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Lakers - Magic, la batalla final

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La NBA y su aparato mediático / propagandístico (al que se atribuye tanto poder y que es fuente de tantas teorías conspiranoicas) barajaba dos escenarios de lo más jugoso para las finales de 2009. Por un lado, Lakers-Celtics: el gran clásico rompe-audiencias, ornamentado por términos como revenge (el hambre de los Lakers por vengar la derrota de 2008 con aquel desolador sexto partido) o back to back (la posibilidad de los Celtics de repetir anillo en años consecutivos). La otra opción, que por un momento pareció a la vuelta de la esquina, era Cavaliers-Lakers. Es decir, y sigo hablando en términos publicitarios, el duelo LeBron-Kobe. Mucho más que los dos últimos MVP´s, una batalla colosal, definitiva e icónica. No tendremos nada de eso y no hay tragedia que llorar porque a cambio tenemos una final sumamente interesante, teóricamente abierta y extremadamente atractiva a la vista de las piezas que se moverán en la partida de ajedrez que comenzará, para nosotros, el jueves a las 3 de la mañana. Apasionante.

La reivindicación de dos equipos sospechosos

Personalmente, es una satisfacción ver a Lakers y Magic en colisión con el anillo en juego. Yo, fanático de los Lakers porque crecí sin pestañear entre partido y partido de Magic Johnson, me alegro enormemente de ver a Orlando coronado como campeón del Este y candidato de facto al título porque es un equipo al que me encanta ver jugar y al que creo que no se ha dado el crédito suficiente. Como los Lakers y a su manera, los Magic han cargado con un sambenito constante a lo largo del año aunque ellos, a diferencia de los angelinos, ya se lo han quitado de encima pase lo que pase ahora. Los Lakers no. Para los Lakers el título del Oeste es un trámite, una minucia que sirve para poco más que para evitar que se hable de una temporada calamitosa. Su misión es el título, objetivo para el que eran de salida favoritos, cuestión que ellos se han encargado de poner en duda durante toda la temporada (más allá de las 65 victorias) y buena parte de los playoffs. Durante muchos momentos, aparentaron ser un equipo que no había aprendido a competir, que no había sacado provecho (la letra con sangre entra) de la lección que les dieron los Celtics en la última final. A veces incluso vagos, disolutos y disperso, queridos de sí mismos, los Lakers aglutinaban alabanzas a su talento junto a un arcón colmado por las constantes críticas a su falta de dureza, de solidez, de actitud. Lagunas en los partidos y tozudez a la hora de no ajustar su juego a la fórmula cooperativa que les hace devastadores, sus principales pecados.

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El caso de Orlando es distinto. Los Magic han cumplido largamente ya, pero dudo que eso les reste un ápice de hambre de cara a la última batalla. A la final del Este también llegaron bien alimentados después de ventilar a Boston pero en absoluto saciados, a la vista de cómo fueron desde el primer minuto (bueno, quizá desde el segundo cuarto) del primer partido de una final en la que fueron en balance general tremendamente superiores a los Cavaliers. Fueron mejor equipo; De largo. Pero hasta este momento nadie hubiera apostado mucho dinero por ellos. Y menos tras su pésimo inicio ante Sixers, eliminatoria en la que tardaron en encontrarse para acabar cerrándola en pista contraria y sin Howard ni Lee. Orlando: un equipo de juego atractivo y constante batería de percusión desde la línea de tres. Una fórmula a la que pocos fiaban un largo recorrido en eliminatorias. Un equipo liderado por una bestia llamada Dwight Howard, Jugador Defensivo del Año, pero al que casi nadie metió en las quinielas del MVP porque, entre otras cosas, no tenía una participación decisiva en los finales de partidos igualados. Una vez más: hasta ahora.

