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Lakers: gestación, presente y futuro de un equipo campeón

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Un anillo siempre es histórico y siempre está lleno de historias, grandes y pequeñas. La gestación de este, el decimoquinto de los Lakers, la coincidencia de un tiempo y un lugar que vale un título, viene de muy lejos y deja por el camino convicciones, casualidades, desgracias, giros afortunados. Y no hay que olvidar que, irónicamente, los Lakers tendrían seguramente que dar gracias a su eterno y odiado rival, Boston Celtics. El título de 2009 se entiende de forma plena a partir de la final del año pasado. Más aún: a partir de aquel catastrófico (para los angelinos, evidentemente) 131-92 del sexto partido. Allí nació el espíritu de venganza, allí comenzó (o terminó) el aprendizaje. El primer ladrillo para construir el éxito. “A veces es necesario perder para poder ganar”. Nos lo acaba de recordar Dwight Howard después de ver desde la pista (algo nada habitual) cómo los Lakers celebraban el título en su propia casa. Perder para después ganar. Una lección esencial pero difícil de aprender porque la letra no siempre con sangre entra. Hablan los datos: Los Lakers son el primer equipo que regresa a la final para ganarla un año después desde los Pistons que perdieron en el 88 y ganaron en el 89.

Coincide el anillo con un estudio que sitúa a los Lakers como la franquicia más grande la historia de la NBA. Viene a decir que los Celtics tienen más títulos (y más éxitos en el cara a cara, por cierto) pero que los Lakers tienen más de todo lo demás. Yo, que lo suscribo por pura pasión laker, lo traigo ahora a colación para recalcar que es con este equipo, con esta leyenda del deporte mundial, con la que ha sido campeón Pau Gasol. En este equipo inmortal, el pívot español es ahora mismo un baluarte fundamental, un pilar básico. En el equipo de Wilt Chamberlain, Jerry West, Kareem, Mikan,Worthy, Goodrich, Baylor, Pat Riley, Phil Jackson, Shaquille O’Neal…y Kobe Bryant, por supuesto.

Un largo camino hacia la gloria

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Muchas historias, decía, cuando se analiza esta plantilla y la forma (y el momento) en la que ha terminado reunida para alcanzar la cima. Una plantilla con el componente emocional del drama, no lo olvidemos: de la muerte del bebé de Odom a la del hermano de Ariza; el cáncer de la hija de Derek Fisher, lo que obligó al base a regresar a LA para que se realizara allí el tratamiento. Golpes de efecto de todo tipo y acierto en los despachos, también con guiños del destino. Porque algo de eso tiene que haber desde el momento en el que Memphis decide regalar a los Lakers un jugador como Gasol (más allá de la ingeniería de despacho y las cuadraturas económicas) y algo de fortuna o muy buena vista se tiene esconder tras el traspaso de Ariza, hasta entonces (Knicks, Magic) un jugador menos pero cuyo precio parece ahora irrisorio: Evans y Cook. Y también, claro, el cúmulo de pequeñas casualidades y guiños de la fortuna que necesita todo equipo campeón: mantener a Odom pese a haber flirteado muy seriamente con su salida, el momento en el que Kobe rompió su traspaso, en fase muy avanzada, a los Bulls. Pequeñas cosas que han allanado el camino como las lesiones de los Celtics…

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Pero hay que ir más allá porque este equipo, este espíritu nace realmente en 2004, a partir de la desintegración rematada por Detroit de una plantilla lujosa por fuera pero sin ningún tipo de pegamento interno. Artificial y ostentosa, la muerte del último asalto al anillo de Payton y Malone, que terminaron hartos de Kobe Bryant, la oficialización del divorcio oficial del escolta y Shaquille, que partió hacia Miami, y hasta la fuga precipitada de Phil Jackson, que llegó a decir que Kobe era un jugador imposible de entrenar. Lentamente, a partir de aquel descalabro, se ha ido caminando hasta hoy, hasta el título en 2009. Phil Jackson regresó y Kobe Bryant aprendió (Brian Shaw, antes compañero y ahora técnico, se ha aburrido de tanto decirlo) a valorar la importancia del equipo. Si se hila fino, hay que recordar que la salida de O’Neal propició la llegada de Odom. Y Kobe, decía, entró en un proceso de inversión de prioridades que todavía le permitió un año jugado a su antojo y gloria porque los Lakers no competían por nada. A partir de entonces ha ido dejando de lado otras prioridades y obsesión en busca de un objetivo único: volver a ganar. Y hacerlo desde la certeza de que no se puede ganar solo. Por el camino, las eliminaciones en primera ronda ante los Suns, el último cisma que estuvo a punto de motivar su salida y finalmente el regreso de Fisher, la llegada de Gasol, la de Ariza, las primeras muestras de potencial de Bynum, la derrota ante los Celtics y finalmente la gloria. Para Kobe el cuarto anillo, a dos de Jordan (¿sólo o todavía?). Y por el camino, además, el MVP de la temporada regular y el de las finales.

