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Entrevista

Javier Sierra: “Misterio y avance intelectual están íntimamente ligados”

El autor español regresa con ‘El plan maestro’, una novela donde el lector verá el arte como un legado de conocimientos ocultos que han guiado a la humanidad desde tiempos inmemoriales.

MADRID, SPAIN - JUNE 01: Writer Javier Sierra at one of the booths of the 2022 Book Fair, in El Retiro Park, on 01 June, 2022 in Madrid, Spain. The 81st edition of the Madrid Book Fair 2022 contains 378 booths with more than 400 exhibitors and will run from May 27 to June 12.   (Photo by David Benito/Getty Images)
David BenitoGetty Images

Javier Sierra, el único autor español en el top ten de más vendidos en Estados Unidos, regresa con El plan maestro, una historia donde el arte se convierte en una puerta a lo desconocido. Una obra que no es solo una novela de misterio: es una indagación profunda sobre la verdadera función del arte, un enigma oculto en los lienzos más célebres de la historia.

Tras el éxito de El maestro del Prado, Sierra retoma aquel universo y nos lleva desde el Museo del Prado hasta el Louvre, los Uffizi, la Casa Azul de Frida Kahlo o las cuevas prehistóricas de Lascaux, en una trama donde la realidad y la ficción se entrelazan con la maestría que caracteriza su obra. En el corazón de esta historia, una pregunta esencial: ¿quiénes son los verdaderos guardianes del arte y qué secretos han protegido a lo largo de los siglos?

Con un pulso narrativo vibrante y una cuidada documentación, Sierra propone un juego literario en el que el lector descubrirá que el arte, más que una expresión de belleza, es un legado de conocimientos ocultos que han guiado a la humanidad desde tiempos inmemoriales.

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¿Qué fue lo que más le inspiró para escribir sobre temas relacionados con el misterio, el arte y lo inexplicable?

Lo que me ha motivado siempre es tratar de comprender las historias que están detrás de los cuadros. Mi aproximación a un museo lleno de pintura no es la aproximación de quien visita una pinacoteca y decide sumergirse en su belleza, sino la de quien se acerca a una biblioteca donde cada cuadro es un libro, donde cada pintura te está contando o intentando contar una historia. Así que esa necesidad de escuchar esas historias es lo que me ha llevado a fijarme en obras de arte y a descubrir que muchas de ellas no han sido, entre comillas, traducidas todavía.

Sus libros exploran también temas históricos de forma muy profunda. ¿Cómo investiga para mantener la fidelidad a los hechos mientras desarrolla la trama narrativa?

Mi método de trabajo consiste en, primero, localizar un enigma histórico, un detalle de nuestro pasado que no haya sido comprendido del todo o situado en su verdadero alcance. Y, una vez localizado ese elemento y estudiado, trato de darle una interpretación a través de la ficción. Así que mis novelas, de alguna manera, son herramientas para comprender los grandes vacíos que tiene la historia.

A menudo aborda temas como el arte, la religión, la ciencia. ¿Cómo logra que estos temas resulten accesibles para el lector sin perder esa profundidad?

Porque tengo una vocación divulgativa desde que era muy niño. Mis inicios están en la radio. Empecé a hacer radio siendo un chico de 12 años que tenía que contar historias a sus oyentes, también muy jóvenes. Y creo que ahí aprendí a mantener el interés y a cautivar al receptor.

Ese conocimiento, esa manera de hacer las cosas, la trasladé después al papel, a mi faceta como escritor. Y he tratado siempre de anteponer la intención divulgativa y que el mensaje se entienda a otras consideraciones. Quizá por eso yo tardo tanto a veces en hilvanar una buena novela, porque antes necesito metabolizar ese conocimiento. Necesito comprenderlo y hacerlo sencillo a la hora de transmitirlo al lector. Esta vocación divulgadora es fundamental, porque no conoces a tu público. De repente puede haber un niño de 12, de 13 años o una señora de 80 o 90 acercándose a tu texto. Y tienes que transmitirle el mensaje con la misma potencia a uno y a otro. Y el secreto está en provocar el asombro. Yo bebo de esa energía. Siempre busco asombrar al lector. Es por eso por lo que las ediciones de mis libros siempre están cuidadas hasta el último detalle. En El plan maestro, por ejemplo, aparecen muchas ilustraciones a color con detalles ampliados de algunas obras de arte, porque sin ellas, sin esas imágenes, no se produciría ese efecto de asombro. Así que yo trabajo mucho ese factor.

¿Por qué las historias de misterio y enigmas siguen siendo tan fascinantes para los lectores hoy en día?

