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Europa pone en alerta a la NBA

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El mundo del baloncesto, mientras espera las emociones fuertes de los Juegos Olímpicos, asume cada vez con menos sorpresa y más naturalidad un goteo constante que se ha convertido en clara tendencia migratoria que mueve a jugadores de la (¿cada vez menos?) todopoderosa NBA hacia los grandes clubes (incluso algunos no tan grandes, al menos todavía) de Europa.

El tema cobra importancia por la cantidad y calidad de jugadores que cruzan el Atlántico desde el nuevo al viejo continente. Hemos pasado de contemplar el regreso de aquellos que no lograron minutos o los contratos que esperaban en su aventura americana (Macijauskas, Spanoulis, Planinic, Jasikevicius…) al retorno de jugadores con evidentes posibilidades en Estados Unidos. Desde el caso de, por ejemplo, Viktor Khryapa, a los de Delfino o Garbajosa, el primero con una firme propuesta de los Pistons (12 millones de dólares por 3 años), que escogieron el dinero a espuertas del Khimki ruso, un nuevo rico dispuesto a voltear la jerarquía en el continente y en su país, donde el CSKA sigue siendo la primera potencia mientras el Dynamo sacude sin pestañear el talonario para seducir a Nachbar, otro jugador muy valorado en la NBA.

Casi como en una reacción en cadena, hemos vivido igualmente el regreso a casa de Navarro (sin complejos y con una sonrisa sincera), o el golpe de efecto de otro nuevo meritorio ruso, el Tirumph de Moscú, que se ha llevado a su lucrativo huerto a Nenad Krstic con 10 millones de dólares por dos años. Fuera de Rusia, el Virtus de Roma renueva su plantilla a lo grande con otro gigante, Primo Brezec (este de mucho menos peso específico en América que un Krstic sano) y con Brandon Jennings, un base que es una de las grandes promesas del baloncesto americano y que ha optado por el atajo de la aventura europea ante sus problemas académicos en EE.UU. A veces la línea recta no marca el camino más corto.

El caso de Jennings sirve de puente hacia la que, hasta ahora, es la bomba que puede convertir la tendencia en revolución: el fichaje de Josh Childress por Olympiacos por tres años y 20 millones de dólares. ¿Bisagra para el gran cambio? Con el ex de los Hawks dejamos de hablar del regreso de jugadores europeos cuya trayectoria ha sido más o menos positiva en la NBA para tratar con jugadores americanos, ya sean verdes pero prometedores (Jennings), o de nivel medio-alto en la gran liga. Este es el caso de Childress, un alero al que imaginábamos como pieza importante en el brillante futuro que se supone a los Hawks de Atlanta. Un jugador sobrado de facultades que aportaba, como sexto hombre, valores que se antojaban más que valiosos para una franquicia bien construida en torno a la clase de Joe Johnson y el despliegue físico de Smith, Williams y Horford.

Pero, sin embargo y como agente libre restringido, Childress se cansó de marear la perdiz con los indecisos Hawks y decidió embarcarse en el proyecto griego, suculento sin duda desde el punto de vista económico. Cundió la cuestión casi hasta la paranoia y nombres aún más importantes han sido o son carne de habladurías (desde Jason Williams a Biedrins pasando por el descabellado rumor en torno a Antwan Jamison y Panathinaikos). Pase lo que pase, cada vez son más los que parecen tener claro que, tarde o temprano, una gran estrella de la liga dará el salto a Europa. Y no lo hará en las postrimerías de su carrera (caso de Dominique Wilkins, que llegó a Panathinaikos con 35 años). Algunos ya temen lo que pueda suceder con jugadores que acaban contrato la próxima temporada, caso de Ginobili o incluso un ya veterano Iverson (casi 21 millones de dólares en una 2008/09 que cerrará con 34 años). El planteamiento de estas cuestiones, hasta hace poco impensables, expone el calado del asunto.

