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Fórmula 1 | La intrahistoria

"Llame a los padres del chico..."

Hasta este febrero, dos graves accidentes cruzaban el currículo de Robert Kubica: el de 2003, cuando iba de acompañante en el coche de un amigo, y el escalofriante de 2007 en el Gran Premio de Canadá (a 280 km/h). El domingo, en el rally Ronde di Andora, sufrió el tercero. Allí, en Pietra Ligure, lleva ingresado una semana. El riesgo ("hay una diferencia entre quienes pilotan al 80% y quienes lo hacen al 95%; ese 15% es la capacidad y motivación que surgen de uno mismo", dice el polaco) y el asfalto mojado hicieron que Kubica perdiera el control de su Skoda Fabia. Resultado: chocó brutalmente con el muro de una iglesia y salió vivo pese a que el coche fue crucificado por el guardarraíl. Hablan de milagro. Y más aún al saber de las siete horas de intervención, del coma inducido, de la UCI, de la nueva e interminable operación de ayer (nueve horas: pierna, brazo y clavícula) y de las que vendrán. En definitiva, del delicadísimo estado en el que ingresó en el hospital Santa Corona. La gravedad reina en las palabras de su agente, Daniele Morelli: "Al llegar al hospital sólo tenía un litro de sangre. 'Llame a los padres del chico', me dijeron los doctores. Sentí un escalofrío por la espalda". Un dato: un adulto suele tener unos cinco litros de sangre. ¿Milagro? Sólo sabemos que chocó con el muro de una iglesia y que fue crucificado por un guardarraíl...