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Tiempos difíciles en Toronto

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Bryan Colangelo ha puesto un abrupto fin a la era Sam Mitchell (que termina con un balance de 156-189) en los Raptors. Una solución precipitada y sólo en parte sorprendente que, a fin de cuentas, no hace sino explicitar el estado de nervios en el que se ha instalado la franquicia después de percibir que por segunda temporada consecutiva el cacareado salto de calidad se puede convertir en retroceso y decepción y, sobre todo, las consecuencias que esto puede tener de cara a la fecha hacia la que apuntan todas las miradas en la NBA: 2010. Si en los próximos 18 meses el equipo no repunta hacia una imagen más competitiva, si el proyecto no apunta trazos de superación, será casi imposible lo que ya de por sí parece muy complicado: retener a Chris Bosh.

Porque 2010 es la fecha de la gran revolución. De lo que algunos ya describen como una refundación del mapa y los roles en la gran liga. Será el verano en el que se mercadeará con el futuro de (entre otros) LeBron, Amare, Wade y el propio Bosh, que suena no sólo como nueva estrella en otra localización sino como posible compañero en operaciones de insondable magnitud al estilo del big-three de Boston (todo el mundo habla de los Knicks y de la ingeniería financiera para propiciar una dupla LeBron-Bosh o incluso Wade-Bosh). El ala-pívot, por su parte, está ofreciendo una versión sobresaliente (más de 26+10 por noche) y sólo valoraría seguir en los Raptors si sintiera que no se le escapa al hacerlo el tren de las grandes oportunidades. Para ello necesita sentir que hay un proyecto sólido y estable, mimbres para llegar lejos. Y quizá porque ahora Toronto transmite todo lo contrario, CB4 exterioriza se descontento, por ejemplo mirando para otro lado durante un tiempo muerto de su equipo. Castigo para su entrenador y sus compañeros. Un hecho absolutamente trascendente si proviene el jugador franquicia.

2010 y el temor de perder la referencia fundamental, en definitiva, gira alrededor del repentino despido de Sam Mitchell, al que Bryan Colangelo (en parte para salvaguardar su reputación de mago de los despachos) ha puesto en la calle después de lanzarle el órdago en verano (al decir que contaba, sobre el papel, con la mejor plantilla de los Raptors) y dejar correr sólo 17 partidos de la Temporada Regular. En ellos, Toronto suma un decepcionante balance (8-9). En ellos tiró un triunfo de prestigio ante Boston y concedió una noche de gloria épica a Vince Carter, viejo enemigo íntimo…

Y entonces Toronto perdió en Denver por 132-93. La gran debacle y el escenario perfecto para representar el cambio de poderes. Sam Mitchell deja su sitio al interino (y canadiense) Jay Triano. Bryan Colangelo lanza hacia el banquillo las miradas que ya apuntaban hacia su despacho y, en público, agradece los servicios prestados a un entrenador con el que nunca ha tenido la química óptima. Tan corto era el crédito de Mitchell, al que se vio obligado a renovar después que este logrará el galardón de Entrenador del Año en la 2006-07, cuando el equipo saltó de 27 a 47 victorias, fue campeón de División y entró en playoffs, donde fue esquilmado por la experiencia de unos Nets que ponían broche final a la era Kidd-Carter-Jefferson.

Sin magia ni orden en la pizarra

En primer lugar, quiero aclarar que me gusta que Sam Mitchell deje el banquillo de los Raptors. Nunca ha sido un entrenador de mi agrado, e incluso me dejó dudas en su triunfal temporada 06/07. Ni me parece un técnico de grandes soluciones ni, desde luego, uno de esos cuya meticulosidad trasciende sobre la cancha en cada acción del juego. Creo que Sam Mitchell se encontró un equipo nuevo e interesante y le sacó un buen partido… para atascarse en cuanto llegaron los problemas. En la 2007/08, Toronto bajó sorprendentemente al 50% de victorias (41-41) y terminó la Temporada Regular con un pésimo 13-20 antes de encarar una eliminatoria ante Orlando en la que la plantilla y sobre todo él quedaron retratados. Siempre a remolque de los Magic, fue peor la imagen que la derrota (asumible e incluso previsible) en sí. Cada solución que intentaba Mitchell era un palo en la rueda de un equipo poco competitivo, sin planes B o C, sin nada a que agarrarse más allá de las grandes noches de Bosh o los días letales de sus tiradores, a los que tanto fía en su apuesta por un difuso run and gun.

Mitchell no supo gestionar, y ahí llegó su gran pecado de la pasada temporada, la situación de TJ Ford y Calderón en el puesto de base. No supo conciliar con sus propias ideas las exigencias de Colangelo (véase minutos de juego de Bargnani). Perdió el vínculo motivador con su plantilla y, así las cosas, nada apuntaba a una mejora espectacular en la 2008/09 aunque algunos analistas se frotaran las manos con la llegada de Jermaine O’Neal. Desde el principio, el proyecto pareció caduco, el equipo fuera de tono competitivo. El Este, además, no es el de hace unas pocas temporadas, y ahora Toronto está todavía más lejos de Boston y Cleveland, pero también de Orlando, Detroit y parece que Atlanta. De tal forma que el sexto puesto de Conferencia parece el objetivo real de una franquicia que, además, ve como presentan un aspecto más saludable los Heat (algo más o menos previsible ante la llegada de sangre fresca y la recuperación espléndida de Wade) y los Nets (mucho más sorprendente o incluso circunstancial). Casi todos cuentan (contamos) con una segura reacción de los Sixers, que dejaría a la franquicia canadiense pendiente de agarrarse a las migajas del tren de cola de los playoffs, amenazados además por una factible mejor disposición de un grupo de equipos por definir con Chicago a la cabeza. Lo que podría incluso poner en un brete las opciones de estar en las eliminatorias de los Raptors que, en todo caso, se verían abocados a un cruce infernal con uno de los ogros de la Conferencia y, sin solución de continuidad, a otra eliminación incontestable en primera ronda.