El señor de los anillos

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Phil Jackson, por supuesto. El hombre de los diez anillos, el que acaba de dejar atrás a una leyenda del calibre de Red Auerbach. Para la historia su imagen con la gorra amarilla de béisbol y el 10 (X) en números romanos. Ya es difícil negar, sin despreciar ni un ápice al gran Auerbach, que Phil Jackson es el mejor jugador de la historia de la liga. Por número de títulos, de victorias, de eliminatorias de playoffs superadas. Y no sólo por eso, y Van Gundy lo remarcó nada más terminar la final. Porque es cierto que ha contado con Michael Jordan, con Scottie Pippen, con O’Neal y Bryrant. Pero también es cierto que todos esos grandes jugadores han contado con Phil Jackson, dándole la vuelta al asunto. Porque ¿qué gran equipo no ha tenido grandes jugadores, qué gran entrenador puede hacer cosas grandiosas sin grandes jugadores? No, ese no es un argumento para dudar de Jackson. Grandes estrellas las tuvo Auerbach, por supuesto Pat Riley, también Popovich, por ejemplo.

Lo que realmente quedará, a un lado de los brutales números, son los métodos de Phil Jackson. Porque lo importante, como él mismo no se cansa de repetir, es el camino. Más allá del resultado, y seguramente sea más fácil decir esto cuando tienes un anillo para cada dedo de tus manos. Así vivió su etapa como jugador (anillo con los Knicks en 1973) y así vivió sus comienzos como entrenador en la CBA hasta la oportunidad soñada con Chicago: filosofía oriental, sesiones de meditación colectiva, el pensamiento de los indios nativos americanos adaptado al juego (la fuerza de la manada de lobos…). Todo para conseguir que los jugadores confíen en sí mismos, que crezcan como grupo, que aprendan por sí mismos y gestionen las situaciones sin mirar al banquillo. Todo se aprende entrenando y se ajusta entrenando. El partido es de los jugadores, por mucho que extrañe ver las rotaciones de Phil Jackson o su renuncia a los tiempos muertos en momentos de naufragio total de su equipo. Todo sirve a un fin último y mayor.

Para conseguir todo eso hay que tener no sólo una habilidad y un carisma especial, también la estima suficiente para imponer respeto a tipos como Kobe Bryant o el primer y más joven Jordan. Ambos se sintieron primero limitados por el triángulo ofensivo. Ambos pasaron pronto a no verse jugando a las órdenes de ningún otro entrenador. Phil Jackson ayudó a que Jordan fuera Jordan y ha conseguido que Kobe saque lo mejor de sí mismo. Pero no se trata sólo de las grandes estrellas. Se trata de lo que consiguió extraer de Dennis Rodman, del rendimiento que obtuvo de jugadores como Ron Harper, Rick Fox, Luke Longley, John Paxon, Steve Kerr, Bill Cartwright o Derek Fisher en la actualidad. Se trata de que todos se impliquen y que todos sientan su jerarquía. De que hasta las grandes estrellas le escuchen, le respeten y quieran ser, al final del día, mejores jugadores que en el partido anterior. Y se trata de ganar no a veces sino siempre. O casi siempre. Y Phil Jackson es el gran dominador de la NBA en prácticamente las dos últimas décadas.

Sólo hay que revisar esta misma temporada: Ariza y sobre todo Odom se han adaptado al rol que les ha correspondido en cada momento, incluido el paso por la suplencia en una temporada en la que ambos acaban contrato y en la que el común de los jugadores en esa situación teme que una reducción de minutos implique una caída en las estadísticas individuales y un fajo menor de billetes en el próximo contrato. Todo el equipo ha sabido, pese a sus desmayos y su personalidad bipolar, aparecer en los momentos importantes. En temporada regular ante Cleveland o Boston, en los playoffs en los trances cruciales ante Denver y Orlando. Los Lakers han prevalecido en cada situación trascendental, han castigado con puño de campeón cada error del rival, en un saque de banda o en fallos desde la línea de tiros libres. Y todavía quedará quien diga que Phil Jackson no ha tenido nada que ver con eso…

Un verano de decisiones importantes

Ahora toca combatir el síndrome de “querer más”, un peligro para los equipos campeones que definió perfectamente Pat Riley: todos quieren más minutos, más dinero, más tiros, más protagonismo… Los Lakers son campeones por Phil Jackson, Kobe, por la mejor temporada de Gasol (generoso, mejorado en defensa y actitud, maduro, fuerte físicamente), por lo que queda de Mr Big Shot en Derek Fisher, por la calidad tan intermitente como desmedida de Odom, por los pasos delante de Ariza en momentos decisivos (los robos ante Denver, su 47’4% en triples en playoffs, su defensa sobre Turkoglu en algunas fases de la final…). Y son campeones con Bynum otra vez lastrado por las lesiones, lejos de su mejor forma física y con evidentes lagunas de concentración en playoffs (en la final, 30 puntos y 21 faltas personales). Y con un banquillo totalmente precario, en el que se ha desvanecido la posibilidad de encontrar en Farmar un base de garantías o en Vujacic un tirador letal. Jugadores lejos de la progresion esperada a los que es difícilmente imaginar ahora mismo con una carrera sólida fuera de L.A. (recuerdo por ejemplo el caso de Smush Parker).

