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Se va el último guerrero

El 26 de enero de 1997 los Packers vencieron a los Patriots en la XXXI Super Bowl. La final se vendió como un duelo de jóvenes pistoleros. Drew Bledsoe y Brett Favre frente a frente. Tedy Bruschi era un linebacker de primer año en ese equipo perdedor de los Patriots. Fue elegido en tercera ronda con cierta polémica. No era grande, ni fuerte, ni rápido… Muchos pensaban que su carrera sería corta y que si lograba la titularidad siempre estaría en entredicho.

Esos Patriots entraron en una progresiva decadencia que les llevó en 2000, en la primera temporada de Bill Belichick como head coach, al último puesto de su división. Belichick, después de fracasar como entrenador principal de los Cleveland Browns, había sido segundo entrenador de los Patriots, a las órdenes de Parcells (su mentor), la temporada de la Super Bowl perdida del 97.
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Ese verano de 2000 los Patriots dieron un golpe de efecto que les convirtió en protagonistas de la pretemporada. Firmaron el contrato más alto de la historia de la NFL a Drew Bledsoe (105 millones de dólares en 10 años). El QB se ataba a New England para siempre. Pero eran fuegos de artificio. Nadie en la NFL daba un duro por un equipo mediocre, ni por un QB que toreaba de salón. Genial hasta que llegaban los golpes, se arrugaba tras el primer blitz hasta desaparecer en los partidos.
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Además, Belichick había pasado de ser el coordinador defensivo de moda en la segunda mitad de los 80’, tras ganar dos Super Bowls con los Giants (XXI y XXV, las dos de Parcells), a ser considerado un entrenador acabado. El cielo de Foxboro se llenaba de nubes.
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La tormenta estalló en la jornada 2. Bledsoe se lesionaba y ya nadie tenía dudas: los Patriots lucharían por el farolillo rojo. Tom Brady, un QB desconocido de segundo año elegido en sexta ronda, iba a tener en sus manos el ataque de los de Boston.
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Ahí comenzó la leyenda de los Patriots. Un equipo de medianías en los que no había ni una sola estrella. Muchos habían jugado la Super Bowl pero toda la gloria se la había llevado Parcells, un genio capaz de llevar al gran partido a una banda de mediocres.
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Tedy Bruschi, Mike Vrabel, Troy Brown, Antawain Smith, Jermaine Wiggins, Kevin Faulk, Terry Glenn, Larry Izzo, Ty Law, Willie McGinest, Adam Viantieri… ¿Quiénes eran esos?
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Y la NFL vivió una de sus historias más bonitas, no sin antes contemplar uno de los atracos más clamorosos en un Patriots-Raiders memorable que debéis buscar en internet para volverlo a ver. Un partido bajo tres palmos de nieve que el mundo del football vio en pie con la boca abierta. Todavía se me eriza el pelo al rememorarlo ¡Qué choque más increíble! Uno de los mejores que recuerdo. ¡Qué robo! Uno de los mayores que he visto.
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Brusch03 Los Patriots llegaron a la final. El equipo sin nombres, sin estrellas, sin calidad… Les bautizaron como “The Band of Brothers”. Salieron al Superdome de N. Orleans rompiendo el protocolo. Hasta ese día, en la Super Bowl un equipo presentaba la defensa y otro el ataque, jugador por jugador, al salir al campo. Los Rams, una máquina de anotar, presentaron a su ofensiva ¿Quién podría pararlos? Los Patriots salieron juntos, en bloque, sin nombres, sin estrellas, creando una nueva tradición que sobrevive hasta hoy. El equipo de los mediocres. UN EQUIPO. Ninguno sería titular en la mayoría de las plantillas de la NFL. Todos juntos… ¡Ay todos juntos! Dieron la mayor sorpresa de la historia y se impusieron a los Rams en una final memorable. ¡Los perdedores también podían llegar a lo más alto!
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La leyenda de los Patriots crecía año tras año. La dinastía del siglo XXI. Dos Super Bowls más y multitud de duelos memorables con los Colts de Manning o los Steelers de Big Ben. Ellos, los mediocres, los más admirados por su proeza ante los Rams, se convirtieron con el tiempo en los más odiados. Hemos nacido para adorar lo inalcanzable y jamás perdonamos que alguien mediocre, un simple mortal como nosotros, toque el cielo.
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Tedy Bruschi era el abanderado. El alma de una defensa a imagen y semejanza de Bill Belichick. Dejaban avanzar hasta la yarda 40 y ahí montaban una trinchera inexpugnable. Pero vivir día a día frenando las embestidas, sufriendo los golpes, parando las balas con el pecho, tiene un precio. En 2005 sufrió un derrame cerebral que hubiera retirado a cualquiera. Él, un hombre corriente, un guerrero, volvió para jugar nueve partidos esa temporada para ser, otra vez, el abanderado. Para luchar junto a los suyos, el equipo de los sin nombre en busca de una quimera. Muchos le criticaron a él y a Belichick por poner en peligro su vida. Muy pocos le entendieron.
 
Pero ese espíritu fue desapareciendo. Los jugadores se retiraban, o cambiaban de aires pensando que eran estrellas y que serían capaces de brillar por si solos. Ilusos. También llegaban tipos nuevos. Algunos entendían el espíritu del vestuario (siempre recordaré el golpe increíble que dio Dillon a un LB de los Eagles que entraba en blitz en la primera jugada de la XXXIX Super Bowl), pero la mayoría llegaban como mercenarios a un equipo que les podía llevar al gran partido.
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Yo pensé que el espíritu de los Patriots había muerto en la Super Bowl que perdieron ante los Giants. La semana anterior me recordaron a los Rams de ocho años antes: soberbios, faltones, prepotentes… los mercenarios habían tomado el vestuario. El antiguo equipo de mediocres se había convertido en un grupo de divas. Estoy seguro de que Bruschi lloró abrazado a Vrabel en los vestuarios de Glendale añorando más el alma perdida que el anillo.
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Pero el año pasado, tras la lesión de Brady, los Patriots recuperaron el espíritu que les llevó a la cima y que ha cambiado el concepto de equipo en el football americano. Volvieron a ser un grupo de mortales en torno a un novato. Y demostraron que aún sin fuerzas se pueden ganar batallas. Sólo hay que soportar más dolor que el de enfrente.
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Hace varios meses Vrabel se marchó a los Chiefs y yo no entendía que Bruschi, el último guerrero de un grupo irrepetible, quisiera seguir en la trinchera. Por fin hoy llego el anuncio esperado: después de trece años se marcha un linebacker. No era grande, ni fuerte, ni rápido, pero cargaba sobre sus espaldas el alma de un equipo único. Ya nada será lo mismo. La NFL ha perdido al último humano que convertía a sus compañeros en dioses.
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mtovarnfl@yahoo.es
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