El color del dinero

No cabe duda de que el principal motor de este cambio de tendencia (o simplemente moda o circunstancia, el tiempo lo dirá…) es económico. Y en ello influye tanto el poder obviamente fuera de mercado de los petrodólares rusos como los efectos en Estados Unidos de la crisis económica y la depreciación del dólar con respecto al euro (hasta un 16% en el último año para una proporción de 1’59 dólares por euro). Ahora la moneda europea es más lucrativa, lo que centra todavía más los focos en el sistema contractual de la NBA, que además no ofrece las cifras libres de impuestos como sí hacen los grandes equipos europeos. Los novatos más allá de la zona álgida del draft encuentran restricciones que se unen a las limitaciones que impone a los equipos el tope salarial (71 millones de dólares la pasada temporada). Los equipos, incluso los más manirrotos como los Mavericks de Mark Cuban, piensan cada vez más en soltar lastre (véase el caso de los Nuggets con Camby) y, sin ir más lejos, no son pocos los agentes libres que están viviendo un verano atípico en la búsqueda del contrato soñado o esperado. En definitiva, un contrato de categoría intermedia que no llegue a los 6 millones de dólares en una temporada resulta en un neto que se queda cerca de los tres, muy inferior ya de por sí a una oferta europea que fuera, por ejemplo, de esos mismos 3 millones pero en euros y libre de impuestos. Sin olvidar que los grandes del continente europeo ofrecen altos porcentajes a los agentes y financian desde los vuelos para la familia hasta el resto de comodidades: coche (incluso chofer), casa de lujo…

Así que tenemos una liga como la NBA con los claroscuros inherentes a su sistema, como la existencia de no pocos sueldos desproporcionados para la valía de quienes los perciben. Y tenemos a los jugadores descubriendo las posibilidades que Europa ofrece tanto a la hora de apretar las tuercas en la negociación de sus contratos (tal ha sido el caso de Vujacic con los Lakers) como de buscar una nueva y lucrativa vía de futuro tal y como ha hecho Childress.

En un mundo globalizado la NBA descubre una incipiente competencia, algo que no recordaba quizá desde las cuitas con la ABA en los 70. Ya aprendió a golpes que el campeón del mundo no es el que porta el anillo (precisamente ahora se trata de una selección llamada España), así que un tipo como Stern debería tratar de remendar algunas cosas más allá de buscar el lado positivo del asunto mientras madura el tema de la Conferencia Europea de la NBA.

Puede que Childress no se adapte y no consiga triunfar en Europa. Puede que no le guste la comida o que se canse de una temporada con muchos menos partidos pero mucho más larga. Puede que triunfe y que vuelva a América o que nunca lo haga, o incluso que solo esté jugando con la paciencia de los Hawks para perfilar su futuro próximo en la NBA lejos de Atlanta. Pero ya ha conseguido que todos, agentes y jugadores, vuelvan la mirada hacia su caso. En América y en Europa, porque si Childress se convierte en la guinda de un Olympiacos ya descomunal (Papaloukas, Vujcic, Greer, Halpering, Macijauskas…), si Nachbar, Krstic, Garbajosa, Delfino y compañía marcan las diferencias y responden a sus brutales sueldos, aquellos equipos europeos que se lo puedan permitir redoblarán esfuerzos. Ya pasó el tiempo en el que los equipos cedían casi con orgullo sus jugadores a la NBA (ahí está el caso de Splitter o los problemas en el pasado de Navarro o Scola). Antes incluso pasó el tiempo en el que cualquier sobra de la NBA era una pieza codiciada en Europa. Ahora los grandes de la Euroliga (y los que quieren serlo y tienen potencial para lograrlo) apuntan más alto y empiezan a agitar la clase media de la NBA a golpe de contratos sin más ajuste que el presupuesto de los equipos, inalcanzables -tope salarial mediante- para las franquicias americanas. Esa es la vía que podría conducir, tarde o temprano, a una gran estrella de la NBA a un buque insignia de la Euroliga.

Una última reflexión. Salvo casos puntuales como el de Navarro, con sus vínculos emocionales y su deuda económica con el Barça, parece obvio que la ACB no puede competir con los equipos rusos y su potencia económica fuera de mercado o con los dos grandes de la liga griega (Olympiacos y Panathinaikos). Ni siquiera con las gestiones en Roma de Bodiroga (inteligente en la cancha e inteligente fuera de ella). Hasta Garbajosa, obviamente inclinado a quedarse en España, ha recibido una oferta inalcanzable para sus pretendientes en España. Y esto, me temo, no hará sino potenciar la sensación que se extiende en los últimos tiempos: nuestros grandes equipos pierden poco a poco el paso con respecto al resto de gigantes de Europa. Parece que Real Madrid, Barcelona, Tau o incluso Unicaja podrán mantenerse más o menos cómodamente en el grupo de los diez mejores equipos del continente pero no estarán como punto de partida entre los dos o tres grandes aspirantes al gran cetro europeo. Veremos qué dice el futuro, la NBA, el dólar, el euro o las veleidades de los magnates rusos. Muchos factores que combinar. Muchas dudas que despejar.