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Los Lakers, en el camino hacia la gran revancha

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Es largo. Seguramente será duro, desde luego más de lo que ha parecido hasta ahora. Harán falta tantas cosas que al final la más importante será quizá la suerte y la gestión de ese nuevo Phil Jackson sin perilla para que todas las piezas de su orquesta sigan funcionando a su mejor nivel cuando llegue la hora de la verdad. Cuando haya que interpretar la partitura más hermosa, esa que el año pasado desafinó por dos notas (dos partidos, una distancia tan corta y a la vez tan abismal). Una partitura que apunta además a revancha para la historia, toda vez que los Celtics siguen siendo los mismos cazadores salvajes e implacables en el Este, para nada domesticados por el aroma del éxito. Ahora mismo parece la opción más segura apostar por la reedición de la última final para regocijo de muchos con el departamento de marketing de la propia NBA a la cabeza. Pero la temporada regular escribe recto pero con renglones torcidos. Y los playoffs guardan emboscadas en cada esquina; pasos de desfiladero donde pueden resultar estériles las cargas del ejército amarillo y púrpura que comanda Kobe Bryant; telas de araña donde podría, al mínimo fallo, perecer el sueño del big-three de Boston. Un sueño articulado en torno a única obsesión: Repeat, repetir.

Cuando escribo, la marca de los Lakers es 11-1. No sólo comienza a aproximarse a aquel 17-1 al que Phil Jackson guió a los Bulls en el arranque de la 96/97, la temporada que siguió al legendario curso del 72-10, sino que marca un paso que algunos ya sufren para seguir en un Oeste en el que el campeón deja claro que es el equipo a batir con todos los galones. Ha ganado a todos los rivales de Conferencia a los que se ha enfrentado, lo que incluye los primeros triunfos ante cualificados aspirantes como New Orleans y Houston o ante viejos guerreros como Dallas y Phoenix. Tan sólo un despiste ante los Pistons ha torcido la sonrisa de un equipo que asusta en el arranque de la temporada, por números y, sobre todo, por sensaciones.

Una máquina a pleno rendimiento en cifras

Los números, más allá del incontestable 11-1, avalan a un equipo que roza la excelencia en su consabida efusividad ofensiva y está empezando a dar el necesario paso adelante en el trabajo en torno a su propia zona. Es el equipo que más anota (105'91 puntos por partido) y el que más diferencia consigue en el marcador (más de 13 puntos de media) por su casi perfecta estadística de triunfos pero también porque sólo permiten a sus rivales 92'66 puntos, una muy buena cifra ante el estilo de juego de los angelinos. Están entre los mejores en asistencias (22'25) y mantienen un notable 45% en tiros de campo mientras dejan a los rivales en un 42%. Desde la línea de tres puntos rozan el 40% de efectividad y su labor sucia resulta plausible toda vez que consiguen casi 5 rebotes más que sus rivales en cada partido, aspecto en el que son el quinto mejor equipo de la liga. También brillan en robos de balón (10'41 por partido) y están entre los mejores en tapones (6'33) y en el ratio de tapones colocados y recibidos (+1'83). Un apartado, el de la intimidación, en el que apenas son superados por Orlando Magic. El reino de ese monstruo llamado Dwight Howard.

A nivel individual, las buenas noticias también se amontonan. Resulta muy significativo el hecho de que Kobe Bryant esté promediando su menor media de minutos en pista de la última década (desde que pagó el peaje de rookie y comenzó a ser titular). Un aspecto que puede ser fundamental a final de temporada y que contrasta con, por ejemplo, los 42 minutos que pasa en pista Chris Bosh en cada partido de los Raptors. Con menos tiempo en pista y menos exigido por la comodidad de las victorias y el nivel de sus compañeros, Kobe es el cuarto máximo anotador de la liga. No sólo eso. Gasol y Bynum blindan el aro con más de 9 rebotes por partido cada uno. El joven pívot aporta 2'5 tapones, la segunda mejor media... de nuevo tras Dwight Howard, mientras que el español está por encima de la quincena de puntos en las mismas circunstancias que Kobe y el resto de titulares: la claridad de las victorias se traduce en menos minutos y menos balones calientes que jugarse. Y, mientras Radmanovic bordea el 50% de acierto en triples, el banquillo se vuelve más importante, con Odom en buenos números y buena actitud a pesar de jugar 12 minutos menos por partido que antes y, como noticia muy positiva, Ariza en la línea de progresión que se le adivinaba. Su aportación es básica en la segunda unidad por su capacidad física y una intensidad que se traduce en dos robos por partido a los que añade casi 10 puntos, 6 rebotes y más de dos asistencias, que se unen a un tiro exterior cada vez más fiable (37% en triples). Los números, por lo tanto, sonríen a un equipo que no tiene a nadie entre los 30 jugadores que más balones pierden de la liga. Para encontrar al primer laker en esa clasificación negativa hay que irse hasta el puesto 35 (Kobe Bryant, 2'5 pérdidas por partido).

