NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Un verano inolvidable

Ampliar

Vivir en la gloria, soñar con las grandes luces y no sólo con los buenos números. De poco sirven contratos de siete cifras por zapatillas; ‘Top-tens’ entre los apartados más sonados de la estadística y victorias directamente proporcionales al estado de ánimo y de las cosas.

Hasta los jugadores NBA maduran y se sienten descolocados cuando su calidad no tiene más premio que el cuantitativo. El último ejemplo, Jason Kidd. Tras un verano rodeado de lujo y joyas en el equipo USA, siente que a su alrededor no hay hambre. Es el síndrome Kobe Bryant.

Durante un par de meses, la selección USA juntó una especie de ‘Dream Team’, con el objetivo de recuperar la hegemonía interplanetaria. El primer paso lo consiguió. Un cómodo paseo en casa, en Las Vegas, y lejos de Venezuela, donde iba a ser la cita de inicio. Billlete para China y sus Juegos Olímpicos.

Kobe, LeBron, Anthony, Howard, Amare… Todos juntos, encantados de la vida y formando piña, como pocas veces pasa en las selecciones de ego de las ‘barras y estrellas’. La misión era única y las consecuencias impredecibles.

Mientras las federaciones nacionales sufren las restricciones NBA, en este otoño las franquicias tienen los ojos como platos por los propios jugadores estadounidenses.

El primero fue Kobe. Ya antes había avisado. La había liado en Barcelona y hasta se le soltó la lengua sin deber, hablando de su jefe. La cosa se complica en exceso tras arrasar en Las Vegas. Nadie de su continente es capaz de darle respuesta. Bryant sabe que es cuestión suya, pero que la vida es más fácil cuando al pasar la bola alguien se encarga de ponerla a buen recaudo.

Kobe se emocionó, al pensar que otro basket era posible. Pero no fue el único. Jason Kidd ha tardado tres meses más, hasta que ha visto el panorama. Su equipo, llamado a sacudir el Este sin el ruido de otros, se ahoga.

Vince Carter no ha cogido el ritmo y nunca ha sido un tipo de grandes ambiciones; Richard Jefferson suma, pero sin el talento de otros y las otras inversiones no levantan cabeza –Nenad Krstic- o son planes más a medio que a corto plazo.

Kidd sufre su propia versión del síndrome de ‘Peter Pan’, o más bien de ‘Carpe Diem’. Sus 34 años le convierten en un base que ve a todos y ha visto de todo. Por eso, sabe que a su lado no hay hambre, ni mimbre.

A mediados de la pasada semana dejó el equipo por unos dolores de cabeza imposibles de demostrar médicamente y que realimentan la teoria de la conspiración. Quiere mejorar, pero no le van a dejar. Como pasa al otro lado del Hudson, en los Knicks, los jefes adoran a su motor y el traspaso es imposible.

Kidd quiere que alguien sienta sus prisas, sus necesidades y deseos, pero como mucho, hasta que el equipo llegue a Brooklyn, pude llevarse un par de años más de contrato pagados a precio de estrella y no de veterano en declive.