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El primer pase



Los grandes proyectos de correr y tirar parten de una piedra angular. Se trata de aquello de la potencia y el control, o mejor dicho, la velocidad. Los ataques duran poco y las piernas se mueven mucho. La selección de tiro no es la mejor, pero sí la necesidad de salir volando. Hay uno, dos o como mucho,tres pases. Dar la bola al mejor situado. Echen cuentas… Steve Nash, Baron Davis, Mike Bibby, Jason Williams, Jason Kidd…

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Mark Iavaronni lo sabía. Es su primer trabajo de primera pizarra y quizás, haya tardado en el ajuste. A lo mejor, también no ha podido llegar antes y se trata del momento exacto, pero esto es el Oeste. La temporada ya está perdida.

Iavaronni viene de los Suns, el equipo de la alegría –cada vez más contenida-. Los novios de basket de la América del ‘show bussines’. Volar y tirar. Velocidad y piernas. Desafío a los movimientos estudiados en cada paso.

Una filosofía de juego que, en algún momento de la vida, alguien ha utilizado para poner en jaque al orden establecido. Antes de los Suns, por ejemplo, los Kings. Después, los Warriors, un grupo de excesos y sorpresas.

Los equipos más alocados en ritmo parten de una premisa básica: Un buen base. Nash, Williams-Bibby, Davis. Directores de juego y de puntos, pero con conciencia para alternar dirección y tiro, cuando no lo anteponen.

Los Grizzlies fueron a la guerra sin nada de eso. A nadie gustó que Mike Conley Jr. fuera la elección en el Draft. Su número cuatro es exagerado. El miedo de que se lo quitasen, puede esconder la decisión.

Las lesiones le han sacado de circulación, lo mismo que los galones. Al menos hasta ayer. De repente, Damon Stoudamire se cae de la lista –no está lesionado-; el segundo base es un agitador profesional y así debe seguir siendo. Y él, en donde aprendió a jugar al basket, en Indiana, es titular por primera vez.

Sin venir a cuento, y como sin un pacto con el año nuevo se tratase, el equipo empieza a moverse en conjunto. Todo encaja. La primera opción no es llegar y tirar, sino dar el pase más indicado, llevar la bola al sitio correcto.

Conley llevaba un año jugando a eso. Se plantó en la final más compleja, la de la NCAA, surtiendo de bolas a Greg Oden, número uno de su promoción, y el último gran gigante de una especie en extinción.

Con dos o tres pases, el tiro realizado tenía más sentido. El ataque se realizaba a la misma velocidad que días pasados, pero el resultado era más brillante. Los Grizz lindaron el 50% de acierto gran parte de la noche. Además, el número de asistencias creció hasta 25, cuando la media de esta campaña está en 20.

Gasol, para el que iban nuestros ojos, anotó 30 puntos sencillos, sin necesidad de ir 20 veces a la línea o de currarse en exceso las canastas. Si Pau brilla, la ciencia infusa del basket nos dice, que el aro cambia de diámetro para los exteriores y rápido se convierte en una piscina. Gay y Miller, por lo tanto, por encima o muy cerca de los 20.

Más realidad que sensación, la victoria de los Grizz se antoja la de más calidad de la temporada. No por el rival, pero sí en formas. Ordenados en la velocidad, con criterio y en conjunto. Un triunfo que además, rompe una racha de 12 años de visitas a la tierra del basket estadounidense sin rascar bola. Nunca antes, Memphis había ganado en Indiana.