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Demasiado Nadal

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Tomás de Cos

Las imágenes no dejaron lugar a ninguna duda. La superioridad de Rafael Nadal Parera (Manacor, 3 de junio de 1986) sobre Roger Federer ha sido simplemente aplastante. De principio a fin y en todos y cada uno de los aspectos del juego. Desde el servicio al resto y brillando como nunca en el apartado de los errores no forzados (35-7) y los golpes ganadores (31-46). Hoy Federer no se descuidó y dejó entrar a Nadal por una ventana mal cerrada, el español derribó la puerta con estruendo, a zambombazo limpio.

Más rocoso e inaccesible que nunca, el nº 2 de la ATP ha dado un golpe de efecto a su trayectoria en 2008. Con su cuarto título consecutivo en París, Nadal ha cerrado la más brillante temporada de tierra batida de su carrera y ha frenado en seco, por dos veces (Hamburgo y Roland Garros), al incómodo serbio Novak Djokovic cuando su segundo puesto estaba en peligro. Y al omnipresente Federer le ha hecho sentir el vértigo del salto generacional, una sensación que ya le acompañará siempre. El genio de Basilea tendrá muy difícil poseer nunca la Copa de los Mosqueteros. Al menos mientras que Nadal no se lesione. El español es mejor en la superficie ocre, es más fuerte física y psicológicamente y le tiene la moral totalmente comida. Nadal comprobó hoy que es capaz de apabullar a Federer. Una muy mala noticia para Roger.

Después de lo visto hoy, se entienden mejor que nunca las palabras repetidas hasta la saciedad por el propio Federer, en las que señalaba a Nadal como su único sucesor. A pesar de que Djokovic ha dado un gran salto cualitativo en 2008, y de ser un tenista muy talentoso, sigue un peldaño y medio por debajo del toro español. Hace mucho tiempo que Nadal es un jugador completo y temible en cualquier superficie. Sus dos finales de Wimbledon lo avalan y, si el suizo no se pone las pilas a tiempo, este año se estrenará en el cuidado All England Tennis Club de Londres.

Federer y Nadal son las dos caras de una misma moneda (no me cansaré nunca de escribirlo). Una de las más valiosas de la historia de este deporte, al mismo nivel de las que acuñaron años atrás Borg y McEnroe, McEnroe y Lendl o Sampras y Agassi. No es posible entender el tenis actual sin ellos y los éxitos de uno coinciden, con una exactitud casi matemática, con las grandes frustaciones del otro. Todo ello aderezado por un sano y ejemplar respeto mutuo que hace honor a la historia del deporte de la raqueta.

En el tenis no tienen sitio los milagros, sobre todo en un torneo de dos semanas y con partidos al mejor de cinco sets. Desde antes de salir a la Philippe Chatrier, Nadal sabía que su tenis estaba a punto y Federer que sus dudas podían hacer acto de presencia. Y así fue, demasiado Nadal.