Una versión corregida y mejorada

Las cifras son a veces anecdóticas, pero no creo que nadie crea que éste sea el caso más allá de que tarde o temprano puedan llegar las derrotas, las lesiones... los problemas. Todo equipo se enfrenta a ellos, todo equipo grande los supera. Las cifras son, en este caso, la expresión de un nuevo salto cualitativo de un equipo que parece haber madurado mucho tras el golpe que le asestaron los Celtics. Phil Jackson y sus jugadores han sabido, por lo que están demostrando, asumir su derrota (y la forma en que se produjo) como una lección constructiva y no como un varapalo desalentador. Aprender a golpes, pero aprender siempre. Los Lakers parecen ahora un equipo más saludable, más confiado, más duro y más intenso.

Porque siguen siendo un equipo capaz de ganar muchísimos partidos sin más estrategia que anotar más que su rival. Su talento en ataque, tanto colectivo como por suma de individualidades, es descomunal. Sus variantes aterradoras para cualquier enemigo. Ganan y convencen, y lo hacen sin recurrir a noches mágicas de Kobe, aunque saben que su líder hará 45 puntos en cuanto la ocasión lo requiera. Por ahora, Bryant juega distendido, disfrutando, con un grado de complicidad y confianza en sus compañeros como pocas veces ha sentido y exteriorizado en una cancha. Motivos tiene. Phil Jackson maneja un bloque que ya parece más que simplemente talentoso, con más fuerza defensiva, más mordiente, más energía competitiva de equipo grande y no simplemente espectacular.

El apartado mental de este cambio pasará exámenes más duros en el futuro antes de la verdadera reválida de los playoffs. Pero hay un componente práctico que se ha comprobado desde el comienzo de la temporada y que pasa por el regreso de Bynum (a su nivel, lo que ha desterrado muchos miedos) para, por fin, formar junto a Pau Gasol una excelente pareja interior. El poder físico y la intimidación de Bynum confabula con la envergadura de Gasol, más intenso y cómodo en defensa porque le favorece mucho liberarse del constante marcaje a los pívots rivales y resulta más efectivo ante los ala-pívots. Juntos, contando también con los brazos largos de Radmanovic (y Odom y Ariza cuando están en pista) los Lakers tienen un equipo muy alto que crea muchos problemas a los rivales. Una muralla que Phil Jackson está ajustando para cerrar el aro y que defiende con más dureza y más efectivos las inmediaciones de su canasta (en parte otro efecto de la pasada final) y permite más tiros lejanos, con la confianza añadida de que sabe que Kobe Bryant puede funcionar como perro de presa de la estrella rival cuando ésta se maneje en posiciones exteriores y siempre y cuando la situación así lo requiera.

Por lo tanto, y con prácticamente toda la temporada todavía por delante, cuesta encontrar motivos para no sonreír con estos Lakers. Siguen teniendo al mejor jugador de la liga (Kobe Bryant), un juego interior explosivo y con más variantes de lo que podría parecer en principio por la flexibilidad que permite Odom, tiro exterior y un banquillo consistente con, además del propio Odom, Farmar, un base en buena línea de crecimiento que se complementa perfectamente con el sabio y valioso Fisher, Vujacic o Ariza.

En la frontera Este, Boston es una amenaza brutal, siempre y cuando sortee campos de minas que incluyen aspirantes en línea ascendente (Cleveland) y descendente (Detroit) y proyectos tan interesantes como los que se cuecen en Philadephia, Atlanta u Orlando, y quizá también en Toronto a pesar de la poca confianza que transmite Sam Mitchell. En la propia Conferencia, acechan los Hornets mientras descubrimos si Houston dará el salto cualitativo para ser un aspirante con galones, si San Antonio o Phoenix tiene gasolina o si el proyecto de Carlisle en Dallas no nació ya muerto como muchos temíamos. Mientras Portland crece y Utah busca en su arsenal tradicional fuerza para subir un nivel, parece que Hornets y Cavaliers se confirman como la gran sombra que amenaza con evitar lo que ahora parece en camino: la nueva versión de la gran batalla: Revenge vs. Repeat: Lakers contra Celtics.