Pero la salida de Sam Mitchell, aunque desde mi punto de vista necesaria, se tenía que haber producido antes del inicio de la temporada para partir desde una planificación nueva. Es cierto que Toronto es un equipo que aparenta poco trabajo, con una pésima defensa (sangrante, por ejemplo, a la hora de proteger los pick and roll más sencillos) que no ha mejorado en esta faceta con O’Neal y con un ataque supeditado al cara o cruz de los tiradores y a la conexión Calderón – Bosh (lo único de verdadero primer nivel que a estas alturas tienen los Raptors). Pero todo esto es lo que Colangelo tenía que haber previsto con antelación. Un Colangelo al que, pese a su casi intocable reputación, el agua le puede llegar muy pronto al cuello porque los errores de Mitchell no deben ser una cortina de humo que esconda los evidentes fallos en al planificación.

Un equipo limitado y de poco recorrido

Colangelo acertó en su primera época de toma de decisiones en los Raptors, un caos a todos los niveles hasta su llegada. A partir de entonces, el tino de sus decisiones es, como mínimo, muy cuestionable. Primero invirtió el número 1 del draft de 2006 en Andrea Bargnani. No fue una lotería demasiado prolífica, pero ahí estaba, entre otros, Brandon Roy. El italiano, mientras, sigue sin evolucionar hasta convertirse en un jugador sólido, no digamos ya en la estrella que Colangelo esperaba, algo así como el nuevo Nowitzki. Incluso se ha sabido que su nombre circula como posible moneda de cambio. Colangelo busca un traspaso y, tras sus movimientos del último verano, su opción es tocar el núcleo fundamental del equipo (Calderón, Bosh, O’Neal) o desprenderse de Bargnani, al que ya pudo colocar a cambio de Marion en un flirteo con Miami.

La operación de O’Neal implicaba un considerable riesgo. El pívot, un jugador de primera categoría en buenas condiciones, ya ha sufrido sus primeros problemas físicos. A cambio Toronto (elecciones de draft al margen) hipotecó su roster al traspasar a Nesterovic y TJ Ford, a los que no se ha suplido con garantías. El caso del base es claro: era obvio que una salida era la mejor solución, pero no se ha encontrado un recambio de garantías con un jugador de perfil similar. Porque a nivel deportivo, la velocidad de Ford se complementaba bien con el juego cerebral de Calderón. Por el contrario, la dupla Solomon – Ukic carece de cualquier capacidad de liberar de minutos y responsabilidades al base extremeño, que ya ha pagado también su primera factura física en un arranque de temporada en el que promedia 36 minutos por partido (y Bosh, en otro canto a las necesidades de su equipo, más de 41. Una salvajada).

La rotación ha quedado tocada, el juego interior se resiente, se infrautiliza a jugadores (Kris Humphries) mientras que el backcourt aparece falto de solidez y regularidad en la producción. Anthony Parker ya tiene 33 años y Kapono tira más de dos que de tres. Se marchó Delfino, que ofreció un buen rendimiento en su última temporada, en otra muestra de lo dudosa que resultaba la teórica mejora de plantilla que implicaba la llegada de Jermaine O’Neal.

Así que, aunque sea un entrenador que no es en absoluto de mi gusto, es obvio que no toda la culpa es de Sam Mitchell y que Bryan Colangelo necesita un golpe de efecto para evitar que los dedos acusatorios le señalen a él… o eso o que funcione la solución Jay Triano, un símbolo (como jugador y entrenador de la selección) en Canadá. Un técnico, en teoría, de mucho más trabajo estratégico que Mitchell y al que le gusta correr, lo que deja la puerta abierta a comprobar las ventajas o perjuicios de su llegada para Calderón. Su estilo es del gusto de Colangelo, que no casa con algunos de los nombres que ya han saltado a la palestra: Van Gundy, Avery Johnson... Flip Saunders también ha aparecido como una opción, aunque ahora mismo el plan pasa por mantener a Triano hasta final de temporada y entonces buscar una nueva revolución, quizá con Ettore Messina a los mandos. Tal vez para entonces, y comenzando con un mes de diciembre en el que los Raptors afrontan un calendario muy duro, ya sea un hecho que Toronto ha fracasado a la hora de subirse al tren de los equipos competitivos en el Este. Si así sucede, pocos dudarán de lo que en cualquier caso parece inevitable: la marcha de Chris Bosh. Una fuga que es la sombra que oscurece de forma terminal el difícil momento que viven los Raptors. Un presente demasiado incierto que se parece muy poco a lo que en su día llegó a parecer un futuro brillante.