Pero Orlando ha sido tozudo y ha confiado en su baloncesto. Tras su mal inicio ante Philadelphia, cuando perdían 3-2 con Boston (un equipo con 32-0 hasta entonces en eliminatorias con ese balance), cuando LeBron les reventó el segundo partido de la final con el famoso triple a falta de un segundo o les mandó a la prórroga en el cuarto, con el factor cancha en alerta roja de riesgo. Orlando ha ido a más de forma escandalosa, adquirió la mayoría de edad con la remontada ante Boston y el triunfo en el séptimo partido en la escenografía infernal del Garden y la aireó a los cuatro vientos ante unos Cavaliers atónitos que se habían pasado dos rondas de picnic antes de estrellarse con la muralla de Howard, la inteligencia de Turkoglu, la frialdad de Lewis o el fusil musculoso de Pietrus.

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Se ningunearon las señales que enviaba Orlando (“nosotros también contamos”) incluso cuando perdieron por lesión a su base titular, y a punto de ser All-Star, Jameer Nelson. Un jugador vital que al que sustituyó con agilidad en los despachos. Alston y su espíritu de playground no es ni mucho menos un jugador similar a Nelson ni tiene su proyección, pero se ha esforzado para ocupar su hueco y lo ha conseguido siendo incluso decisivo en el cuarto partido de la final del Este. Orlando estuvo siempre ahí y ahí está todavía, en el último escalón. Con 59 victorias en Temporada Regular y rebelado contra los gurús y la lógica en playoffs. Ha ganado el título en las eliminatorias más emotivas y competidas que se recuerdan en el Este. Y lo ha hecho eliminando a dos equipos de más de 60 victorias, Cleveland y Boston, siempre con la ventaja de pista en contra. Si gana la final a los Lakers, será campeón tras derrotar a tres equipos de más de 60 triunfos. Y ya nadie, supongo, podrá dudar nunca ni de Howard, ni de Van Gundy, ni de este equipo.

Estados de ánimo y estados de juego

Mientras los Magic completaban sus trabajos de Hércules (buena imagen con D12 de por medio), los Lakers llegan a la final sin más gratificación que la del deber cumplido y con dudas. Sus males inherentes les pusieron en el disparadero tras necesitar siete partidos para deshacerse de unos mermadísimos Rockets (reverencia eterna para Rick Adelman) mientras daban la sensación de jugar sólo cuando querían hasta un grado patológico que amenazaba con que no pudieran cuando realmente tuvieran que querer de verdad. Pero hay que dar el valor que tiene también el paso en firme de los Lakers, que han pasado un examen de verdad en la final ante Denver, donde muchos afilaban ya los cuchillos para despellejarles tras el 1-1 de los dos primeros partidos en el Staples. Ante un equipo tan emocional como los Nuggets, los angelinos tiraron de oficio y jerarquía. Comenzaron sufriendo y salvando partidos por malos saques de banda de los de George Karl y terminaron dejando seguramente su mejor imagen de la temporada en el sexto partido en Denver, ante un rival atónico que no supo gestionar su propia excitación. Contra la dureza, la presión y la amenaza de un enemigo serio de vedad, los de Phil Jackson fueron encontrando sus mejores armas, su identidad más demoledora. Defendiendo por fin, con Gasol más rocoso (física y mentalmente) que nunca, con el juego colectivo y la circulación de balón que convierte su juego en un lujo absoluto, y con un Kobe estelar y líder, maduro y concentrado, generoso cuando debía serlo y acaparador y letal cuando olía el momento.

El caso es que los Lakers quizá no sean tanto como se pensaba a principio de temporada. O sí. La nueva lesión de Bynum fue un hándicap que, aunque recuperó a Odom para la causa, tiene al pívot muy lejos de su mejor estado, descentrado y enfadado con Phil Jackson. Fisher deja un reguero de sensaciones de agotamiento y el banquillo es un lastre sin apenas rotación interior y jugadores que, ya lo he dicho más veces, más que no evolucionar han involucionado: Farmar y Vujacic. Aún así, con defensa y juego colectivo, los Lakers siguen pareciendo el mejor equipo de la liga. Con el mejor jugador (todavía y en mi opinión), Kobe Bryant, un All-Star como Gasol en una de sus mejores temporadas (por actitud y lectura del juego) y otro jugador, Odom, con nivel para serlo. Con Ariza, que aporta en defensa unos valores que son esenciales en este equipo y que está tirando de maravilla. Y, cuando todo sale bien, con buenos minutos de Bynum, explosiones de Brown desde el banquillo e incluso minutos inteligentes de Walton. En ese escenario ideal, los Lakers son enormemente favoritos.

