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Homenaje al pionero

Tomás de Cos

El tenis español está íntimamente ligado a su nombre. Manolo Santana y sus triunfos sentaron a muchos españoles ante el televisor, por entonces un electrodoméstico reservado a las clases más pudientes. El chaval que iluminó un país gris, como acertó a llamarle Jesús Mínguez, es una leyenda viva de la raqueta gracias a su palmarés y a los 42 años transcurridos hasta que el mallorquín tomó su relevo en La Catedral el pasado mes de julio.

Hasta el continente australiano se marchó a la conquista malograda de dos Copas Davis y su victoria en el US Open (entonces Forest Hills) le permitió conocer al mismísimo senador Robert Kennedy, que le preguntó cuándo iba a llegar la democracia a España. El fue uno de los grandes pioneros del deporte en blanco y negro y, junto a Andrés Gimeno y José Luis Arilla, quien sembró el interés en la sociedad española por un deporte en el que España es hoy potencia de primer orden.

Pero hablar de Manolo Santana es hablar de Wimbledon, considerado el torneo más prestigioso del mundo. Su condición de socio vitalicio del All England Tennis Club es el merecido premio a su victoria en la sagrada hierba londinense, sobre la que debió superar también las reticencias que generaba en el mundo la nacionalidad española en plena dictadura franquista. Pero Súper Manolo acabó conquistando el torneo (6-4, 11-9 y 6-4 al norteamericano Dennis Ralston), a los aficionados ingleses y a la Casa Real inglesa. Su intento por besar la mano de la Duquesa de Kent, derecho únicamente reservado a los aristócratas, dio la vuelta al mundo. Pero a Santana aquella anécdota le sirvió para ser invitado por la entonces presidenta del club a tomar con ella el tradicional té de las cinco.