La gran ventaja que tenemos los aficionados al motociclismo es que, ante todo, nos gustan las carreras de motos y, si además los que ganan son los españoles, pues es la releche. Al menos ésa es la educación motera que me inculcaron a mí en casa desde pequeño y, antes de referirme al título que encabeza este post, aprovecharé para relatar de dónde me viene la afición, un origen que supongo será similar en muchos de vuestros casos.
Le recuerdo a mi padre una preciosa Laverda 500 en la que me daba paseos siendo un canijo de cuatro años, edad a la que entró en mi vida mi primera moto. Fue una SWM en la que no hacía pie y con la que tenía que llamar a gritos a mi padre para que la agarrara del manillar y poder así bajarme de ella. Mi recorrido entonces se limitaba a la parcela de una casa de alquiler de verano en Becerril de la Sierra y en la que compartía pista con unos primos míos que tenían una Montesa Cota 25. A las siete primaveras hubo una evolución importante, una preciosa Puch Magnum de 50cc con la que levantaba las pegatinas a los Vespinos de mi querida urbanización, Cerro Grande, y con la que empezaron mis escapadas por los senderos de la sierra madrileña a la vez que llegaron mis primeros palos. A la Puch la sustituyó una Derbi FDS 50 Savanah. Llegó a los quince años, cuando soñaba con una Yamaha TZR 80, pero me tuve que conformar con ella y no tardé mucho en trucarla a 75cc. Aquellas escapadas campestres con la Federica, como la llamaba, y las que me hacía cada vez más a menudo con una Husqvarna 250 de un amigo de mi padre, Casimiro, fueron la mejor escuela para el desembarco en el asfalto…
Un mes antes de cumplir los 22 años, tras uno de trabajo como redactor en el AS y en el que ahorraba el 80 por ciento del sueldo con un único objetivo, llegó a mi vida la Honda CBR 600. Ése era el objetivo de tanto ahorro. La exprimí todo lo que pude y supe en los circuitos del Jarama y Albacete, participando en los cursos de conducción del Real Motoclub de España, los mismos que recomiendo a todo el mundo para conocer sus límites y los de su moto. Yo era un paquete, pero aún así noté una digna evolución. Fue con esa Honda con la que aprendí que, cuando te caes, el asfalto es mucho más duro que la tierra. Ahora tengo 33 años y aquella Princesa, como la llamaba, ya no está a mi lado. He vuelto a pasarme al campo (Kawasaki KX 250), pero me quito el gusanillo de la velocidad todos los años cogiendo una o dos semanas motos de prensa, casi siempre Aprilia, y a veces Harley-Davidson, un mundo por descubrir que también recomiendo.
Como os decía, mi padre fue el que me inculcó el veneno por las motos y las carreras, pero siempre como aficionado, sin ninguna intención de que compitiera. Se lo agradezco, porque duelen mucho menos las caídas viéndolas por la tele que sufriéndolas en persona. Fue él quien puso en mi habitación un enorme cuadro de Barry Sheene que no logro que me deje llevarme a mi nueva casa. También fue él al primero que oí hablar de nombres como Agostini, Roberts o Cecotto, del que consiguió una camiseta cuando trabajaba como comisario técnico en el Jarama durante un GP de España. Y, sin duda, a él también le debo el respeto que siento por Ángel Nieto, con el que le recuerdo charlando en el paddock del Jarama siendo yo un niño que no sabía aún casi ante quién se encontraba.
Pasados los años, fui yo quien le dio la paliza a él con los héroes de mi generación, los Schwantz, Crivillé, Garriga y compañía, aunque disfrutándolos juntos. Ahora, desde que cubro el Mundial (199), ya no podemos ver las carreras juntos, pero siempre hay llamadas telefónicas o intercambios de mensajes comentando la jugada y la filosofía es la misma que la del principio, disfrutar de carrerones en los que, a ser posible, ganen los españoles.
Esto nos lleva al principio del texto, al título. Los españoles deben salvar el año en las seis citas que nos quedan, si no es con títulos, que sea con el mayor número de victorias posibles. Las coronas de MotoGP y 125cc están casi inalcanzables para otros pilotos que no sean Valentino Rossi y Mike di Meglio. Y la 250cc está muy difícil, aunque no imposible para Debón y Bautista, a 41 y 42 puntos, respectivamente, de Marco Simoncelli.
Los nuestros nos han acostumbrado muy mal en los últimos tiempos, cantando títulos ininterrumpidamente desde 2003, con los tres seguidos de Pedrosa (1 de 125cc y 2 de 250cc), el de Bautista de 125cc (2006), que coincidió con el primero de Lorenzo en 250cc. Y el mallorquín sumó otro el año pasado en la misma categoría. Si Bautista o Debón no lo impiden, este año puede ser el fin a una racha de cinco temporada consecutivas cantando alirón así que, si ha de ser así, que sea pero muriendo con las botas puestas, consiguiendo el mayor número de victorias posibles de aquí a final de año. Valga como ejemplo la casta y el talento que exhibió la selección española de baloncesto en la final de los Juegos Olímpicos ante la todopoderosa Estados Unidos. Como dice Pau Gasol en su anuncio para Nike, está bien que tú país esté orgulloso de ti, pero es aún mejor que el mundo entero admire a tu país. Es la hora de salvar la temporada y, si no es con títulos, que sea con tantas victorias que deseemos inmediatamente el arranque de la temporada 2009 con el fin de volver a la senda del título.