Así que ahora llega el momento de actuar con inteligencia en los despachos. Odom y Ariza serán agentes libres. Los Lakers, que ya viajan a ritmo de impuesto de lujo, parecían decididos a deshacerse de uno de ellos (Odom por edad y por ceros en el nuevo contrato), pero quizá hagan finalmente ajuste para renovar a los dos. El propio Odom ha manifestado que puede renunciar a algo de dinero y moverse por debajo de los 10 millones para seguir en los Lakers. Después de la final fue rotundo: los negocios no pueden acabar con este equipo. Mientras que Odom puede buscar su último gran contrato, Ariza buscará el primero y seguramente querrá al menos el doble de los 2’8 millones de dólares que ha cobrado esta temporada. 



Kobe también tiene opción salir al mercado como agente libre, pero no lo hará salvo que sea para firmar de nuevo con los Lakers. La mamba negra se retirará en su equipo de siempre, y que a nadie le extrañe un gesto por su parte: si renuncia a parte de su sueldo, y ya ha dicho alguna vez que no le importaría hacerlo, será mucho más fácil para los Lakers mantener y mejorar este bloque ahora ya tan competitivo. Porque no hay que olvidar que Orlando volverá más fuerte y más experto, que a Boston le quedan tiros en la recámara del ‘big-three’ si le repetan las lesiones, que LeBron debe contar los días para que empiece la nueva temporada, para vengar la afrenta que ha acabado abruptamente con lo que debía ser su año. La rotación necesita mejoras, más profundidad dentro y sobre todo más solidez en el puesto de base. Fisher tiene 34 años y habrá que seguir con atención a Brown, que apunta a descubrimiento tras sus momentos de brillo en los playoffs. Phil Jackson, aunque todavía hay dudas, debería seguir al menos un año más. Las últimas informaciones apuntan a un último disparo del maestro zen antes de dejar los bártulos a Kurt Rambis, que sospechosamente ha rechazado entrenar a Sacramento Kings. El mercado de agentes libres cuenta con ilustres veteranos como McDyess, Rasheed Wallace o Jason Kidd, pero parece difícil que apunta hacia ahí los tiros por mucho que el base se haya vendido explícitamente a los angelinos. Pero en cualquier caso, y eso no se lo puede quitar nadie, los Lakers serán el equipo a batir en la 2009/2010. No digamos si retienen a Odom y Ariza y si Bynum puede progresar por fin centrado y sin lesiones que le partan la temporada. Con todo eso, y con Kobe y Pau, no será nada fácil destronar al rey púrpura si éste mantiene el foco, la actitud correcta.

Y Pau Gasol, claro

Y Pau Gasol, que ha marcado un nuevo hito para el deporte español. Que se ha ganado el respeto de todo el mundo del baloncesto y que nunca más sera ‘Gasoft’, nunca más será blando. Su lección de defensa, inteligencia, sentido colectivo, esfuerzo y concentración en la final quedará para los anales y para los analistas, reconocido ya de forma unánime factor determinante en la consecución del anillo. Las críticas habituales han quedado hechas jirones a la espalda de sus batallas con Martin, Andersen y Nene en al final del Oeste y su trabajo de cirugía perfecta y apasionada ante Dwight Howard, al que minimizó con ayuda del trabajo colectivo de todo su equipo.

Su currículum habla por él y por nosotros: campeón de la NBA, 2 veces All-Star, campeón del mundo y MVP del Mundial de Japón, subcampeón olímpico, subcampeón de Europa, campeón del mundo Junior, campeón en España de la ACB y la Copa del Rey… Ahora, en momento de plena felicidad para Pau y para todos los que somos seguidores de los Lakers, recuerdo lo injusta que me pareció su inclusión en el tercer quinteto de la temporada regular. Sin patriotismos mal entendidos ni nada similar, creo que la temporada de Gasol merecía más. El resultado sería muy distinto, no sus partidos y su actitud durante toda la temporada, si se votara ahora… Lo ha dicho, mientras Odom ponía al español a la altura de los mejores jugadores interiores de siempre, Mitch Kupchak: “es tan sencillo como que no hubiéramos sido campeones sin él”.