpo eran verdaderos mandobles, sablazos repetidos que solo buscaban el winner cuando Federer, vencido en parte por la potencia de los mismos, dejaba una pelota un poco corta. Las aproximaciones a la red, estudiadas para no permitir puntos fáciles; la idea: provocar el fastidio del suizo que, creyendo que se encontraba ante un nuevo Soderling, quería disputar de igual a igual el peloteo para marcar supremacía también sobre los mismos, desconociendo así su inferioridad en el rubro potencia. Esa obstinación le llevó, como siempre, a intentar winners apresurados para cortar el ritmo de los rallys que a esa altura –como suele suceder- se le hacían insoportables. La entrada del partido en su cuarta hora incomodaba el habitual rictus sereno y un tanto altivo para mi gusto del helvético.
Por de pronto, la primer controversia fuerte del partido (la insólita discusión del challenge del 5-4, 30-30 del segundo set que, junto con el passing calcado del break marcaron el punto de inflexión psicológico del match) anunció tormentas en la mente habitualmente impasible del “gilletero”. Un festejo desmedido por parte de Federer del error de devolución de saque que Delpo desvió por centímetros en un break-point durante el tercer set, indicaba a las claras su molestia interior.
Pero cuando lanzó insultos en la cara del umpire por permitir que el argentino, luego de una breve y amable discusión con el mismo sobre su consideración personal acerca de un fallo cantado por el juez de línea como malo, accediera al pedido del challenge, nos convenció a todos que Federer, por primera vez en el torneo, temía perder, algo que no le sucedía en un GS desde la final de Wimbledon-08 ante Rafa.
De paso, esto lo habrá convencido a Delpo de los pies de barro de su ídolo. Porque en la siguiente controversia (estando 4-2 en el tie-break del cuarto set), Federer protestó un saque que había devuelto mal porque alguien del público, juraba, había cantado out y, luego de perder la discusión con el umpire que le preguntó al línea si él había cantado, obteniendo por respuesta una negativa rotunda, entonces pidió challenge, tuvo la fortuna de que la bola se fuera por milímetros y se decidió –en un fallo arbitrario- que el punto se jugara nuevamente. Delpo entonces, como no lo había hecho durante todo el partido, se plantó en un cara a cara ante el árbitro y su rival marcando que, tal como ya lo hacía en el juego, tampoco se iba a dejar dominar por el talante y fama del suizo. La repetición del tanto, ganado en forma indubitable por el argentino, lo encontró arengando a la tribuna para alimentar el escarnio que, por entonces, carcomía la moral de Roger.
Es que esta final tuvo un condimento nuevo que quedará atragantado en la garganta de Federer: set tras set, el griterío a favor de Juan Martín (en contra de Roger, en la lectura de la mirada torva del padre y la impaciencia inamistosa y sufrida de Mirka) iba acrecentándose, y el pequeño grupito de connacionales eran minoría al lado de tantos nuevos fanáticos del oriundo de Tandil. Delpo entendió bien el juego y le festejó un tanto chocando la mano de toda la primera fila de un lateral del Artur Ashe.
Fue allí cuando recordé con una sonrisa nerviosa por la instancia del partido, por qué Federer nunca quiso jugar partidos definitorios de la Davis de visitante. El niño mimado del público no tolera la antipatía de las tribunas.
Entonces llegó el quinto set, entrados ya en la quinta hora, esa que a Roger no le gusta jugar y de la cual, como siempre decía el atribulado Juan 2 en una de las pocas máximas que pude compartir con él, solo emerge a través de ese saque majestuoso, variado y eficaz, que suele acompañarlo en las grandes citas cuando se ve superado en el resto del juego (y sino que le pregunten a Roddick, quien mereció ganar el último Wimbledon).
El servicio, por justicia retroactiva, no lo acompañó esta vez. Tampoco se puede decir que Del Potro le ganó por el suyo; la cantidad combinada de dobles faltas y aces fue pareja, así como los breaks, tiros ganadores y errores no forzados.
Las razones fundamentales de la victoria fueron otras; a mi juicio, la acertada táctica con la cual desgastó la cabeza de Federer y consiguió alargar el partido hacia la zona en la que el suizo comienza a dudar, la paciencia para no tirar winners a lo loco contra las líneas sino con un margen de seguridad que no le permitió ganar puntos gratis a su rival, y la actitud moral con la que se sacó de encima al último poster que le faltaba descolgar.
Comprobo que ese tipo de ahí enfrente, que le discutía de mala manera los fallos y que, tal como acostumbra, no le aplaudió un solo tiro ganador en casi 5 horas de partido era su adversario, uno que parece creer que solo a él se está obligado a rendirle honores como cuando gana con un golpe inventado por mi ídolo (la gran Willy), un tanto que Djokovic debió haber esperado con otra actitud: las piernas abiertas, raqueta levantada, en puntas de pie, para no permitir que un passing de trayectoria ordinaria se convirtiera en un videoclip para la marca de la pipa que, visto el resultado, imagino habrán tenido que guardar en un rincón recóndito de sus humanidades.
Ganó Del Potro, el quinto de los magníficos, desautorizando la foto trucada sobre Abbey Road de los nuevos fab-four con la que la página oficial de la ATP promocionara el evento. Cual Vilas ante Connors y Gaby ante Graf, la ganó jugando mejor que el nº1, demostró las falencias técnicas y humanas que nunca se quieren mostrar de éste (todavía no pude ver una sola repetición de la puteada de Federer y hace 5 horas que estoy pegado al televisor; incluso la repetición abreviada del partido soslayó por completo el tercer set, durante la cual se suscitó la misma), y le demostró a Murray y a Djoko muy especialmente, que también se le puede ganar finales de GS a este extraordinario tenista que lleva en la sangre un espíritu competitivo asesino que no le deja aceptar derrota alguna (estoy esperando leer sus declaraciones).
INDULTO YA! LA DAVIS YA NO ES MAL RECUERDO SINO UN SUEÑO FUTURO PARA TODOS
No puedo hacer menos con quien honrara el humilde pedido de un servidor. El tren pasó (break-points contra segundos saques), se sacudió mucho (dos tie-breaks apretadísimos), pero él se agarró fuerte de la manija exterior, se plantó firme sobre los peldaños del estribo y con la bandera en una mano y la raqueta en la otra nos tapó la boca a los no creyentes, a unos cuantos más en el estadio, en el blog y en el mundo del tenis. Definitivamente, más que sacárselo de ahí atrás, a este se los hizo tragar de un palazo.
Por último, gracias TREQUE, pensé que no iba ganar nada en tu concurso y ahora descubro que me llevé una heladera tamaño Mirka. Adivinaste, no me la banco.
09/15/2009 08:10:49 AM