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Se fue por amor... y por un sueño

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Jamás olvidaré el escalofrío que sentí en Kiffa, aquel maldito lugar de Mauritania donde conocí que en el Dakar vive la muerte. Fueron las lágrimas por el gran Fabrizio Meoni. Un año después, en el mismo sitio entre tierra y arena que ensucia el alma se fue Andy Caldecott. Ese día la esposa del australiano dijo que estaba tranquila porque había muerto cumpliendo su sueño. Ebrio de tristeza dije entonces en la radio que sólo merece la pena perder la vida por amor o por un sueño.

Martínez Boero era un dakariano puro, uno de esos que admiran la leyenda de esta trágicamente mágica carrera de mierda que atrapa como un hechizo. El pasado año debutó en la prueba para homenajear a su padre, mito del Turismo Carretera en Argentina. Se cumplían 30 años desde que el anterior Jorge había ganado ese campeonato. Este año había vendido su casa para poder estar en la salida y soñaba cada día con llegar a Lima. Había dejado un trabajo por hacer. Estaba ahí por amor a su padre y buscaba hacer verdad su sueño. Se dejó la vida. Ahí queda el intento. Descansa ya en paz entre los héroes del Dakar.