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Pero juegan contra unos Magic que les dominaron (0-2) en Temporada Regular con, eso sí, con 55 puntos entre los dos partidos de un Nelson que no estará tampoco en la final o lo hará (eso apuntan los últimos rumores) pero tras una inactividad muy larga. Si alguien cree que este dato (el 2-0 de Orlando) no es importante en playoffs, ahí queda su 6-3 contra Celtics, Cavaliers y Lakers y las crónicas de cómo les ha ido a los dos primeros ante los de Florida. La eliminatoria trae certezas e incógnitas. Desde luego, bajo los aros se librará una batalla fundamental. Dos de los equipos más potentes en el aspecto reboteador (los Lakers superiores estadísticamente) e intimidador, y Howard como llave del devenir de la serie. Cleveland no tenía forma efectiva de crear en el poste para ponerle en aprietos defensivos y le buscó las faltas (con buen resultado) a base de penetraciones de LeBron. Los Lakers sí tienen poder interior y una amenaza tan creativa como Gasol, que no es el tipo de pívot al que más gusta defender a Howard. Con Gasol, Odom y Bynum jugando dentro (si los Lakers cargan el juego interior como hacen casi siempre que las cosas son como deberían) y Kobe penetrando, Howard puede tener problemas de faltas. Su único defecto, dentro del enorme intimidador y defensor que es, pasa por no medir bien la salida a algunas penetraciones. Y eso es lo que puede aprovechar Bryant para cumplir con dos máximas evidentes: que los Magic no son lo mismo sin D12 y que la mejor forma de parar a éste, casi la única, es tenerle sentado en el banquillo.

Si los Lakers minimizan en lo posible la influencia de Howard tendrán mucho ganado. Para ello hay rumores que apuntan a que Phil Jackson utilizará dobles marcajes, algo que no es en absoluto de su agrado y que no funciona de forma óptima contra un equipo como Orlando, con su batería de tiradores y la habilidad de algunos jugadores para penetrar. Apostaría a que Phil Jackson lo intentará de salida con marcajes individuales para no conceder ventajas. Y en este sentido la baja forma de Bynum puede ser incluso positiva ya que se le puede desgastar en el marcaje y sustituirlo sin traumas cuando se cargue de faltas.

Será interesante ver también cómo gestionan ambos entrenadores el duelo, al menos con el planteamiento inicial de los quintetos, entre Gasol y Rashaard Lewis jugando de 4. El español tiene envergadura y talento para ganar la batalla cerca del aro. El ex de los Sonics tiene velocidad y tiro para sacar fuera la lucha y tomar ventaja. Ariza deberá trabajar muy duro sobre Turkoglu, verdadero base de los Magic en los minutos importantes, y el último ajuste interesante llega con la figura elegante y letal de Kobe Bryant. ¿Qué harán los Magic? Parece claro que dejarán sufrir unos minutos a Courtney Lee (un hallazgo extraordinario en su año de novato) y que, con algún relevo de Turkoglu, será Pietrus, en estado de gracia, el que se encargue de limitar en lo posible a Kobe como hizo con LeBron. El francés es pura energía y un valor enorme para su equipo, pero creo que Kobe, por su estilo de juego, le puede poner en más aprietos (todavía más, entiéndase) que LeBron James.