La clave está en el instinto humano. El ser humano desde la prehistoria se ha sentido fascinado por lo desconocido. Es verdad que en un primer momento puede producir miedo y puedes apelar al instinto de supervivencia para no adentrarte en lo desconocido, pero no pasa mucho tiempo hasta que intervienen también la curiosidad y la necesidad de saber. Y el misterio es siempre el preámbulo del conocimiento. Si no sientes interés por algo desconocido, por un interrogante, no se produce el aprendizaje. Por lo tanto, misterio y avance intelectual están íntimamente ligados. Creo que forman parte del mismo mecanismo cerebral que nos hace mejores como especie.

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Europa Press NewsEuropa Press via Getty Images

Al escribir sobre lugares, artefactos históricos, pinturas, ¿hay algún lugar, alguna pieza en particular, que le haya dejado una impresión más profunda, que considere que merece más atención?

Lo que he descubierto con los años es que el misterio está en todas partes. Solamente hay que desarrollar una mirada capaz de captarlo. Y esa mirada pasa por lo que contaba antes del asombro. Tienes que ser humilde y aceptar que no entiendes el universo en el que vives. Y cuando aceptas eso y preguntas y repreguntas por todo lo que hay a tu alrededor, es cuando encuentras el misterio y las ganas de despejarlo, de aprender. Obviamente, hay cosas que son muy llamativas y que a mí me han ocupado durante muchos años.

Yo viajaba y viajo con mucha frecuencia, por ejemplo, a Egipto, con los enigmas que rodean la construcción de las pirámides o de sus grandes templos. Pero también encuentras ese tipo de cosas en España. Está sin resolver cómo pudieron mover hace 4.500 o 5.000 años las grandes losas de los dólmenes de Antequera sin que existieran cuerdas, ni poleas, ni se conociera el hierro, ni ninguna mecánica para mover un peso de esas características. Y eso lo tenemos en la provincia de Málaga, como quien dice, al lado de casa, no hace falta irse a Egipto. Por eso digo que para encontrar misterios solo hay que abrir los ojos.

¿Hay algún escritor o autor que considere que es una gran influencia en su estilo de escritura?

Sin duda. Soy consecuencia de mis lecturas, por ejemplo, de Humberto Eco. En especial, cuando él publica en 1980 En nombre de la rosa, me deslumbra su capacidad de combinar la intriga de una novela policiaca con la erudición de un sabio que conoce la filosofía y la filología clásicas. A mí aquello me pareció una combinación perfecta porque, a través de una acción literaria, yo obtenía conocimiento, y, de alguna manera, influyó en la manera en la que yo escribo.

Y luego han intervenido muchos otros escritores a los que admiro. Siempre me ha gustado mucho Julio Verne, desde niño, y su capacidad de plantear escenarios futuristas que te obliguen a reflexionar sobre tu papel en tu época. También me interesó mucho una autora norteamericana que se llama Catherine Deville. Es la autora de una novela que se llama El ocho, que mezcla acción contemporánea con la Revolución francesa, y me enseñó que podía viajar en el tiempo a través de las páginas del libro. En fin, influencias son muchas. Un buen escritor tiene que ser siempre un ávido lector y me mantengo en esa disciplina lectora.

¿Podría compartir alguna anécdota interesante o sorprendente que haya descubierto mientras investigaba para este libro?

En mis frecuentes visitas al Prado hablaba mucho, y hablo mucho todavía hoy, con los vigilantes de sala del museo. Estos vigilantes, que son los que velan por que los turistas no dañemos las pinturas, me contaban que en una sala en particular del museo, la 56A, siempre tenían la sensación de sentirse observados. Observados incluso cuando la sala estaba vacía, como si algo desde los cuadros los mirase. Y haciendo la investigación de esa sala, donde están los cuadros de El Bosco, descubrí que este disfrazó, ocultó, un enorme ojo humano en la geometría de uno de los lagos del El jardín de las delicias. Es justo el ojo que aparece en la portada de mi libro. El Bosco introdujo ese ojo de Dios secreto en la pintura para que se percibiese no con los ojos de la razón, con la mirada racional, sino con los ojos del instinto. Todavía hoy, quinientos años más tarde, esa mirada funciona. Eso me produjo verdadero asombro.

Son pocos los escritores españoles que pueden vivir de esta profesión. ¿Qué les diría a aquellos que sueñan con convertirse en escritores? ¿Tiene algún consejo para ellos?

Hay dos cosas fundamentales para ser un buen escritor. Una es desarrollar una capacidad propia de mirar al mundo. Es decir, que sea tu mirada, no la mirada mediatizada por otros, sino la tuya propia, la que contemple el mundo. Y, acto seguido, desarrollar tu propia voz. No una voz a imitación de, sino tu propia voz. Cuando empiezas es lógico que quieras escribir como Pérez Reverte o como Javier Sierra. Y que quieras mirar el mundo como estos autores. Pero a medida que vas madurando y que te conviertes en narrador o narradora, necesitas desarrollar esas características propias. Eso es lo que te hará ser una buena figura literaria. Saber mirar y saber contar.

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