Los dos equipos son conscientes, no hay duda, que manejando bien sus armas tienen muchas opciones de ser campeones. Los Lakers saben que Orlando les freirá a triples en muchas fases, incluso en algún partido completo, pero queda saber si los de Van Gundy podrán mantener el acierto en toda la serie. Los Magic, por su parte, saben que pasarán por rachas en las que los Lakers parecerán inabordables y otras en las que aparentarán una fragilidad absoluta. Pero creo que ambos harán mejor en mirar a sus propias y respectivas artillerías. Los Lakers tienen que ser duros y generosos, jugar con mucha circulación y no caer en errores pasados. Deben jugar mucho triángulo ofensivo durante más de tres cuartos y dejar sólo los minutos calientes para el Kobe-sistema. Con circulación, un foco para el rival como Bryant y un pasador desde dentro tan bueno como Gasol, los tiros cómodos aparecen. Siempre. Si Bryant recibe después de que el balón haya pasado anteriormente por sus manos y si puede ser también por el interior, los desajustes defensivos del rival son casi inevitables. Orlando, por su parte, tiene un juego vistoso y claro: pick and roll a partir del bote de Turkoglu, Howard en el poste bajo y los tiradores abiertos. Así, los Magic tienen una variedad de opciones y recursos descomunal.

El factor cancha y el factor mental

Por un lado, creo que a los Lakers no les hubiera ido mal un emparejamiento con Cleveland, incluso con cuatro partidos en pista contraria. Fueron el único equipo (al margen del anecdótico triunfo de Philadelphia en el cierre de la temporada) que ganó en el Quicken Loans Arena. Kobe es capaz de igualar el peso en el partido de LeBron y, a partir de ahí, los Lakers tienen más talento y armas que los Cavs.

El factor cancha, creo, es menos decisivo en la final (por el formato 2-3-2) que en rondas anteriores, pero es un arma que deben manejar los Lakers, especialmente en la apertura de la serie. En más de 20 años, el balance es de 2-9 en primeros partidos para plantillas sin experiencia previa en finales. Y sólo dos jugadores de los Magic saben lo que es jugar una final: Anthony Johnson lo hizo con los Nets y Tyronne Lue, con el que no cuenta Van Gundy, fue campeón (2000, 2001) precisamente con los Lakers. La experiencia es un grado, más ante un equipo novel como los Magic, que sólo tiene una final en su historial (derrota por 4-0 ante Rockets) y cuyo jugadores habrán leído unas mil veces a lo largo de estos últimos días que Phil Jackson tiene un balance de 43-0 (¡43-0!) en eliminatorias de playoffs en las que su equipo ha ganado el primer partido. El Staples debe ponerse de largo y presionar como sólo hace, entre tanto glamour, en las grandes ocasiones. Con toda su parafernalia. Con Jack Nicholson. Con las banderas de los 14 títulos. Con toda su leyenda.

A partir de ese hipotético 1-0, los Lakers tomarían el control y someterían a los Magic a la definitiva prueba mental, el test más duro de preparación ya en los fastos de la gran final. Si por el contrario los Lakers patinan el jueves, todo cambiará y empezará a ponerse más azul, no definitivamente en cualquier caso. Porque Orlando es un equipo absolutamente exultante, crecido y capaz de todo, con Howard en su mejor momento y mejorando partido a partido en las que habían sido sus grandes taras hasta ahora. Sus porcentajes de tiros libres mejoran incluso en los minutos calientes y está descubriendo la habilidad para pasar el balón a sus tiradores una vez que ha recibido dentro. Con un pívot tan demoledor, tiro exterior, líderes (Turkoglu), jugadores de clase excelsa (Lewis), de rachas peligrosas (Alston), de frescura vitalista (Lee), en estado ideal de forma (Pietrus) o incluso obreros fiables de segunda unidad (Gortat), se convierte en lo que es: una franquicia que está en la final con todo merecimiento a pesar de que habrá quien siga menospreciando a Van Gundy, muy buen entrenador y gran motivador. El hombre que escribió bien grande “32-1” en la pizarra de su equipo después del séptimo partido en Boston, donde rompieron una marca inmaculada de los Celtics, donde dieron el paso al frente que les reafirmó definitivamente y donde empezaron a lanzar un mensaje que ya es un clamor, una amenaza a gran escala para los Lakers, favoritos en cualquier caso y a cuatro pasos, cuatro victorias, del decimoquinto anillo, del cuarto de Bryant, del décimo de Phil Jackson y, por supuesto, del primero de Pau Gasol.